Clarín

El impuesto a la riqueza, con más perjuicios que beneficios sociales

- Ricardo Esteves Empresario y licenciado en Ciencia Política

El nuevo impuesto a la riqueza es confiscato­rio y tendrá consecuenc­ias nefastas para el país. La esencia de los sistemas impositivo­s en el mundo consiste en que afectan a una parte de los ingresos de las empresas o las personas, pero no a todos sus ingresos, menos aún a su base de capital.

Desde la época feudal, el tributo era concebido como una parte de la cosecha (nunca toda la cosecha) para garantizar el equilibrio productivo y la paz social.

El sistema impositivo argentino es demencial, ya que ha ido acumulando solapadame­nte gravámenes absurdos, como el impuesto al cheque, las retencione­s o el impuesto a los bienes personales, que pudo en su momento implantars­e como un tributo de excepción, cuando no debería existir estando vigente el impuesto a las ganancias (o se gravan las utilidades o se gravan los patrimonio­s, nunca ambos).

Bienes personales no se puede entender fuera del contexto en que fue implantado: en 1991, luego del rebote hiperinfla­cionario del comienzo de la gestión de Menem, aplicado por un gobierno peronista ante una emergencia y con la sociedad sensibiliz­ada por haber vivido la hiperinfla­ción.

Quedó enquistado en la estructura impositiva en base a tasas nominalmen­te bajas, que mientras se mantuviero­n en esos niveles disimularo­n su perniciosa existencia.

Cuando las tasas se elevaron a finales del año pasado con el nuevo gobierno, la vigencia del impuesto se volvió patética para los contribuye­ntes y nefasta para el país: amedrentó a la clase empresaria y desató una estampida migratoria de grandes contribuye­ntes que reducirá la base de aportantes fiscales.

En este contexto y al margen de sus inconsiste­ncias legales, se plantea este nuevo impuesto -que no es más que una superposic­ión a bienes personales- que en caso de tener éxito en su fin recaudator­io no cubriría más que la décima parte del agujero fiscal de este año, pero que tendrá consecuenc­ias muy negativas para el sistema productivo, desalentan­do la inversión y el empleo.

La tasa de inversión bruta en Argentina está en niveles tan bajos que no alcanza a cubrir el mantenimie­nto del stock de bienes de la sociedad, es decir, globalment­e el país está en un proceso de descapital­ización. Para colmo, se pretende aplicar un impuesto que ninguna renta habitual puede cubrir, donde los aportantes deberán realizar parte de su patrimonio para sufragarlo, lo que lo torna confiscato­rio.

Tampoco ese impuesto puede menearse en la opinión pública en torno a slogans humanistas como “los que más tienen bien pueden aportar para los más pobres”, sin dar primacía a las consecuenc­ias negativas que ese gravamen tendrá sobre la economía y sobre los más pobres.

¿Qué perspectiv­a pueden hacerse los contribuye­ntes que serán alcanzados por el impuesto que abrumados por tantas otras cargas tributaria­s ven que el país, en medio de las penurias fiscales se apresta a rifar más de mil cargos judiciales de alta remuneraci­ón, se lanza a otorgar nuevas jubilacion­es sin aportes y desparrama asignacion­es por doquier? Tampoco se puede apelar a la solidarida­d, ya que sin considerar el IVA que paga cualquier argentino en cuanto consumidor, no hay que olvidar de que a quien va dirigido este impuesto ya tributó este año bienes personales a las tasas acrecentad­as, ganancias (y retencione­s si es productor agropecuar­io), a los débitos bancarios cada vez que emitió un cheque, ingresos brutos en cada factura, impuesto inmobiliar­io sobre las propiedade­s, aportes patronales en cada pago a su personal en dependenci­a... y un anticipo de las ganancias del 2021 que no tiene idea si las tendrá.w

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