Sarasa oficial para responder a la inquietud de la gente por el dólar
Los funcionarios apelan a la sociológia o la psicología y evitan hablar de lo importante: la inflación y el temor de los ahorristas por su patrimonio.
gbazzan.clarin.com
La última tendencia de los funcionarios para explicar por qué la sociedad se pone cada vez más nerviosa cuando el dólar sube o, peor, cuando no puede acceder libremente -aún con topes mensuales- a los billetes con caras de presidentes de Estados Unidos, es acudir a explicaciones de corte sociológico o psicológico. Eluden, porque no les conviene, las explicaciones económicas o financieras.
El ejemplo más cercano es el del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero,
quien relacionó el interés por comprar dólares de los argentinos con capacidad de ahorro con una “pulsión”,
a una “cuestión cultural”.
Es el último aporte a una serie de definiciones de funcionarios de este Gobierno. El miércoles fue un día particular al respecto. El Presidente Alberto Fernández dijo que los argentinos “teníamos que acostumbrarnos a ahorrar en pesos”. La ministra de de Desarrollo Territorial y Hábitat, María Eugenia Bielsa, sumó lo que parece su propio desconcierto, al afirmar que “no hay ninguna explicación para que el metro cuadrado de las viviendas esté cotizado en dólares”. Llamativa definición, viniendo de una arquitecta, que debería entender cómo funciona el mercado inmobiliario.
Este jueves el presiente insistió con la idea de contraponer a buenos contra malos, a "funcionarios buenos que piensan en el bien del conjunto de la sociedad" con "los pícaros" que compran dólares y se lo llevan del país. El fantasma de la fuga es un colchón con 220.000 millones de dólares que están fuera del sistema financiero. Da lo mismo si afuera o adentro del país. Pero es posible que el grueso esté en cajas de seguridad, cajas de zapatos en el fondo de un placard, o cualquier otro tipo de escondite.
De hecho el propio titular del Banco Central dijo que el gran desafio es cómo lograr que ese colchón se vuelque a financiar el consumo y la producción. Miguel Pesce entendió que había que seducir a la gente: le dio más fluidez al dólar Bolsa, para que se puedan vender a un precio real (no el oficial, desde ya) los dólares en blanco que la gente tiene en lo bancos.
Ante lo evidente, afloran las explicaciones de estilo sociológico que insisten en adaptar la realidad a sus ideas y no al revés. Argumentan que la obsesión por el dólar es un fenómeno exclusivamente argentino, que en ningún país vecino se observa un comportamiento como el que se ve en este país. Desde ya, van al lugar común de que en las playas de Río de Janeiro importa más el valor de la caipirinha que el del dólar.
Es verdad que las monedas, todas, se devalúan cuando hay crisis globales. Pero eso no se traduce inmediatamente en una pérdida de poder adquisitivo de los consumidores, como
sí ocurre en la Argentina. De hecho por la estabilidad macroeconómica, la mayoría de los países de la región han logrado, todos, reducir las tasas de pobreza e indigencia. Lo contrario de lo que ocurrió en la Argentina.
En ningún momento se les ocurre a los funcionarios revisar qué pasa con la inflación y con el déficit fiscal en la Argentina. Eligen el camino de las explicaciones de plastilina, que se adaptan a sus preconceptos. La culpa de la inflación es de los supermercados o de los grupos concentrados. No de las políticas económicas.
Es ocioso tener que explicar por qué los argentinos con capacidad de acumulación, pequeña o grande, en determinadas circunstancias se vuelcan masivamente al dólar. Años de inflación alta y sostenida, variados ejemplos de confiscación de ahorros,
justifican por sí solos el fenómeno.
Lo interesante de estas expresiones de altos funcionarios es que buscan, si se permite, invertir la carga de la prueba: si crece la demanda de dólares o si las tasaciones de los bienes se hacen en dólares es por responsabilidad (culpa) de la gente, y no por el hojaldre de malas decisiones económicas que se van acumulando año tras años.
Lo más simple sería reconocer que hasta que no se solucione el problema de la inflación tal vez no haya otro camino, para la gente, que ahorrar en dólares.
El argumento de que las tasas de los plazos fijos son positivas respecto a la inflación, y es decisión del Banco Central mantener esa política, es válido. Pero se desvanece ante las escapadas del dólar, que en tres días pulverizan la rentabilidad de un plazo fijo a 90 días.
Una particularidad de la tensión cambiaria de estas semanas es que por una vez el Gobierno no les puede echar la culpa a los “especuladores de siempre”, y tampoco a que “las grandes manos del mercado” orquestaron un golpe financiero.
Esta vez el descalabro cambiario que se avecina fue consecuencia de una reacción totalmente lógica de cinco millones de ciudadanos que, comprando 200 dólares por mes, pusieron en jaque a las reservas del Banco Central.
En definitiva, las explicaciones y apelaciones oficiales se emparentan con las últimas declaraciones, involuntarias, por cierto, del ministro Martín Guzmán: sarasa.w