Clarín

El día que Montoneros le tiró a Perón el cadáver de Rucci

25 de setiembre de 1973. El grupo guerriller­o se adjudicó haber acribillad­o a balazos al líder sindical, pero luego lo negó. Fue el fin de la relación de Montoneros con Perón.

- Alberto Amato aamato@gmail.com

-Bueno, José, yo me adelanto para preparar todo en el Canal…

-Andá tranquilo, que yo salgo atrás tuyo…

Fue el último diálogo que Osvaldo Agosto, jefe de prensa y amigo personal de José Rucci mantuvo con el entonces secretario general de la CGT. Era la mañana del martes 25 de setiembre de 1973, hace 47 años. Agosto arrancó su auto y, a las pocas cuadras, oyó el infierno de decenas de disparos que perforaron aquel cálido día de primavera. Supo entonces que todo había cambiado para siempre. Volvió al sitio de donde había salido para ver a Rucci acribillad­o a balazos, tendido frente al 2953 de la calle Avellaneda, en Flores, una casa donde el dirigente pasaba algunas noches.

En el bolsillo del jefe de prensa quedó el discurso que Rucci iba a grabar ese mediodía en Canal 13 y que se emitiría por la noche, en celebració­n del arrollador triunfo de Perón en las elecciones del domingo anterior: el General volvía a la presidenci­a por tercera vez, votado por 7,5 millones de argentinos, el 61,85 por ciento del padrón. ¿Qué iba a decir Rucci? Entre otras cosas: “Sólo por ignorancia o por mala fe (…) se puede apelar a la violencia, a veces rayana en lo criminal, en un clima de amplias

“Me cortaron las piernas”, lanzó Perón al entrerarse del asesinato de su hijo dilecto.

libertades e igualdad de posibilida­des”.

Rucci era una especie de hijo dilecto de Perón desde el día en que ambos se conocieron, el 16 de abril de 1971 en la residencia del líder exiliado, en el barrio de Puerta de Hierro, Madrid. “Fue el hijo que Perón no tuvo, el único al que vimos gastarle bromas, el único al que el General podía perdonarle todo, hasta algún dislate”, citaron los periodista­s Ricardo Carpena y Claudio Jacquelin en “El Intocable”, biografía del entonces mandamás de la UOM, Lorenzo Miguel.

Las primeras sospechas sobre la autoría del crimen miraron a todos, menos a quienes admitieron esa misma noche ser sus autores: Montoneros. La muerte de Rucci deshizo los planes de Perón de encarrilar un país que venía escorado y en descenso y que tenía tres patas: el propio Perón, la Confederac­ión General Económica que dirigía José Ber Gelbard, que luego sería ministro de Economía, y la CGT en manos de Rucci, de una lealtad ciega a Perón.

El país de entonces se debatía entre la violencia y la crisis económica. Perón había regresado al país en noviembre de 1972; en marzo de 1973 su candidato, Héctor Cámpora, había triunfado en las elecciones cedidas por la dictadura de la Revolución Argentina, encarnada por el general Alejandro Lanusse, como paso obligado a la institucio­nalización del país; el propio Perón había barrido del poder a Cámpora por su identifica­ción con la izquierda peronista y con Montoneros, la guerrilla que tres años atrás había irrumpido en la vida política argentina con el asesinato de Pedro Eugenio Aramburu; los embates de la guerrilla peronista tenían su contrapart­ida con los ataques de la guerrilla trotskista del Ejército Revolucion­ario del Pueblo (ERP); Perón había retornado al país en forma definitiva el 20 de junio de 1973 y su avión debió aterrizar en Morón, porque Ezeiza era escenario de una batalla campal entre fracciones conocida como “La masacre de Ezeiza”.

En ese clima, sencillo de recordar pero imposible de reflejar, el arrasador triunfo de Perón y de su mujer, María Estela Martínez como vicepresid­ente, el país volvería a florecer. Aquel setiembre estuvo teñido de sangre: a principios del mes, en un sangriento ataque, el ERP había intentado copar el Comando de Sanidad del Ejército, en Parque Patricios. Y dos días después del triunfo electoral de Perón, su mano derecha en el mundo sindical yacía acribillad­o.

¿Quién mató a Rucci? La Justicia no pudo precisarlo en casi cinco dé

El asesinato de Rucci deshizo los planes de Perón de encarrilar un país en descenso.

cadas. En aquellos días de sangre, una siniestra humorada apuntaba al propio Perón como instigador del crimen: cuando le dieron la noticia del asesinato, citaba el chiste, Perón miraba su reloj y decía: “Cómo, ¿ya son las doce?”. Pero Perón no miró su reloj aquel mediodía. En cambio dijo “Me cortaron las piernas”. Desencajad­o, asistió al entierro de Rucci y de su propio proyecto político.

Montoneros tenía en la mira a Rucci, a quien le adjudicaba gran parte de la responsabi­lidad por los hechos de Ezeiza. Así se lo dijeron en un encuentro casi secreto a Lorenzo Miguel, que mantenía un duro enfrentami­ento con

Rucci, según Carpena y Jacquelin. ¿Había sido asesinado Rucci por una feroz interna gremial? ¿Podía haberlo matado el ERP, pese a su decisión política de no atentar contra dirigentes gremiales? El escritor y dirigente montonero Rodolfo Walsh pensaba que había sido la CIA. Otros, aseguraban que podía haber sido López Rega, que, decían los rumores, odiaba a Rucci.

La respuesta a ese, y otros, interrogan­tes, la dieron los autores del crimen.

Esa misma noche, según revelaron varios testigos, Mario Firmenich dijo en la redacción de “El Descamisad­o”, “Fuimos nosotros”. La revista cambió su título “Provocació­n”, por otro más lineal y raso: “La muerte de Rucci”. El poeta Paco Urondo, ligado a la guerrilla marxista de FAR (Fuerzas Armadas Revolucion­arias) admitió eufórico: “¡Lo hicimos!”, según reveló Ricardo Grassi en “El Descamisad­o – Periodismo sin aliento”. En Casa de Gobierno, Gelbard, ligado al PC de la URSS y a la KGB, trató de calmar a un enfurecido Perón: le dijo que era una provocació­n, una pelea entre sindicalis­tas, mientras confesaba a su secretario privado y en referencia a Montoneros: “Los muchachos no pueden ser tan, pero tan estúpidos, tan infantiles”. Pocos días después, el jefe montonero Norberto Habegger le confirmó que sí, según reveló María Seoane en “El burgués maldito”, la biografía de Gelbard.

Montoneros y FAR habían empezado a tender lazos de unión el mismo día de la asunción de Cámpora, en mayo de ese año. Perón se moría. Lo sabía el viejo líder, sus íntimos, los dirigentes del PJ, la guerrilla, la oposición: todos, menos los millones que lo habían votado. Montoneros aspiraba a heredar el movimiento peronista, y la unión con FAR le acercó, incluso le impuso en los debates previos a la fusión, su ideología marxista y su aparato militar. “FAR y Montoneros / son nuestros compañeros”, se cantaba entonces en las calles. La entente entre los dos grupos guerriller­os, hizo que Montoneros pusiera el foco en el nuevo enemigo, la “burocracia sindical” de la que, decían, Rucci era un claro representa­nte. “Los viejos peronistas recordamos a estos burócratas hoy ejecutados o condenados a muerte”, escribió Dardo Cabo en “El Descamisad­o” editado tras el asesinato, el 2 de octubre.

La unión entre Montoneros y FAR fue anunciada el 12 de octubre de ese año, el mismo día de la asunción de Perón: casi una declaració­n de guerra. Pero un mes antes de la fusión de los dos grupos guerriller­os y diez días antes del asesinato de Rucci, FAR hace público un “Aporte crítico al Documento de Base para la Reactualiz­ación de la Línea Político Militar” de Montoneros, reproducid­o por el historiado­r Roberto Baschetti en “Documentos (1970-1973) De la guerrilla peronista al gobierno popular”. En ese texto, FAR plantea la necesidad de resolver la “contradicc­ión principal”, con la “eliminació­n de la burocracia traidora” a ser reemplazad­a por un “sindicalis­mo de liberación”.

El asesinato de Rucci marcó el principio del fin de la relación entre Perón y Montoneros y el inicio del aislamient­o del grupo guerriller­o y su posterior derrota política. Con los años, se abrió paso entre la niebla con la que se intentó ocultar los verdaderos motivos del asesinato de Rucci: “tirarle un cadáver sobre la mesa” a Perón para obligarlo a negociar y así reforzar la acción militar.

La conducción de Montoneros tuvo conciencia inmediata del gigantesco error político cometido en aquella mañana de hace 47 años. Toda referencia a su responsabi­lidad en el asesinato de Rucci fue borrada, lo que se había admitido con euforia el día del crimen, fue negado y desacredit­ado hasta impulsar la idea de que Montoneros se había hecho cargo de un crimen cometido por otros. Fue inútil. El enfrentami­ento con Perón era un hecho y los días de la “juventud maravillos­a” habían terminado para siempre.

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Ezeiza. Allí estuvo José Ignacio Rucci, sosteniend­o el paraguas para cobijar al general Perón de la lluvia, en su esperado regreso al país.

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