Clarín

Ojos rojos, vecinos en riesgo y llamas que amenazan a los barrios de Villa Carlos Paz

Clarín pasó un día con los bomberos y vecinos que están en el frente, intentando que el fuego no se devore las viviendas. Agotados y sin dormir, no bajan los brazos.

- Fernando Agüero sociedad@clarin.com

La sonrisa de la mujer que sirve el mate cocido puede adivinarse detrás del barbijo con estampas de flores. Las camionetas y autobombas de Bomberos no dejan de ir y venir al centro de operacione­s levantado en San Antonio de Arredondo para cargar provisione­s y seguir en la lucha contra el fuego, que comenzó el lunes en un barrio del sur de Villa Carlos Paz y lleva cinco días de avance desenfrena­do.

En el punto de encuentro, sobre la ruta 14, bomberos con los ojos rojos y el cuerpo marcado por el hollín llegan exhaustos a buscar un trozo de pan, una taza de café o mate cocido o la ración diaria de comida. Llevan cuatro días con pocas horas de sueño, cargados de adrenalina y tensión.

Con las manos vendadas, Federico Achaval (29) es uno de los bomberos que sufrió heridas enfrentand­o las llamas este lunes. Podría haberse quedado en su casa, pero quiso estar cerca de sus compañeros y ayudar en algo.

“El fuego venía directamen­te a una zona con casas y nos metimos. No me di cuenta de la temperatur­a que había hasta estar ahí, y me quemé las manos con la radiación”, dijo. Contó que sentía el calor en las manos pero seguía adelante. “Tuve quemaduras de primer y segundo grado. Lo que más me duele es no poder hacer nada ahora. Son días muy duros para mí porque no puedo ayudar a mis compañeros”.

Todo comenzó el lunes en un cerro de la cadena montañosa que rodea Carlos Paz, sobre el barrio Sol y Río. El “humito” se podía observar desde el centro y nada hacía presagiar las complicaci­ones que traería. El viento norte de más de 30 kilómetros por hora y la fuerte sequía hicieron el resto.

Las llamas se propagaron rápidament­e hacia la vecina localidad de San Antonio de Arredondo. Pusieron en riesgo viviendas y vidas. Convirtier­on en cenizas miles de hectáreas de monte. Ayer el foco seguía su avance por la misma cadena montañosa hacia San Clemente, un paraíso al pie de las Altas Cumbres y del Parque Nacional Quebrada del Condorito.

En otra zona del Valle de Punilla, un incendio de una magnitud monstruosa se dirigía anteayer a la Pampa de Oláen tras causar cuantiosos daños ecológicos desde su inicio, el martes, en Cuchi Corral (La Cumbre), la meca de los parapentis­tas. Los cálculos oficiales hablan de 16 mil hectáreas arrasadas desde este lunes.

En la tarde del miércoles, la ciudad de Carlos Paz pareció estar debajo de una cúpula en la que se respiraba el humo y las cenizas de uno de los incendios más terribles de los últimos 10 años. El miedo al contagio de coronaviru­s quedó a un lado y cientos de vecinos llegaron con bidones de agua, comida, frutas para dejar como donación para los bomberos tras cuatro días de intenso trabajo. Muchos también prestaron su esfuerzo en el combate mano a mano contra el fuego.

“Contratamo­s un flete para traer agua y donaciones para los chicos que están trabajando”, dijo una señora mientras bajaba de una camioneta alquilada para llegar hacia uno de los focos ubicados sobre barrio Las Rosas, en el sur de la ciudad.

Con líderes espontáneo­s que daban órdenes para acomodar las cosas y prestar ayuda, los vecinos colaboraro­n con lo que estuvo a su alcance para que el fuego no llegue a la zona poblada. El ruido de los aviones hidrantes se escuchó toda la tarde entre las operacione­s de carga de agua en el lago San Roque y la descarga en las montañas en llamas.

Esteban Ávila abre la tranquera y vuelve a subirse a la unidad de Bomberos de Icho Cruz, una camioneta cuatro por cuatro equipada para entrar en acción en lugares en donde las autobombas no llegan. Esteban es bombero, pero también es el hijo de Omar Ávila, el dueño de este campo en el paraje Las Jarillas, que se dedica

a la cría de animales. “Estoy orgulloso de mi hijo, que encontró esta hermosa vocación de servir”, dice el hombre que acaba de llegar del monte en donde macheteó ramas para hacerle más difícil el paso a las llamas.

El foco se observa a lo lejos, detrás de una hilera de altos eucaliptos, y los Ávila no parecen tener miedo. “Hoy me toca defender mi casa, pero desde hace más de siete años trabajo para servir al resto”, señala Esteban. A unos metros, Diego Sánchez, el jefe de la dotación, mira hacia la columna de humo que se observa a unos tres kilómetros de la chacra.

Diego es diseñador gráfico. En los últimos cuatro días sólo volvió unas horas a su casa en Icho Cruz para dormir un rato en una cama. “No pude quedarme mucho, la ansiedad me llevó de nuevo al centro de operacione­s para saber hacia dónde teníamos que salir”, dice. Y agrega: “Lo que hacemos es una pasión que se contagia, se hereda y es muy común que haya familias con varios bomberos”.

En agosto se quemaron unas 40 mil hectáreas en Córdoba sólo en zonas serranas. Un incendio iniciado en el norte provincial atravesó departamen­tos y llegó hasta Capilla del Monte, quemando al menos 20 casas.

Ayer, el vicegobern­ador, Manuel Calvo, visitó San Antonio y contó a Clarín que hay más de 400 bomberos voluntario­s por turno trabajando, con 10 aviones hidrantes y dos helicópter­os. También estuvo en el lugar el ministro de Medio Ambiente de la Nación, Juan Cabandié.

En los incendios de la última semana, se calcula que Córdoba perdió 22 mil hectáreas de monte nativo. Sumando los anteriores de este año y los ocurridos en áreas de la región llana, no menos de 70 mil hectáreas se sumarían a la estadístic­a. Es el peor año desde el fatídico 2013, cuando se quemaron 152 mil hectáreas. ■

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CHARLY SOTO/REUTERS Cuerpo a cuerpo. Los bomberos llevan cinco días de trabajo intenso. En la zona operan más de 400 por turno, apoyados por 10 aviones hidrantes y dos helicópter­os.
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YANI AGUIRRE Como se pueda. Cargando agua y comida, la gente ayuda.
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Las heridas del calor. Federico, un bombero, tuvo que salir del frente.

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