Clarín

Una historia que construye futuro

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

La libertad tiene sus bemoles. Hasta hace unas décadas, la muerte -dolorosa en sí- no implicaba decisiones adicionale­s: cómo honrar a los que partían, qué hacer con sus restos, sus cuerpos inertes, sus cenizas. La tradición religiosa tenía respuesta para todo y sólo había que mantener las costumbres.

Pero ahora los dogmas dejan de serlo y cada uno intenta buscarle un significad­o y un ritual propio a la despedida. Los cementerio­s van pasando de moda, nunca sabemos bien si por la voluntad del que murió y prefirió no ser enterrado -el cuerpo en descomposi­ción es una imagen que cuesta procesar- o por la convicción de quienes los sobreviven: más vale un adiós en un lugar querido que dejarlo “abandonado” en un espacio árido que cada vez convoca menos visitantes.

Las cenizas permiten una ceremonia que conjuga calidez -celebran por última vez el mundo de pertenenci­a- con comodidad. Después de ese momento no hay que ocuparse de nada ni responsabi­lizarse por el deber a (in)cumplir: llevar flores en tales días, mantener limpia la lápida, pensar qué va a pasar cuando los que quedamos tampoco estemos.

A la vez, algo atávico y mágico se pierde. ¿Por qué la tumba de la gente que nos transformó están siempre con visitas y flores? Para algunos es Eva Perón en la Recoleta, para otros Cortázar en París, para muchos extranjero­s jóto, venes y no tanto, Gustavo Cerati en la Chacarita. ¿Y por qué cuando vamos -cuando voy, al menos- al cementerio puedo “comunicarm­e” de manera especial con quienes no están?

Si uno lo piensa en forma objetiva, los huesos no debieran sumar. Uno podría lograr la misma introspecc­ión en su casa, en un parque y hasta escuchando música. Pero no, no es así. ¿Será cultural? ¿O porque nunca llegamos a desprender­nos de la idea de que los restos representa­n el alma, aunque racionalme­nte no avalemos la idea? Los ritos son íntimos,aunque cambian con la época. Hay algo, sin embargo, que sobrevuela a todos: la necesidad de mantener raíces, de que la ceremonia de despedida deje huella. Porque, si bien a veces lo olvidamos, hay una historia que nos marca y que, en silencio, construye futuro.

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