Hoteles que resultan una gran experiencia
Un destino se vive no sólo a través de los paisajes o los paseos. El alojamiento es un punto clave para generar buenos recuerdos, tanto por su historia o su ubicación como por las comodidades o el servicio.
La pandemia y la imposibilidad de viajar nos hacen soñar con lugares en los que estuvimos o que quisiéramos conocer. Recordamos nuestro hotel favorito, nos tentamos con fotos de otro. Establecimientos que se lucen por el paisaje que los rodea, la infraestructura, por cómo nos trataron o los momentos vividos. El imperdible desayuno del Llao Llao en Bariloche. La onda del hostel El Gualicho, en Puerto Madryn, con jardín, hamacas paraguayas y espacios compartidos. Un paseo en lancha con una merienda flotando en los Esteros del Iberá mientras cae el sol: parte de la experiencia ultra personalizada de Puerto Valle. La potente postal de las sierras de Córdoba -qué tristeza los incendios- desde una cabaña en Umbral del Sol, Villa Giardino. La piscina musical, climatizada y de borde infinito en Arakur y la vista de Ushuaia. La sensación de hogar en Morada del Arroyo en Colón, Entre Ríos. Podemos cruzar fronteras y seguir: cada vez que bajábamos a desayunar en el hotel Galata Istanbul MGallery nos quedábamos pegados a la ventana frente al Cuerno de Oro y las siluetas de las mezquitas de Estambul. La sensación de dormir entre paredes llenas de historia en el Hostal de los Reyes Católicos, que nació en 1499 como hospital de peregrinos en Santiago de Compostela, España. En Dubái, dos extremos, mucho lujo: el JW Marriott Marquis -hasta hace poco el hotel más alto del mundo- con su vertiginoso ascensor vidriado. Y, con los pies más en la tierra, el Al Maha Desert Resort: habitaciones decoradas como tiendas beduinas, ¡piscina privada! y un horizonte de dunas infinitas.
En estos días de cuarentena me vuelven aquellas imágenes de África, y sueño con volver. De cuando atardecía en Zambia y salimos al balcón de nuestra habitación, ante un césped muy prolijo y verde, a pocos metros del mítico río Zambeze. Escuchábamos el rumor de las Cataratas Victoria, a unos 500 metros, cuando un par de cebras se aparecieron muy cerquita y nos pegaron un buen susto.
Veníamos de recorrer Sudáfrica y Botsuana, y luego de pasar por la ciudad de Livingstone, nuestro destino era el Royal Livingstone Victoria Falls Hotel.
Las habitaciones con vista al río, la piscina a orillas del Zambeze, el spa las mesas desde las que se divisa la nube de vapor de las cataratas, y actividades como un viaje, cena incluida, en el antiguo tren Royal Livingstone Express -con su vieja locomotora a vapor y sus vagones decorados en madera- y un vuelo en helicóptero para ver en perspectiva cómo el río que corrre tranquilo por la planicie se desploma de pronto por un procipicio de más de 100 metros y sigue, furioso, por un profundo cañadón, en la frontera entre Zambia y Zimbabue.
Y al regresar, el sorprendente english tea, con tortas, budines, scones… como en Londres pero a pleno sol, con más de 30 grados y a metros de una de las maravillas naturales del mundo.
Caminamos hasta el parque Mosi-oa-Tunya (“El humo que truena”), con un estruendo cada vez más ensordecedor. En el puente Knife Edge, sobre un profundo abismo, abrimos los brazos y nos dejamos empapar -abrazar- por el Zambeze, el espíritu salvaje de África.