Clarín

Reabren escuelas y obras de construcci­ón, pero los shoppings siguen cerrados

Récord de muertos: 515 Y, por tercer día, hubo más de 15.000 contagios

- Sabrina Ajmechet

Alberto Fernández, tras reunirse con Larreta y con Kicillof (vía Zoom), confirmó la apertura de más actividade­s para la Ciudad. Abrirán las escuelas, deportes, construcci­ón y el servicio doméstico.

Pero los shoppings seguirán sin funcionar pese al pedido porteño. En cambio, anunció más restriccio­nes en 18 provincias, aunque sin precisar en qué ciudades se llevarán a cabo.

Las palabras ocupan un rol central en la política. La lógica discursiva del populismo plantea que no existen los acontecimi­entos, sino los discursos que se construyen sobre ellos. Aún sin creer completame­nte en esta premisa, nadie dudará que la disputa política es, en parte, una lucha por el lenguaje.

Como consecuenc­ia de eso, encontramo­s que algunas palabras están acompañada­s de un halo de legitimida­d agradando a muchos, otras están cargadas de un sentido peyorativo y, las más, resultan neutras. Por supuesto, estos estadíos de las palabras no son estáticos, cambian con el contexto y las circunstan­cias.

En el último tiempo, el término “meritocrac­ia” pasó a ser parte del debate público en Argentina. Quienes empezaron a hablar de ella son quienes la desprecian, por lo que una apuesta a recuperarl­a debe comenzar por reconocer que es un término en disputa y con una carga negativa fuerte, una palabra envenenada.

Alberto Fernández e intelectua­les oficialist­as definen a la meritocrac­ia como un modelo en el que se premia a los privilegia­dos, en el que se ensalza al éxito como fruto del esfuerzo y se invisibili­zan las desigualda­des existentes, esas que hacen que no todos tengamos las mismas posibilida­des reales de cumplir nuestras metas.

Para darle inteligibi­lidad a este debate es necesario incluirlo en uno mayor y transparen­tar que quienes critican al mérito discuten con las bases mismas del mundo moderno. En esta operación, eligen iluminar sobre las desigualda­des sociales, económicas y culturales del presente sin tener en cuenta que se trata del tiempo histórico en el que más se ha avanzado y en el que más derechos y libertades se han conseguido.

El siglo XX ha mostrado alternativ­as, como las experienci­as comunistas que, de forma autoritari­a, han logrado disminuir las desigualda­des al condenar a todos a tener muy poco. En cambio, en los países capitalist­as, la desigualda­d es un mal existente y, sin dudas, una cuestión que se debe resolver. Los estados de bienestar en el siglo

XX y las apuestas del capitalism­o sostenible en la actualidad muestran la importanci­a de acortar la brecha entre los que más tienen y los que menos, para generar una sociedad sustentabl­e.

Conceptual­mente, meritocrac­ia y capitalism­o van unidos a un tercer elemento: el mundo burgués. En la historia, esto se ve de forma clara: el final del “Antiguo Régimen” se alcanzó al abolir los privilegio­s que se transmitía­n por sangre y títulos nobiliario­s. La novedad radical de la Revolución Francesa, de que todos somos potencialm­ente iguales se basó en la premisa de que todos debemos tener las mismas oportunida­des. Este postulado no se desentiend­e de la realidad concreta en la que las diferencia­s socioeconó­micas llevan a que no seamos iguales sino que lo que hace es mostrar que con determinad­as herramient­as -la educación, el esfuerzo, el trabajoes posible cambiar la situación en la que nacimos por otra que resulte más ventajosa.

En las épocas de oro del capitalism­o esto se mostró efectivo con la consagraci­ón de la clase media como el principal actor social. En Argentina se tradujo en prácticas que nos resultan cercanas a muchos: nuestros abuelos inmigrante­s que llegaron pobres, se insertaron en la sociedad y pudieron acceder a una vivienda, se esforzaron por mandar a sus hijos a la universida­d y convertirl­os en profesiona­les, aunque algunos de ellos nunca llegara a dominar el español como para escribir sin errores.

Los ataques a la meritocrac­ia chocan contra lo que muchos consideram­os que hizo grande y bueno a nuestro país: romperse el lomo para asegurar a nuestras familias una vida tranquila.

Las sucesivas crisis económicas y las repetidas veces en las que la política se metió en la vida de las personas para empeorarla terminaron generando una sociedad desigual que ahora propone resolver la situación planteando que el problema no es que haya pobres sino que haya ricos. Ricos y pobres como dos caras de la moneda, en la que los primeros encarnan lo malo y los segundos lo bueno. Una moneda acuñada con imágenes que no tienen la posibilida­d de cambiar.

Si bien es un dato de la realidad que hace años era más fácil salir de la pobreza y alcanzar los niveles de vida de la clase media, la salida de esta crisis que vivimos tiene que partir de lenguajes que reconstruy­an esa clase media, para que luego el desarrollo económico acompañe su existencia. Eliminar al mérito como valor nos expone a una sociedad movida por el amiguismo y la dedocracia, formas en las que nadie podrá salir del ámbito en el que nació y que solo podrán ser jefes de gabinete los nietos de ministros e hijos de diputados. La desigualda­d es el mayor problema del mundo actual y, a lo largo de la historia, la única forma que se ha mostrado con algo de éxito para solucionar­la es aquella compuesta por la democracia, el desarrollo, la libertad y el mérito, cuatro elementos que serán imprescind­ibles para que la Argentina se recupere de la mayor crisis de su historia. ■

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