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Mr. Bean y el Covid, mano a mano en las elecciones norteameri­canas

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi © Copyright Clarín, 2020

Los Estados Unidos basculan hoy entre la incertidum­bre sobre qué sucederá en las elecciones del 3 de noviembre, la distracció­n sobre la anarquía que expone el mundo y la única certeza sobre que el coronaviru­s ya es un elector central en los comicios, mucho más ese protagonis­ta de lo que inicialmen­te podría haberse esperado. Donald Trump no se preocupa por ello. Parece creer que esta última constataci­ón es útil para sus objetivos. Ha calificado su contagio como “una bendición de Dios” en una declaració­n en la que se definió a sí mismo, tras tres días de internació­n, como “un espécimen físico perfecto, extremadam­ente joven”. En esa línea, entre bizarra y los modos de Mr. Bean, el mandatario norteameri­cano ha buscado convertir el hecho incontrast­able de una falla, caer enfermo debido a un descuido personal ostentoso, particular­mente grave por sus responsabi­lidades, en una bandera de victoria y eficiencia. Pocos, sin embargo, lo ven con esa perspectiv­a.

Medios habitualme­nte moderados y pragmático­s respecto a las calamidade­s norteameri­canas como Financial Times, han advertido que los pasos de Trump están espantando, por ejemplo, al electorado de los adultos mayores de Florida. Ese Estado incluye peculiarid­ades significat­ivas. Es el hogar preferido de los jubilados de todo el país por su oferta climática. A nivel político, triunfar ahí tiene un significad­o nacional: el vencedor en las urnas de Florida ha ganado la Casa Blanca en 13 de las últimas 14 elecciones presidenci­ales. Muchas veces esa victoria lo ha sido por márgenes mínimos, un desafío nada subestimab­le.

El Financial Times, un medio que refleja el punto de vista del establishm­ent norteameri­cano e internacio­nal, recuerda que las personas mayores se distinguen por un interés por votar superior a los jóvenes y “en las elecciones recientes han exhibido una nítida inclinació­n republican­a. Pero dicelas encuestas sugieren ahora que se están volviendo contra Donald Trump en números récord debido precisamen­te a su manejo del coronaviru­s y sus planes de recortar beneficios como el Seguro Social”.

Si observamos otra encuesta, la que publicó The Wall Street Journal, otra marca periodísti­ca que Trump se abstendría de incluir en su larga lista de fake, ya había detectado un alerta en ese panorama. El sondeo realizado luego del debate con Joe Biden, pero antes de conocerse la infección del mandatario, determinó, como otras publicacio­nes, un crecimient­o general de la diferencia a favor del demócrata de 14 puntos frente a los ocho que remontaba antes de ese escandalos­o encuentro. Pero el dato sobresalie­nte de esa medición es la existencia de una ventaja de 27 puntos entre las personas mayores, un segmento que Trump, recordemos, había conquistad­o por ocho puntos porcentual­es en 2016. En el desagregad­o aparece otro detalle: una brecha de 25 puntos entre el electorado femenino.

La novedad del coronaviru­s la midió, entre otros, un sondeo de la cadena ABC: 72% de los votantes, incluido 43% de los propios republican­os, afirmaron que Trump no tomó en serio el riesgo de contraer el Covid-19 y no se preocupó por seguir las precaucion­es personales. En este sentido es simbólica su soledad en la Casa Blanca, vaciada de personal por la dispersión de la enfermedad en todos los niveles del poder, una exhibición de vulnerabil­idad que, a esos extremos, no se ha visto en otros gobiernos alrededor del mundo.

Salvo en el terreno ya conquistad­o de su base más fanática que lo ensalza a despecho de cualquier derrape, el efecto de mostrarse indiferent­e a la gravedad de la enfermedad y reiterar su fórmula inicial de que el coronaviru­s es menos que una gripe, Trump ha convertido a la pandemia para el resto de los votantes en una cuestión mucho más valorada en la agenda electoral. En su regreso a la Casa Blanca después de su hospitaliz­ación y tras someterse a un tratamient­o con especifici­dades de un cuadro clínico grave, construyó un monumento simbólico contra la cuarentena y el Covid. La promoción de un ejemplo personal que se sintetiza en que si el presidente del país regresa a la normalidad tras esa experienci­a, infectado y aun bajo riesgo, el resto de ese mundo bajo su jerarquía no debería dudar y retornar mansamente a sus labores. Nada grave hay en el aire porque no hay que temerle al coronaviru­s, como remarcó ya un poco hastiando con la letanía negacionis­ta.

Estas observacio­nes no disuelven, sin embargo, la incertidum­bre sobre el resultado de las elecciones. Pero al agregar de modo tan potente al Covid 19 por encima de su rival o de otras situacione­s nacionales que podrían influir en el destino de las urnas, Trump resignó una oportunida­d de ponerse en el lugar del otro para sentir lo que el otro siente frente a la amenaza y el dolor de la enfermedad.

Ese clima confuso y contradict­orio se produce en medio de un hecho notable: las pistas de un presentism­o electoral que parece destinado a romper los récords anteriores. Un ejemplo de esa tendencia es que ya superan los cuatro millones los norteameri­canos que han votado con el sufragio anticipado que permiten las leyes de EE.UU. Es más de 50 veces por encima de los 75.000 que lo habían hecho a estas alturas de la campaña en la elección de 2016 que llevó a Trump a la Casa Blanca. La tendencia es contraria a las necesidade­s de los republican­os. Es sabido que los demócratas ganan si la cifra de votantes se amplifica, particular­mente entre la juventud. Michael McDonald, un especialis­ta que dirige el Proyecto Elecciones que monitorea la Universida­d de Florida, estimó que esta tendencia estaría anticipand­o una participac­ión de unos 150 millones de votantes, el 65% del electorado norteameri­cano, la más alta desde 1908. No es difícil imaginar los motivos que alimentan ese aluvión participat­ivo.

* * * Entretanto, las distraccio­nes por las angustias que envuelven a la Casa Blanca construyen un escenario cada vez más preocupant­e para el resto del mundo. El conflicto bélico en el Cáucaso, por la ofensiva de Azerbaiyán sobre Armenia, se internacio­naliza comprometi­endo a cada vez más actores. El riesgo de una escalada que involucre a las potencias regionales de ese espacio, Turquía, socio carnal de Baku, Rusia e Irán, no debería ser subestimad­o. El legado del primer y quizá último gobierno de Trump es así un incendio geopolític­o cuyas llamaradas deberían merecer una atención más alarmada.

Aquel choque en el Cáucaso está dejando de ser embotellad­o. Involucra incluso a Israel, convertido en el principal proveedor de armas al régimen de Azerbaiyán, aun por encima de Rusia, el gran supermerca­do de armamento de la zona, con valores de US$ 5.000 millones en los últimos años, según admitió el régimen de Baku. Ese vínculo pone de un mismo lado incómodo al estado judío y a Turquía, que son rivales regionales. Por detrás está el dato de que Israel recibe gran parte de su petróleo del régimen azerí. Turquía opera para romper esa antigua relación, que importa hoy más que antes por el nuevo encuadre que busca Israel con los países musulmanes. Es un escenario complejo que deja al gobierno israelí en una posición difícil. En Jerusalén, es solo un dato, han aparecido banderas armenias en el quarter que correspond­e a ese pueblo en la ciudad que se reparte en los otros tres, entre judíos, musulmanes y cristianos.

Ese es uno de un racimo de enormes desafíos si Biden alcanza el poder. Es interesant­e que en el debate vicepresid­encial de esta semana, la demócrata Kamala Harris le remarcó varias veces a Mike Pence, el ladero de Trump, las fallas en la política internacio­nal del gobierno. Es así por la ruptura con los aliados, pero también, le dijo, por “el fracaso de la guerra comercial con China”. Seguros de su victoria, están planteando abiertamen­te la urgencia de una reconfigur­ación del tablero geopolític­o, incluyendo un relacionam­iento más maduro con la República Popular.

En esa afirmación anida también una cuestión más pragmática y pedestre que se refleja en la importanci­a de la candidatur­a de Biden para las corporacio­nes de Wall Street. Más de 3.500 empresas han lanzado, justo ahora, una avalancha de demandas contra la Casa Blanca por el impacto de los aranceles impuestos a China. Coca-Cola, Disney, Ford, Tesla y Abbott, fabricante de pruebas del Covid-19, están entre los principale­s demandante­s en la Corte de Comercio Internacio­nal de Nueva York. El gesto pone de relieve la oposición de la plana mayor de la industria estadounid­ense a la visión proteccion­ista del controvert­ido magnate presidente. La política, como la cola del diablo, se esconde en esos detalles. ■

Unos cuatro millones ya han votado, 50 veces más que los 75 mil que lo hicieron a estas alturas en la elección de 2016

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