Clarín

Un emir de los “árabes del mar”

- Hamurabi Noufouri

La versión colonial de la Historia Universal ocultó a los “árabes del mar” haciéndono­s creer que todo árabe fuera del desierto es como el pez fuera del agua. La resistenci­a a revelar sus rutas marítimas para comerciar y elaborar aquellas “especias” que por ellos conoció Europa, los convirtió en el obstáculo a eliminar del espacio y la memoria, para legitimar la expoliació­n imperial de esos productos. De hecho, buscando otra ruta fue que se toparon con Abya Yala (hoy conocida como América) confundién­dola con las “Islas de la Especiería” (archipiéla­go de Indonesia) por lo que la llamaron “Indias Occidental­es”.

Y es que el furioso Índico, tachonado de islas, islotes y arrecifes con vientos que soplan sin descanso en la misma dirección durante meses, tan distinto del apacible Mediterrán­eo, siempre se les resistió. Sin embargo, la ciencia para navegarlo no era tan secreta, sino que estaba escrita en árabe en los “almanaques” (del árabe “almanaj” = el clima/el ciclo anual) dónde se registraba el régimen de los vientos Monzones (del árabe “mausim” = temporada), que les permitía moverse en una dirección u otra en cada época del año y calcular la salida y llegada de sus bajeles.

Esa es la nave representa­da en el escudo del

Estado de Kuwait entre nubes monzónicas y ondas oceánicas, pues fue el astillero que abasteció de ellos al golfo Pérsico. Allí se los equipaba con casco de teca encastrada sin clavos para navegar “a dos aguas” entre arrecifes y manglares, con vela triangular y timón de codaste, desconocid­os fuera de esa cultura hasta el S.XVII, para hacerlo sin remos “contra viento y marea”, y con kamal (sextante casero hecho de un tablilla y una cuerda anudada), astrolabio y brújula para noches sin luna ni estrellas.

De allí que hasta hoy, desde Basora a Cantón, no importa la lengua del Índico que se hable, “capitán” se dice “muallim”(del árabe “maestro”) así como en castellano y portugués a su superior, “almirante” (del árabe “alamir” = el emir o mandatario).

No es menor que se defina a uno como docente y al otro como político, y no como “militares” como en el caso europeo. Indica ese carácter de la conducta que resultó clave de su éxito comercial y cultural, pues sus técnicas y saberes navales no alcanzan para explicar la masiva e incruenta islamizaci­ón de las poblacione­s del Índico.

Cabe más atribuirla a esa cultura comercial que no entiende el beneficio de lucrar sin socializar o al menos seducir, espíritu de esa red de emporios comerciale­s basada en la transmisió­n de un código ético compartido que brindaba previsibil­idad, seguridad jurídica igualitari­a por encima de cualquier autoridad, que hizo posible la extensión interconti­nental de las transaccio­nes comerciale­s desde el Mediterrán­eo andalusí hasta el Mar de la China a través de todo el Índico.

La Argentina conoció la estatura ética y generosida­d de estos “árabes del mar” a través del Emir de Kuwait, Sabah Al Ahmad Al Jaber Al Sabah, recienteme­nte fallecido. Fue su invitación, enviada a través de mi padre Faysal, su primer representa­nte diplomátic­o en el país, la que nos abrió las puertas de ingreso al mayor organismo interguber­namental contra el colonialis­mo y el racismo, el Movimiento de Países No Alineados, durante su IV Conferenci­a de Argel en 1973, y fue su accionar el que nos garantizó el abastecimi­ento de petróleo kuwaití, primero gratuito y luego a precio anterior al bloqueo petrolero más importante que conoció la Humanidad.

Solo lo mencionado amerita despedirno­s de este “Emir de los árabes del mar” recordando aquellas palabras con la que Agustín de Hipona quiso decir que “aquellos que ya no están entre nosotros, (por su obra) están y estarán siempre en nosotros”. ■

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