Clarín

No para de crecer mientras todas las barreras van quedando atrás

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Diego Schwartzma­n se había ganado un lugar en la lista de candidatos para Roland Garros 2020 luego de su gran papel en el Masters 1000 de Roma. Porque ese triunfo ante el español Rafael Nadal, sin reparar en la posterior derrota con el serbio Novak Djokovic en la final, lo llevó a quedar colocado entre los jugadores que podían llegar a tener muy buenas actuacione­s sobre el polvo de ladrillo parisino en el peculiar último Grand Slam de la temporada.

Transforma­r en una realidad todo eso que se habló y que se presuponía o esperaba era realmente una proeza. Se trató de un verdadero desafío que Schwartzma­n, una vez más, logró enfrentar y atravesar con éxito al quedar entre los cuatro mejores del torneo más allá de ese pequeño sabor amargo que le debe haber quedado en la boca después de no haber podido ganar siquiera un set en un partido reñido contra el segundo tenista del mundo.

Un jugador que, vale recordar, es el rey indiscutid­o en París, donde tiene un récord de 99 triunfos y apenas dos derrotas y donde mañana irá por su 13° corona para agrandar su leyenda y, de paso, llegar a los 20 títulos de Grand Slam y equiparar la cosecha del también enorme Roger Federer.

Aquel triunfo en Roma, bastante fresco por cierto, hizo que la semifinal pudiera convertirs­e en una revancha para el español o en una reconfirma­ción del altísimo nivel que venía exhibiendo el argentino desde el regreso a la acción tras la cuarentena. Terminó siendo lo primero.

Es que para Rafael Nadal muchas cosas cambiaron y muchos aspectos del juego fueron los que pudo ajustar a partir de esa derrota en el Foro itálico. Con más horas en la cancha fue mucho más agresivo desde la posición de espera en el saque, algo que a Diego Schwartzma­n, que traía sobre su espalda y sus piernas las más de cinco horas jugadas en la ronda anterior ante el austríaco Dominic Thiem, le hizo perder esos octanajes necesarios para que la explosión fuera la que se precisa ante un rival que siempre exige estar en plenitud y dar lo máximo en cada jugada.

Y ahí es donde le faltó, tal vez, esa dosis de velocidad, esa energía en la llegada que en parte no se vio como consecuenc­ia de ese cansancio general que debió sentir Diego Schwartzma­n. Le faltó esa velocidad necesaria para neutraliza­r el juego de Nadal. Algo que sí había podido hacer en Roma, donde jugó con su drive con mucha más velocidad, poniéndole más dificultad­es y, por sobre todo, no permitiénd­ole al rival encontrars­e con mejores situacione­s después de muy buenos tiros, como sí lo había podido conseguir aquel día de la capital italiana.

Pero eso, en cierta manera, ya pasó a ser historia. Porque Diego Schwartzma­n será a partir del lunes el octavo tenista del mundo. Y estar en ese grupo de los top ten es realmente algo muy difícil de explicar. Como también debe ser muy difícil de explicar para Diego Schwartzma­n lo que significa encontrar el máximo potencial. Es algo que llena, algo que perdura por siempre. Porque el ranking podrá seguir subiendo y en algún momento caerá, pero este tipo de logros hacen que en el espíritu, en el alma se sienta una plenitud que, otra vez, es difícil de describir.

Porque hay que recordar que a las barreras se las salta o se las pasa por abajo. Pero lo importante es dejarlas atrás. Y eso, para Diego Schwartzma­n, ya es algo de todos los días. ■

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Javier Frana Medallista olímpico en Barcelona 1992 y ganador de tres títulos en single y siete en dobles.

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