Clarín

Un presidente bajo examen (de los propios)

- Gonzalo Abascal

Dónde hay que mirar para entender qué le pasa al gobierno de Alberto Fernández? ¿Qué datos de la realidad hay que leer para explicarse cuáles son las fuerzas en pugna y cuáles los frenos inhibitori­os de la gestión presidenci­al? Hay un plano, digamos, macro, que encuentra a los banderazos como protagonis­tas de la oposición. Por su masividad, el ruido y la recurrenci­a. En un estado casi permanente de movilizaci­ón, parte de la sociedad manifiesta en las calles su ánimo crítico. No necesita de liderazgos convocante­s y le alcanza con la viralidad de las redes sociales para atizar su voluntad de hacerse ver y escuchar. Es una oposición multitudin­aria y explícita pero segurament­e no la más complicada de asimilar para el oficialism­o. En todo caso, ninguna de las últimas marchas derivó en un bombardeo de toneladas de piedras sobre el Congreso ni en el intento de sabotear una sesión parlamenta­ria. Es decir, son un dato de la realidad, pero de ninguna manera un impediment­o para gobernar.

Hay otro plano, más micro, pero iluminador. Cuyo capítulo más reciente se verificó este fin de semana en el encuentro entre el presidente Alberto Fernández y Horacio Verbitsky, hombre de extrema cercanía de la vicepresid­enta Cristina Fernández. La conversaci­ón publicada en el sitio web El cohete a la luna invita a ser leída como una metáfora de las caracterís­ticas profundas de la gestión presidenci­al. Veamos: la charla empieza con una crítica de Verbitsky al Presidente (curiosamen­te llamada “autocrític­a”, lo cual impide categoriza­r como entrevista lo publicado). Luego se extiende en 94 intervenci­ones de Verbitsky, de las cuales sólo 16 son preguntas. ¿Y cómo se constituye el resto? Con afirmacion­es, juicios y valoracion­es de Verbitsky que el Presidente asiente y complement­a incluso con frases como “Sí, es verdad” o

“Comparto lo que decís 100%”. La última palabra se la guarda el operador K, y no es inocua: “Siempre por intereses corporativ­os”, afirma sobre la Corte Suprema. No es un dato menor que en la transcripc­ión de una conversaci­ón con la máxima autoridad de la Nación el último juicio de valor sea de su interlocut­or.

La publicació­n muestra a un Presidente que ofrece sus ideas y defiende su gestión, pero también a un hombre frente a un examinador a quien debe confirmar pero no contradeci­r.

¿Debería sorprender? Desde su asunción, Alberto Fernández acumula episodios en los que se esforzó en dar explicacio­nes frente a las críticas del cristinism­o. El último fue el llamado a la candidata a embajadora Alicia Castro para justificar el voto en las Naciones Unidas contra el régimen de Maduro en Venezuela. Pero antes lo hizo con Víctor Hugo Morales, también para explicar una posición sobre Venezuela. Y con Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo, a quien pidió disculpas por haber dicho que era tiempo de “dar vuelta la página” en un acto con los militares. Del mismo modo debió argumentar por qué invitó a los empresario­s que invitó a la celebració­n del 9 de Julio en la Quinta de Olivos, y escribirle una carta a Hebe de Bonafini para afirmar que nadie debía dudar “de qué lado estoy parado”.

En la conversaci­ón publicada el domingo, el Presidente se refiere a su relación con Cristina Fernández, y en un nuevo intento por aclarar lo que la realidad desmiente, cuenta: “Lo que más necesitamo­s es estar unidos. Hoy le escribí a Máximo para ver si el lunes podemos comer juntos y charlar un rato (sic)”. Ejemplo gráfico y contundent­e de cómo funciona esa dinámica del poder. No se sabe si Máximo Kirchner tuvo tiempo para almorzar con el Presidente. ■

Alberto Fernández se esfuerza en justificar­se ante los cristinist­as, listos para condiciona­rlo.

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