Clarín

El peronismo cumple 75, pero en la calle están otros

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Nada cambió ni parece que nada vaya a cambiar en la Argentina con el kirchneris­mo. Antes fue el cepo cambiario y ahora es el cepo cambiario. Antes fue Venezuela con Chávez y ahora es Venezuela con Maduro. Antes fue la democratiz­ación de la Justicia y ahora es, sinceramen­te, el sometimien­to de la Justicia. Antes fue 6 7 8 y ahora es ese esperpento denominado Nodio. El país sigue atrapado en la década perdida. Y Alberto Fernández no ha conseguido en diez meses que el presente sea otra cosa que una apuesta a la decadencia del pasado.

Y la fotografía de esta semana vuelve a reflejar ese país congelado. Arranca con otra marcha de protesta en las ciudades más importante­s. Masiva como las marchas del 20 de junio, la del 9 de Julio, la del 17 de agosto y con argumentos más sólidos

para salir porque la respuesta sanitaria a la pandemia va derecho al desastre. Argentina va a tener más contagios y más muertos que muchos de los países a los que criticó antes de tiempo. Ahora, que las víctimas se suman de a miles, parece mentira que el Presidente se haya reído de Suecia.

Ante ese panorama, el Gobierno no encuentra una respuesta más creativa que la victimizac­ión. Y Alberto Fernández elige radicaliza­rse para solapar su imagen con la de Cristina. Los rasgos de moderación van desapareci­endo al mismo ritmo que se derrumba la gestión del Presidente en las encuestas. El y sus ministros hablan y tuitean sobre el odio para adjudicárs­elo a los dirigentes de la oposición y a los medios de comunicaci­ón. La misma estrategia de hace diez años que terminó de delinear una grieta que hoy se vuelve a ensanchar.

Momento extraño para el peronismo.

Esta misma semana cumple setenta y cinco años de vida. Aquel que cruzó el puente Avellaneda y llenó la Plaza de Mayo para pedir por Juan Domingo Perón. El mismo que convocó a multitudes en los funerales de Evita, en la matanza de Ezeiza y en la despedida al líder el 1º de julio de 1974. Un movimiento nacido al calor de las masas que hoy observa como un rejuntado de orígenes múltiples le disputa el tesoro jamás negociado de la calle.

Porque estas marchas, que reclaman contra el aislamient­o, que piden el regreso de las clases y que rezan plegarias para poder mantener las actividade­s económicas con las que sobreviven se lanzan a las veredas y a las calles de distintos lugares de la Argentina a través de la convocator­ia libre de las redes sociales. Allí confluyen macristas tan ultras que desprecian a Horacio Rodríguez Larreta y a María Eugenia Vidal. Se suman radicales que aman a Luis Brandoni pero que no quieren saber nada con Macri. Hay liberales que votaron a José Luis Espert y librepensa­dores que odian a todos los dirigentes políticos. Pero a todos los une una corriente de desencanto que todavía no contiene en su amplia heterogene­idad ningún segmento opositor.

Esa es la marea que en estos tiempos desafía y desorienta al Gobierno y al peronismo. Allí están algunos gobernador­es e intendente­s bonaerense­s mojándose los dedos para adivinar de qué lado sopla el viento. ¿Será la hora de promover la candidatur­a partidaria de Alberto Fernández? Al fin y al cabo, es un sillón figurativo que no le interesa demasiado a nadie pero que puede servirle para fortalecer una imagen que se va deshilacha­ndo.

Está complicado este peronismo que no tiene líder. Porque a este Presidente sin el glamour de aquel patriarca de pandemias de los primeros meses se le suma Cristina, la verdadera dueña del poder en las sombras del Senado a la que nunca terminaron de confiarle. Básicament­e, porque ella siempre les enrostró el pecado burocrátic­o del pejotismo.

Es este peronismo el que se plantea la novedad de un 17 de octubre celebrado a través de la frialdad de las computador­as. “Te vamos a llenar el Zoom de peronistas”, le prometen a Alberto media docena de gobernador­es que lo han visto todo y algunos gremialist­as que, en otros tiempos, no salían de sus casas sin custodios o sin una 38 junto al cinturón. “Lorenzo Miguel nos hubiera cagado a trompadas si hacíamos un San Perón digital”, cuenta uno de los muchachos y se agarra la panza para que las carcajadas no lo hagan caer.

Claro que hay otra imagen que preocupa por igual a peronistas y opositores. En la Quinta de Olivos estuvieron, separados por algunos metros, militantes y barrabrava­s que respondían al Gobierno y estos neo manifestan­tes a los que algunos encuestado­res avispados bautizaron como “baby boomers”, para no llamarlos simplement­e viejitos, como si eso fuera una descalific­ación.

También hubo conato de enfrentami­ento en la esquina de Recoleta, donde vive Cristina y un grupo de activistas de ATE se ocupó de espantar a los cacerolero­s que se les arrimaban demasiado. Afortunada­mente, no pasó nada. Pero está cerca esa explosión, la más temida por todos aquellos que todavía le apuestan una moneda a la racionalid­ad.

La Argentina siempre parece volver a Winston Churchill. “Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”, decía hace ochenta años el hombre que encontró el camino para que la civilizaci­ón sobrevivie­ra a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Lamentable­mente, a nuestra actualidad le sobran fanáticos que siguen sin querer cambiar de tema. ■

Está complicado este peronismo sin líder. Porque Alberto no tiene glamour y a Cristina no terminan de confiarle.

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