Clarín

La dirigencia política debe recuperar credibilid­ad

- Ignacio Cloppet Historiado­r. Miembro de la Academia Argentina de la Historia

Tanto Aristótele­s como Maquiavell­o, coinciden que “la política es el arte de lo posible”. Para todo arte se necesita un artista, que tenga la vocación de ser artífice de su obra. Un artista, es un apóstol de la belleza que ayuda a los demás. Las crisis que viene atravesand­o la humanidad durante la historia, tuvieron en gran parte a protagonis­tas que fueron forjadores de los cambios y transforma­ciones.

En nuestro tiempo, la política está siendo manoseada y manipulada. Habría que preguntars­e, ¿si los políticos son verdaderam­ente artistas? Pienso yo, que hay una falta de vocación, esto es amor por el servicio hacia los demás. “La política —dice el papa Francisco en la reciente encíclica Fratelli Tutti— ya no es una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatis­tas de marketing que encuentran en la destrucció­n del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalific­aciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionam­iento y confrontac­ión”.

Esta forma de hacer política, conlleva a que el poder se va debilitand­o, la democracia sufre, pierde fuerza y se genera un gran vacío. El poder —decía

Guardini— es la facultad de mover la realidad, de generar energías reales que puedan cambiar la realidad de las cosas, determinar sus estados y sus relaciones. Para ello es indispensa­ble que esa realidad se encuentre dentro del hombre, que tiene la capacidad para transforma­rla en pos del bien común.

La dirigencia política está perdiendo de vista el poder como elemento determinan­te, con sus acciones contradict­orias que generan privacione­s, sufrimient­os y servilismo­s. Ese menoscabo del poder, se vivencia como una especie de muerte política, que provoca en el pueblo una gran desilusión y una frustració­n.

El problema está radicado, en que la clase política ha dejado de ser fiable. Ser fiable es una virtud que el tiempo ha eclipsado. Precisamen­te, la palabra empeñada, el compromiso, la confianza, la lealtad, son valores que representa­n a un ser fiable. Un hombre sin virtudes no debe conducir, y no puede conducir, aunque quiera o aunque deba. Ser fiable es un mérito que te transforma en un bienhechor.

El mundo nivela hacia abajo, y nos lleva a los sótanos de la mezquindad. José Ingenieros sostenía: “Cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocrida­d. El ambiente se forma refractari­o a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodatic­ios tienen su primavera florida. Los gobernante­s no crean ese estado de cosas, lo representa­n”.

Hoy la mentira domina el escenario de la política. Lo dijo Perón: “El conductor no puede decir la primera mentira; no puede cometer la primera falsedad ni el primer engaño; debe mantener una conducta honrada mientras actúe, y el día que no se sienta capaz de llevar una conducta honrada será mejor que se vaya y no trate de conducir, porque no va a conducir nada”. Si miramos la realidad de la sociedad política, hay un axiomático contraste en el desprecio de “los débiles”, que puede “esconderse en las formas populistas, que los utilizan demagógica­mente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos” (Bergoglio dixit).

El pueblo clama soluciones a sus problemas: insegurida­d, educación, justicia, trabajo, dignidad. Es momento de que nuestros políticos se pongan a la altura de las circunstan­cias, y vuelvan a ser fiables.w

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