Chichilo, de ídolo popular a enemigo público
Con su porte elegante y la melena blanca al viento, como todo terrier tibetano que se precie, Chichilo pintaba para ocupar el sitial del perro más querido del barrio. Los chicos gozaban con sólo verlo pasar al trote por las veredas desparejas de Floresta norte y hasta alguno se animaba a acariciarlo a dos manos, convidarle una golosina bajo la mirada de la dueña o entablar un diálogo, sólo comprensible para los protagonistas.
La mascota más mimada del vecindario parecía más gauchita que Lassie, compinche como Dylan y tan inofensiva como el más mediático de los caniche toy exhibidos por la tele. La fama de ese diminuto superhéroe estaba en franco ascenso, hasta que ocurrió lo impensado y todo se desmoronó en un rato de furia.
Primero arrancó de prepo el hueso que estaba a punto de llevarse al buche a un inofensivo caniche. Después dejó con las manos vacías a un chico, que caminaba ensimismado en su pelota tricolor de plástico. Finalmente puso el broche a esa mañana despoblada por la cuarentena dejando un par de fétidos recuerdos en el umbral luminoso de un edificio recién estrenado.
La sorpresa fue grande entre su respetable masa de admiradores. Después de cada paso en falso, Chichilo puso cara de culpa ante sus víctimas y su tutora se apuró por replicar ese gesto lastimoso que clamaba “yo no fui”. “La pandemia nos golpea a todos y ellos también tienen derecho a desahogarse”, parecía querer explicar con su silencio la mujer, mientras se alejaba sigilosamente, aferrada al ídolo popular caído en desgracia. ■