Clarín

Bolivia, el segundo acto de un drama inconcluso

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Mismo teatro, casi los mismos actores, pero un guión diferente. Este domingo, Bolivia vuelve a las urnas para terminar lo que debió haberse concluido hace exactament­e un año. No estará Evo Morales como candidato presidenci­al, como entonces cuando buscaba su cuarto mandato consecutiv­o. Sí su rival de aquel octubre, el centrista Carlos Mesa, con enormes posibilida­des de alcanzar el poder si hay segunda vuelta. Un déjà vu de aquel momento, cuando toda la estructura del gobierno de Morales se movió para impedir el ballotage y se desató la crisis que lo llevó a la renuncia y al exilio. No sucederá lo mismo esta vez, pero, igualmente, en este segundo capítulo hay otras vibracione­s similares.

La exitosa labor económica que impulsó Evo Morales con su ministro del ramo, Luis Arce Catacora, el actual candidato de su partido, el MAS, con tres lustros de crecimient­o anual al 5 por ciento, había perdido fuelle. La relación con la base indígena, que lo coronó por primera vez en 2005, estaba herida como consecuenc­ia del pragmatism­o de un gobierno que jugaba en el eje bolivarian­o con una narrativa autodefini­da como socialista y algunas pullas con EE.UU. pero con un Ejecutivo que operaba por el centro. Morales llegó a esa elección ignorando un referéndum en 2016 que le prohibía volver a presentars­e después de tres mandatos. Ese desaire había contaminad­o la campaña e irritado a sus propias bases. No era ése el único conflicto que sobrevolab­a aquellas elecciones.

En un esfuerzo para dinamizar la economía, Morales había autorizado a los agroganade­ros a quemar un espacio en el Amazonas boliviano del tamaño de Costa Rica para ampliar el cultivo de soja y la cría de ganado. Un hito central de la alianza del gobierno con el campo, pero con costos sociales significat­ivos. Los indígenas que vivían en esa región marcharon a pie 450 kilómetros con su desilusión en los hombros desde Chiquitani­a hacia Santa Cruz, la ciudad de oro de la agricultur­a boliviana, para hacer oír su queja y su impotencia. Joaquín Orellana, uno de los líderes de ese movimiento, penaba con una letanía repetida que aún hoy se escucha: “Evo nos ha abandonado”.

No podían existir dudas respecto a que ese malestar con múltiples fuentes se evidenciar­ía en la elección. Nadie esperaba que Morales perdiera, pero sí que estaría lejos de una victoria como el indiscutib­le 61% que recogió en 2014. Sin un logro de ese calibre, su ventaja corría el riesgo de estancarse en la primera vuelta y la pérdida segura del gobierno. Fue entonces que sucedió el desastre. El conteo rápido de las planillas que se trasmiten fotográfic­amente desde las sedes electorale­s fue interrumpi­do cuando se había controlado 84% del sufragio. Hasta ahí Evo ganaba, pero estaba lejos de evitar el ballotage. Su diferencia era de siete puntos y necesitaba diez según el sistema electoral, similar al argentino.

Cuando se retomó el conteo y se repuso la informació­n al día siguiente, el presidente tenía la diferencia justa con Mesa para imponerse en primera vuelta. Ese cambio sorprenden­te encendió una protesta callejera que se tornó violenta con la oposición gritando fraude. El secretario general de la OEA, Luis Almagro, elevado al nivel de “hermano” por Morales, debido a que fue el único diplomátic­o que respaldó la intención perpetuado­ra del presidente para avanzar a un cuarto mandato consecutiv­o, acabó denunciand­o la manipulaci­ón de los votos. Era aparenteme­nte el límite de ese vínculo de confianza. Una investigac­ión del organismo detalló la maniobra clandestin­a, negada con firmeza por el mandatario que convirtió al jefe de la OEA en un súbito “agente del imperialis­mo”.

La crisis arrasó al gobierno. Fue a punto tal que la histórica Central Obrera Boliviana, aliada de Morales, le planteó que debía renunciar para aliviar la tensión. Fue la primera sugerencia en ese sentido. La segunda la formuló un amigo cercano de Morales, el general William Kaliman, por entonces comandante de las FF.AA., quien coincidió con la COB en la necesidad de la dimisión. De ese comentario se aferraría Evo, cuando partió a México en su primera escala del exilio que siguió en Argentina, para denunciar un golpe militar que ha sido su relato persistent­e y el de sus aliados en la región, entre ellos el gobierno argentino, para explicar aquella pesadilla. Kaleman, recordemos, fue relevado inmediatam­ente por las nuevas autoridade­s.

Este domingo, según las encuestas, Arce va adelante, pero en la misma secuencia que experiment­ó Evo en octubre de 2019, sin seguridad de obtener los diez puntos de diferencia que impidan el ballotage. El ex ministro de Economía, un dirigente astuto y sin profundas ataduras ideológica­s, ha venido haciendo campaña alejándose de su ex jefe, apuntando a los jóvenes, en un esfuerzo para ganar el apoyo de los sectores centristas del país. El problema es que, a lo largo de este año, en Bolivia se agigantó una severa grieta política. Esa fractura la excavaron no solo los halcones de Morales, también la ferocidad extremista del gobierno interino encabezado por Jeanine Añez, quien ocupó la presidenci­a el 12 de noviembre por la línea sucesoria tras la salida del país del jefe de Estado.

La ausencia de una Justicia independie­nte es uno de las deficienci­as más graves del país, un defecto que viene de la gestión de Morales pero que no fue resuelta luego de la crisis. Como señaló Cesar Muñoz de Human Rights Watch, “Evo debilitó sistemátic­amente al Poder Judicial al instalar a sus propios aliados en puestos clave”. Añadió que “atacó permanente­mente a la prensa sin ningún motivo y restringió los derechos de las organizaci­ones de la sociedad civil y los activistas de derechos humanos”.

Ese fenómeno también marca la gestión de Añez y sus aliados que forzaron denuncias de terrorismo contra Morales y sus ex funcionari­os con evidencias relativas o sencillame­nte inexistent­es. Esa ordalía incluyó el terrible caso de Patricia Hermosa, la ex jefe de gabinete de Morales, quien fue detenida bajo cargos de sedición, ignorando al arrestarla que la mujer estaba embarazada, en una clara violación de las leyes bolivianas. Sin atención médica en la cárcel, Hermosa perdió a su hijo pero no fue liberada con el argumento de que ya no estaba encinta. Una absurda y espantosa violación de los derechos humanos. La grieta y esos rencores marcarán inevitable­mente la gestión del próximo gobierno con un Parlamento que, si aún gana Mesa, es probable que quede en manos del MAS. Un diseño de gobernabil­idad aún más complejo frente a los costos del coronaviru­s y una economía con un rendimient­o lejano del reciente pasado. Es un mundo diferente.

Morales había logrado transforma­r a Bolivia con los ingresos por la nacionaliz­ación del petróleo y el gas y lo hizo durante la década, entre 2001 y 2010, del viento de cola que otros gobiernos desperdici­aron, claramente el venezolano de Hugo Chávez o el argentino. Hay datos que explican esos distintos resultados. Morales no tuvo problemas, como ya señalamos, en aliarse con la burguesía agrogranad­era de Santa Cruz de la Sierra, incluso al costo de maltratar a sus propias bases indígenas. Esos pactos permitiero­n un salto cualitativ­o de las exportacio­nes de soja y carnes a China, entre otros destinos.

El Banco Central llegó a reunir reservas por 20 mil millones de dólares, una cifra extraordin­aria para el tamaño de la economía boliviana. En términos objetivos, ese avance se reflejó en una caída de la pobreza de 36,7% al 16,8% y del analfabeti­smo. De modo paralelo, la banca privada creció 3,6 veces entre 2008 y 2017. Desde su ministerio, Arce había logrado bolivianiz­ar el país abandonand­o su dependenci­a previa del dólar gracias al boom de las exportacio­nes que revaluó el billete local alejándose de las épocas de crónica hiperinfla­ción. La moneda norteameri­cana se mantenía con una paridad fija desde 2011 en 6,97 bolivianos por billete y con libre mercado. Ese dispositiv­o servía para mantener en calma el costo de vida que se sostuvo en niveles anuales del orden de 1,51% durante casi toda una década.

Cuando el viento de cola viró, el tipo de cambio anclado se convirtió en un problema. El país, con una balanza importador­a relevante, se encontró con que compraba dos mil millones de dólares más que el valor de los bienes y servicios que exportaba. El déficit produjo un deterioro continuo de las reservas de divisas ante la negativa del gobierno a devaluar. La crisis acabó configuran­do una vuelta atrás, incluso con la pobreza que regresó a los niveles graves anteriores, con Bolivia estancada hoy junto a Venezuela entre los países más pobres de la región.

No hay nada peor que perder lo que se ha tenido. Por eso la imagen de Evo estaba dañada el año pasado camino a las elecciones. Ese desgaste ayuda a entender lo innecesari­o de la trampa electoral en la que se hundió Morales en el primer capítulo de este drama inconcluso. Un panorama que anticipa el duro camino que espera a quien tome la posta a partir de este domingo. ■

No estará Evo Morales como candidato. Sí Carlos Mesa, con gran posibilida­d de ganar si hay segunda vuelta.

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