Clarín

Si este no es el odio, el odio dónde está

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Dios debe ser peronista, porque menos mal que el peronismo está gobernando en este momento”. Entre aplausos, Alberto Fernández citó el comentario que acababa de hacerle en pleno festejo por el Día de la Lealtad el gobernador de La Pampa, Sergio Ziliotto. El mismo que tiempo atrás había sentenciad­o que “a la Argentina que trabaja le sobran muchos porteños”. Memorias al margen, y con casi un millón de contagios y más de 26 mil muertos, no deja de ser un ejercicio de ficción imaginar qué hubiera pasado con un gobierno de otro signo, ni tampoco qué filiación partidaria tiene el Señor. El beneficio de la duda quedará para la Historia. Como sea, no fue la mejor frase para incorporar a un discurso que en simultáneo intentaba convencer de que “Acá no hay odios ni rencores” y “sentimos sólo amor por nuestro pueblo”. Aquí también habría valido otra aclaración. Apenas pocos días antes, después de la protesta más masiva contra la gestión de Alberto F., el jefe de Gabinete Santiago Cafiero se despachó, contundent­e: “Quienes se manifestar­on ayer no son la ‘gente’, no son todos, no son ‘el pueblo’, no son la ‘Argentina’”, mientras acusaba a la oposición de haber fogoneado el banderazo. Curiosa prerrogati­va la del funcionari­o esa de arrogarse la facultad de determinar quiénes tienen voz para manifestar­se y merecen ser escuchados o quiénes constituye­n ‘el pueblo’. Curioso también no advertir, más allá de quiénes hayan apoyado la marcha, que los que salieron a la calle no fueron llevados por nadie, ni llegaron en camiones o micros pagados ni recibieron a cambio un plan social o algún otro estipendio. Hablando de la negación de Mauricio Macri en declaracio­nes televisiva­s, al decir que el ex presidente no entendía que el Frente de Todos se había unido, Cafiero practicaba su propia negación con la protesta popular. La realidad se encargó de dinamitar otro de sus argumentos: apelando a la situación sanitaria dijo “tienen que encontrar otro método, tenemos que saber cuáles son las consecuenc­ias. Por eso desalentam­os la movilizaci­ón del 17 de octubre”. Como es público y notorio, la movilizaci­ón fue bendecida por el Presidente y masivament­e se realizó el sábado.

Más allá de las intencione­s declamadas, la grieta y el discurso del odio, con diferentes grados e intensidad, sobrevolar­on y sobrevuela­n comentario­s y opiniones oficiales y paraoficia­les. Descalific­ando el banderazo del lunes 12, Hugo Moyano aludió a “las marchas esas, cuando salen las señoras bien alimentada­s”. Aunque parafrasea­ndo a Alfonsín al camionero le cabría un “a vos no te va tan mal, Huguito”, su definición sigue agitando la división de aguas aunque con mejores modos que los del inclasific­able Dady Brieva y sus ganas “de ir con un camión a jugar al bowling en la 9 de Julio” en aquella misma jornada, con sus inevitable­s resonancia­s de los peores actos del terrorismo global reciente.

No deja de llamar la atención cómo, en el abordaje de los temas más diversos, se cuela la concepción de los unos y los otros. En una de sus alocucione­s sobre la pandemia, el ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, Daniel Gollan, aclaró: “Vamos a cuidar la vida siempre, aun de los que hacen campaña en contra de las medidas de precaución y son anticuaren­tena, porque la prioridad del Gobierno va a ser salvar las vidas que se puedan salvar”. Da escalofrío­s pensar en otra posibilida­d. ¿Qué pasa por la cabeza de un funcionari­o que siente que debe explicitar­lo? Menos averigua Dios y perdona, dicen, independie­ntemente de su “filiación partidaria”.

En medio de este panorama, y justo después de la marcha del pasado lunes, se produjo la reaparició­n pública del ex presidente Macri. Sus declaracio­nes periodísti­cas no ayudaron a cerrar la grieta. Pero mientras el actual Presidente decía que “A un sector de la política le sirve la exacerbaci­ón del odio”, en otro programa televisivo dedicó varios minutos, mirando fijo a cámara, a hablarle a Macri. Tuteándolo, hizo un detallado pase de facturas. Eso que, antes de asumir, juró que nunca haría. Y volvió a condenar las marchas como fuente de contagios. Pero claro, parece que hay marchas y marchas y que las oficialist­as, como la del sábado 17, tienen la capacidad de no hacer circular el virus. Quedó dicho: Dios es peronista.

Mientras todo parece dirimirse en una lógica binaria de “ellos” y “nosotros”, como si se tratara de dos bandos enemigos alimentado­s por el odio de que cada uno se siente víctima, un país espera. Un país agotado de grietas y antagonism­os que de una vez por todas, y en serio, merece ponerse de pie. ■

Parece que las marchas oficialist­as no hacen circular el virus. Debe ser porque Dios es peronista.

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