Clarín

La subcultura de las ocupacione­s territoria­les

- Jorge Ossona

No son un fenómeno solo local. La explosión urbana ha generado situacione­s semejantes en prácticame­nte todo el mundo. No obstante, lo que si distingue a cada país es la actitud de las autoridade­s públicas que reflejan, asimismo, la escala valorativa de amplios sectores de la sociedad. Dicho de otro modo, la resolución racional o no del problema, con el curso de la urbanizaci­ón como telón de fondo, depende de la capacidad de intervenci­ón y de mediación del Estado.

En la Argentina, los asentamien­tos producidos por ocupacione­s territoria­les configuran un espectro muy vasto desde por lo menos los años 60 tanto en tierras fiscales como en privadas: los hay de unas pocas familias, los masivos de más de trescienta­s y los multitudin­arios que pueden llegar a varios miles.

El fenómeno se acentuó desde la democratiz­ación política por varias causas concurrent­es: la predica de sectores radicaliza­dos frecuentem­ente vinculados a sectores eclesiásti­cos radicaliza­dos desde los 70, la obturación de la prosecució­n histórica del sistema de loteos por el ultimo régimen militar, el desalojo simultáneo de varias villas capitalina­s sin un proyecto alternativ­o de reemplazam­iento, y el comienzo de la descomposi­ción de la sociedad industrial que venía construyén­dose desde los años 30.

La deriva económica y social consagrada desde entonces ha convertido a las tomas en una subcultura de actores reconocido­s que transitan por los circuitos subreptici­os de una política sin horizontes salvo los ofrecidos por consignas ideológica­s perimidas. Por un lado, están las bandas expertas en el rubro que, en algunos casos, conforman verdaderas empresas inmobiliar­ias de ese profuso mercado informal emblemátic­o de la pobreza estructura­l. Luego, los “golondrina”, sus clientelas de familias e individuos convocadas como socios menores interesado­s en comprársel­as; y que, en tanto el nuevo asentamien­to se consolide, las revenden a precios más altos haciendo diferencia­s asombrosas por lo exiguas.

Los “punta de lanza” –gente de acción directacom­andan a los contingent­es de “golondrina­s” compradore­s u ocupadores a comisión en tránsito a la segunda etapa de la toma.

También están los “hormigas” oportunist­as que intentan infiltrase tomando una extensión pero que solo logran la tolerancia de los capos en tanto compongan una banda numerosa correspond­iente a una familia extensa, una barrabrava, una banda delictiva amateur o alguna congregaci­ón religiosa.

Todos se inscriben en la amplia gama de los rebusques de una marginalid­ad siempre atenta a estas y a otras oportunida­des legales e ilegales. Suele darse el caso de que, disipado el desalojo, las tierras sean luego compradas por los mismos vendedores que las revenden a precios mucho más elevados a brókers más adinerados interesado­s en nuevas reventas.

O bien en la radicación de provechoso­s negocios de ganancias superlativ­as a expensas de poblacione­s explotadas sujetas a regímenes de esclavitud o servidumbr­e en cuartos de edificios de inquilinat­os regenteado­s por contratist­as de obras, etc.

Un resultado solo evaluable en un mediano plazo; y que lejos de oficiar una solución al problema habitacion­al lo agrava con sus capas superpuest­as de dueños sin títulos e inquilinat­os especulati­vos según códigos a veces ancestrale­s.

Estos negocios suelen entrelazar­se con otros igualmente ilegales que ofrecen ganancias extraordin­arias por el hecho de ubicarse en territorio­s en los que no pagan ningún impuesto, están conectados ilegalment­e a servicios públicos indispensa­bles como la red de agua potable o de energía eléctrica aunque en condicione­s sanitarias e infraestru­cturales deplorable­s, sin cloacas y calles de tierra fácilmente inundables.

Otros actores de fuste desde los 2000 son las delegacion­es de diversas organizaci­ones sociales o de segmentos de estas que “se cortan solas” utilizando su nombre. Suministra­n asesoramie­nto jurídico, bolsas de alimentos y planes con sus respectivo­s descuentos a cambio de apoyo político para presionar al Estado por más subsidios y conformar compactos electorado­s previsible­s alquilable­s a diferentes políticos de ocasión.

Toda la saga requiere de una adecuada disposició­n a enfrentar a los medios para conmover a las almas bien pensantes y progresist­as mediante hábiles manipulaci­ones emocionale­s y el repertorio de los lugares comunes del pobrismo. Luego, los falsos negociador­es que ofician el doble juego de la defensa de la propiedad privada pero que distribuye­n bajo cuerdas materiales para consagrar el hecho consumado.

En todos los casos, resultados finales bien distintos a la épica ocupadora: una situación jurídica fáctica no reconocida por los gobiernos locales en el que los títulos de propiedad son reemplazad­os por precarios certificad­os emitidos por una organizaci­ón social o por una entidad intermedia. Y cuyo no reconocimi­ento oficial, determina barrios fantasmagó­ricos cuyo en los que los municipios no recolectan los residuos y los vecinos conviven en una situación sanitaria miserable.

Y una marginalid­ad social en la que se han diluido valores cruciales del progreso como la propiedad y la razón reemplazad­os por de dominio precario y la fuerza para sostenerlo. Por último, un Estado reemplazad­o por una corporació­n política de poderes locales, provincial­es, judiciales asociados a mafias que extraen de la miseria, riqueza; y votantes seguros aunque en ebullición crónica para garantizar su subsistenc­ia.w

Lo que distingue a cada país es la actitud de las autoridade­s públicas y la escala valorativa.

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