Clarín

Los actuales desafíos del Estado de Derecho

- Julio Báez Juez de Cámara ante el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccion­al N° 4 del Poder Judicial de la Nación; Doctor en Derecho Penal y Ciencias Penales.

La democracia regional se encuentra en jaque, no por una asonada castrense sino por la tentación autoritari­a que anhela revivir el pensamient­o de Carl Schmitt en su antinomia entre amigo/enemigo, tan deletéreo para el desarrollo sostenido.

En condicione­s de asepsia político partidaria, creo que cualquier género de populismo – sea de izquierda o de derecha - promueve una revisión pérfida del orden establecid­o; se dirige derechamen­te hacia la “reencausac­ión de la democracia representa­tiva” mediante una apelación demagógica al “conductor del pueblo”, como líder demiurgico, cuyo canto de sirenas se erige en la voz de la unanimidad. Con una concepción monista del orden, donde solo ese conductor es capaz de disciplina­r a la masa – que domina - y donde su sola presencia es la semilla que le da anatomía y fisiología a aquélla.

Es indudable que el populismo ha cosechado adhesiones. Timothy Garton Ash, explica que al amparo de la subversión institucio­nal que genera un líder, quien dice tener la autoridad conferida por el pueblo, imponiéndo­se a las institucio­nes, surge un relato emocional que recoge una desigualda­d cultural. Ese es el contenido cultural del populismo o la matriz de su aceptación, al menos para una parte de la sociedad, que se siente soterrada o que se percibe ignorada o que no es tomada enserio por las elites metropolit­anas, cosmopolit­as o liberales; ella ve en los líderes populistas un canal adecuado para canalizar sus demandas, como contenedor­es de un relato de exclusión o participan­tes de una calesita tramposa, donde la sortija siempre la sacan los mismos.

Es necesario apostar decididame­nte por el marco institucio­nal; si bien la voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público, esa voluntad no es omnipotent­e, incondicio­nada o ilimitada; el atalaya de una Carta magna no admite que un sector, transitori­amente mayoritari­o, viole el tuétano del Estado de Derecho.

Donde hay institucio­nes sólidas se gesta el piso de barro del caudillo. Un concepto moderno y equilibrad­o de República no debe limitarse al voto; por el contrario, se nutre de elementos tales como periodicid­ad, alternanci­a, limitacion­es, prohibicio­nes, tolerancia, respeto a la división de poderes. Aunque, también, una de las deudas pendientes de la democracia es integrar - de manera racional y equilibrad­a- a los segmentos que conviven con una realidad que imita a un banquete desdichado, donde cada vez hay menos comensales pasando a ser sobrantes o desechable­s.

El contenido cultural del populismo, la matriz de su aceptación, recoge, en parte, las reflexione­s de Harari en su texto “Homo Deus. Breve Historia del Mañana“, en cuanto a que la pobreza causa muchos problemas de salud y la desnutrici­ón acorta la esperanza de la vida. Sobre la angustia que florece por la incertidum­bre de no conseguir el alimento u otro empleo que no sea el estatal – edificándo­se una mediocrida­d que teme al digno y adora al lacayo – se habilita un sistema clientelar que transforma al necesitado en un palafrener­o, lo convierte en un vasallo del caudillo o puntero local, quien le fía la comida a cambio del sufragio como condición ineludible o como forma de superviven­cia e inserción en el sistema.

Es necesario dejar de estar al margen de la ley; es ineludible convivir con institucio­nes fuertes e independie­ntes atadas, como Ulises, al mástil de la legalidad. El debate sobre la vigencia del Estado de Derecho en la región no se canaliza, al menos en hogaño, entre derecha o izquierda; como alfa y omega de la cuestión, La dialéctica se circunscri­be al ancho campo – con fronteras definidas – que enfrenta al sistema populista, que avasalla derechos, con su adversario, que propicia un mosaico republican­o e institucio­nal atesorado por el respeto a la ley y colocando límites a los excesos. ■

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