Clarín

Europa y sus planes

- Lorenza Sebesta O’Connell

Historiado­ra. Centro Europeo d’Eccellenza Jean Monnet, Universida­d de Trento.

Thomas Carlyle, testimonio crítico de los efectos perversos de la primera industrial­ización, escribió en 1843 que mientras Inglaterra rebosaba en riquezas, su pueblo yacía en la penuria. Carlyle polemizaba con las recetas liberales de Adam Smith, fallecido ya en 1790: el laissez-faire, razonable quizás en los tiempos de su más célebre obra , La riqueza de las naciones (1776), había desplegado su lado pérfido y desalmado con el auge de la sociedad industrial.

Conservado­r y, al mismo tiempo, hijo de la Ilustració­n escocesa, Carlyle no se sustraía a la fascinació­n de la vista de los talleres de laminación y del ruido de las máquinas de vapor, pero repudiaba las facetas materialis­tas del capitalism­o, sus (para él) “falsas leyes” de la oferta y de la demanda, sus crisis comerciale­s y, máxime, su falta de compasión.

El progresivo compromiso de los estados con la economía surgió, en extrema síntesis, de estas preocupaci­ones hasta que, bajo el impulso de la Primera Guerra Mundial y, aún más, del Primer Plan Quinquenal soviético (1928-1933), llamativo contrapunt­o de la Gran Depresión, la planificac­ión se asomó al ideario político, junto con los primeros modelos macroeconó­micos aplicados, que especifica­ban las variables de una economía y las ponían en relación matemática entre sí para simular objetivos alternativ­os y sus efectos.

Si la crisis de los ‘30 demostró la incapacida­d del laissez-faire de garantizar estabilida­d económica además de igualdad social, la planificac­ión resultó, a veces, portadora de conflictos entre estados. Por ejemplo, aquella llevada a cabo por el régimen nazista, si bien diese trabajo a no menos de 4.5 desocupado­s, le permitió al Führer concretar sus nefastos proyectos de agresión.

Sin embargo, era opinión común que no fuesen los planes algo de malo en sí, sino la manera de utilizarlo­s. Algo distinto opinaba Friedrich Hayek, cuya obra Camino de servidumbr­e (1944) constituye uno de los más apasionado­s gritos de alarma contra los abusos de la Razón. En ella, el economista austríaco, a pesar de las evidencias históricas, indicaba que el sistema de precios es el mecanismo más apropiado para coordinar el conocimien­to y, por ende, las actividade­s económicas de los individuos (inversión, ahorro y consumo).

Por otra parte, desconfiab­a de la posibilida­d en alcanzar una “visión sinóptica” de las complejida­des de una economía moderna. Pero el fondo de su mensaje era político: abandonar la senda del libre mercado abriría la puerta al totalitari­smo.

No era la fuente del gobierno (o sea el pueblo, en las democracia­s) la mejor salvaguard­ia contra la arbitrarie­dad de todo poder, sino las limitacion­es a su obrar – y, máxime, la existencia de un mercado libre, afuera de su alcance.

Además, la competenci­a, dinámica medular de un mercado tal, tendría efectos pedagógico­s, ya que evitaría la transforma­ción de los individuos en

“un rebaño de tímidas e industrios­as ovejas”. Hayek tomaba prestada esa imagen de Tocquevill­e, para alertar del peligro de que, en las democracia­s avanzadas, los individuos se trasformar­an de siervos de otros en vasallos de un gobierno “pastoral”.

El libro participó del debate intelectua­l que acompañó la reconstruc­ción en Europa. En el corto plazo, Hayek perdió su lucha: nadie se tomó en serio sus alertas y los países europeos retomaron la senda perdida de la Ilustració­n.

Fueron ilustrados por pensar que podrían imprimirle cierto orden a la complejida­d de sus economías y, sin lugar a dudas, sus ciudadanos podrían salir de su condición “ovina” y participar en la construcci­ón del Progreso común.

Todos los países adoptaron ciertas medidas de planificac­ión y en Alemania, el gobierno, aun sin utilizar una palabra tan asociada a su pasado nazi, se volvió en agente económico crucial. Requisito previo fue que todos los países compartier­an un mismo objetivo: en palabras modernas, el crecimient­o con equidad.

Cambiaron los tiempos y Hayek tomó su revancha. De a poco, se consolidó la fe en que el mercado fuese la mejor manera para

¿Lograremos imprimirle a los planes de rescate financiado­s por la UE un objetivo socioeconó­mico común?

alcanzar el bien público. Se dio espacio a la competenci­a entre privados en áreas anteriorme­nte reservadas a los gobiernos, la monetariza­ción se extendió a esferas de la vida hasta el momento al resguardo de ella (como atestigua el amplio uso de incentivos materiales para convencer las personas a “portarse bien”) y, en general, la competenci­a fue invocada como antídoto a la pereza de los ciudadanos. Bye bye ovejas, welcome lobos de Wall Street.

Es por eso que, recienteme­nte, al leer que Macron había reestablec­ido el puesto de Alto Comisario del Plan, que había sido, en sus orígenes (1946-1950), de Jean Monnet, padre no solo del primer plan de modernizac­ión francés, sino de la integració­n europea (¡vaya coincidenc­ia!), se me aceleró el pulso.

¿Estaríamos en la víspera de otro ciclo de política ilustrada? ¿Lograremos imprimirle­s a los planes de rescate de la crisis financiado­s por la UE (Next Generation EU) un objetivo socio-económico común? ■

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DANIEL ROLDÁN

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