Clarín

Del despertar sexual al atentado contra el dictador Videla

En la novela “Confesión”, explora la memoria, pero sobre todo, qué pasa con los silencios y el olvido.

- Paula Conde pconde@clarin.com

Si hay algo que le falta al escritor Martín Kohan en esta cuarentena es ir a la cancha. Fanático de Boca, y antes que nada del fútbol, confiesa con algo de pudor que no la está pasando nada mal en esta cuarentena. Que su vida se mantuvo y se mantiene casi igual, aunque, sí, como todos, pasa más tiempo en su casa: da clases por Zoom, lee y escribe mucho, ahora que puede sale con la bicicleta, ahora que puede frecuenta bares en la actual versión de mesitas en la vereda (“preferiría adentro”). Si tan solo pudiera ir a la Bombonera…

Jurado del Premio Clarín Novela por primera vez, compartirá la tarea de elegir la obra ganadora con las escritoras Liliana Heker y Clara Obligado. Este año, publicó los libros Me acuerdo (Ediciones Godot, $650), una memoria personal que homenajea a Georges Perec y Joe Brainard, y, recienteme­nte, Confesión, una historia en tres partes sobre el despertar sexual de Mirta, una joven oriunda de Mercedes, donde nació el dictador Jorge Rafael Videla por quien siente gran fascinació­n; la memoria y su contracara, el olvido; y también la última dictadura argentina, con un episodio poco recordado, el atentado contra Videla, en Aeroparque, en 1977.

-¿Cuál fue el origen de la historia?

-Las ideas surgieron por separado y luego me resultaron combinable­s: una es la del despertar del deseo sexual con Videla como objeto de una joven que vive en la ciudad de Mercedes (donde nació el dictador); y la otra que me daba vueltas desde antes era una narración épica de la lucha armada. Leyendo sobre el ataque del ERP en Monte Chingolo y buscando materiales, surgió lo del atentado a Videla en Aeroparque. Les daba vueltas a las dos cosas por separado.

-Videla es un personaje transversa­l a la historia, mueve los hilos de la historia grande que da contexto a la historia particular y, sin embargo, aparece sin voz, ¿por qué?

-De alguna manera lo que impacta es eso mismo, esa condición de esfinge que produce en el personaje de Mirta: eso no la decepciona, por el contrario, la atrae. Por un lado, quería interrogar un tipo de fascinació­n que esta adolescent­e va sintiendo, que no tiene que ver con la voz, porque no tiene que ver con lo que diga, sino con la estampa, con la firmeza, que hasta puede verse subrayada por el silencio, del que no habla porque no precisa hablar, porque impone con su figura. Es el tipo de fascinació­n que quería interrogar, con consternac­ión, claro.

-Más que un “amén” colectivo en la Iglesia, no dice una palabra. -Siempre me impactó mucho en el testimonio de Videla el lugar que el silencio ocupaba en sus responsabi­lidades. Me acuerdo la manera en que Videla refiere la manera de desaparece­r los cuerpos de las víctimas de la represión. Él dice que asume esa decisión desde el silencio. Le comunican que están haciendo eso y él no dice nada; y el no decir nada no lo invoca como pasividad o neutralida­d, sino que es el momento en que respaldó eso que se estaba haciendo con el silencio. Es tremendo.

-¿El silencio es inherente a su figura?

-Su silencio no es abstención, su silencio implica asumir la responsabi­lidad con el silencio y desde el silencio. Es una zona de esa figura siniestra que evidenteme­nte me resulta más significat­ivo que lo que podría llegar a decir. Excepto la escena en que define a los desapareci­dos. Lo tremendo es la dificultad que tiene para decir lo que quiere decir, como algo que no puede ser nombrado, que es lo que termina expresando. El desapareci­do no puede ser nombrado, es una figura que correspond­e al silencio porque efectivame­nte es una figura que estaba siendo silenciada, era y es, en algún sentido, una figura definida por lo silenciado, no sabemos dónde están, qué hicieron con los cuerpos, qué hicieron con ellos. Entonces, el silencio cobra, respecto del terrorismo de estado y en lo particular en la figura de Videla, una clave siniestra de esa figura. Hay una verdad siniestra en Videla que está dada en su silencio, en un tipo de autoridad silenciosa, horrible. Esa irradiació­n de firmeza y equilibrio lo vuelve más siniestro. Fue el que condujo los hechos más desequilib­rados y bestiales de la historia argentina. Tenés otras figuras del terrorismo de estado que tienen que ver con la palabra o la acción, pero Videla es una estampa, una esfinge, al que le correspond­e la autoridad del silencio.

-Este año publicaste “Me acuerdo”, una memoria personal, y esta novela donde aparece la memoria colectiva de la historia argentina y la memoria fragmentad­a del personaje de Mirta. -Fue casual por los tiempos de publicació­n. La escritura estuvo separada en el tiempo y en mi cabeza. La cuestión de la memoria, en el caso de Confesión, es que lo que se olvida no es menos relevante que lo que se recuerda. En la tercera parte la construcci­ón de esa narración, necesitaba que los personajes estuviesen haciendo otra cosa y los puse a jugar al truco, mientras se produce la narración y esa última confesión, porque, al final, es un relato lleno de faltantes, de no dichos, de sobreenten­didos y de cosas tapadas. -Que se suma al hecho poco recordado del frustrado atentado a Videla en Aeroparque.

-De la segunda parte, me sigue llamando la atención que un hecho tan resonante, impactante y significat­ivo como un atentado a Videla esté tan significat­ivamente olvidado. Muchísima gente con la que hablo no se acordaba de ese hecho y eso me intriga más. Sabemos que ninguna memoria es plena, y cuando a Borges se le ocurrió crear una memoria plena en Funes, acertó a definirla como insoportab­le. Cada memoria necesita de un tipo de olvido y me interesa la posibilida­d de interrogar cuál es el tipo de olvido necesario en cada una de las memorias, dado que ninguna memoria es plena ni total. En ese sentido, la literatura es extraordin­aria porque podés modular la narración entre lo dicho y lo no dicho, entre lo que se explicita y lo que se infiere, entre lo que se recuerda y se olvida; lo que se olvida no es lo otro del recuerdo sino aquello que permite que el recuerdo funcione tal como es, que ese recuerdo sea ese y no otro. Me resultan interesant­es estas zonas de olvido. Sabemos que los olvidos son tan significat­ivos como los recuerdos. ¿Qué es lo que hace falta olvidar para que un recuerdo se produzca? Ahí busco perforar la narración para que el recuerdo no aparezca completo, llenarlo de no dicho, de ausencias, el recuerdo sale de lo que estaba olvidado. La relación que entablo con la memoria en las novelas es a través del olvido.

-El personaje de Mirta quiere hacer un bien al llamar a un coronel, pero genera un daño enorme. ¿Qué papel juega esa fascinació­n que ella había sentido por Videla en su juventud?

La irradiació­n de firmeza y equilibrio de Videla lo vuelve más siniestro. Condujo los hechos más bestiales de la historia argentina”.

-Tenía que resonar una cosa en la otra. Hay una fascinació­n del despertar sexual y algo que pasa a la tercera parte. Procuré evitar cualquier movimiento causa-efecto o movimiento lineal. Diría que la palabra es resonancia. Busqué lo distinto y encontré insistenci­as. El hacer el bien la lleva a algo que se torna perverso. Me interesa indagar ese tipo de conexión entre el bien y el mal, cómo en nombre del bien, va a parar a los lugares más espantosos. Mirta no busca otra cosa que el bien y no hace otra cosa que daño. Resuena en algo que también me despierta la figura aberrante de Videla, es que los hechos más terribles, más aberrantes que se cometieron en la historia argentina son cometidos en nombre del bien. Se activa una figuración de la rectitud en Videla, como no le cabe a Camps o a Astiz o a Massera, quiero decir, una figuración de la rectitud en la que busco sondear la conexión de alguien que, situado en el moralismo del bien, perpetra los hechos más aberrantes. ¿Cómo es la conexión de ciertas formas perversas del bien que llevan al daño? ¿Cómo en nombre del bien se hacen las peores cosas? Eso estaba en Videla de una manera singular y siniestra; y en todo el aparato del terrorismo de estado no creo que haya una figura igual, alguien que asume plenamente la represión y el terrorismo de estado y a la vez no se ensució las manos. ■

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JUAN MANUEL FOGLIA Contrastes. La ficción también habla de cómo “en el nombre del bien” se han provocado graves heridas.
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Ed. Anagrama 200 páginas $ 895
Confesión Ed. Anagrama 200 páginas $ 895

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