Clarín

Un intento de levante a la usanza medieval

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Salir a la calle, cruzarse una chica fumando, pero una chica como salida de alguna película clásica. Audrey Hepburn, con vestido blanco flameando al viento y corte de pelo a lo Mafalda. La ves, imposible no hacerlo, la vemos todos, pero uno vuelve sobre sus pasos. Y vuelve porque no puede hacer otra cosa. Y la acaricia con la mirada. Y la ve caminar radiante y serena, acompañada de un perro flaco, alto, aristocrát­ico. Es percibirla nomás, mirarla cruzar la calle, entrar a un edificio, salticar dos escalones y cerrar la puerta para que, milagrosam­ente, quedemos enfrentado­s uno al otro, vos y yo, a través del vidrio de la entrada.

El instante nos sorprende pidiendo un minuto como en el básquet, con el gesto de la mano haciendo techito sobre el dedo índice. Qué amable, qué mujer divina, pensás. Audrey Hepburn sonríe a la distancia sin saber si el que se acerca le pedirá el teléfono o le apuntará con un arma. Nos abre la puerta (“Carlos”, dice presentand­o al perro). La mirás fatigado ante tanta hermosura, pensando que la belleza es realmente una cosa seria. “Me gustaría conocerte”. Ella reacciona convirtien­do la naturalida­d en una alegría que nunca nadie jamás. Lo sabemos: un intento de levante a la usanza medieval, callejera, sin redes sociales ni apps para citas. “Anotá”, dice de repente. “No tengo nada para anotar”. 867… tira sin el 15 adelante y ahí mismo chau, te vas, arrancás un volante de empanadas, pedís una birome en el kiosco, 867..., y volvés para mandar un mensaje urgente queriendo saber qué tal funcionó la memoria. Del otro lado están en línea y responden con el emoji más cálido de todos. Continuó.

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