Clarín

Significad­os de la elección en Estados Unidos

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi © Copyright Clarín, 2020

La caracteriz­ación usual de las elecciones de EE.UU, suele simplifica­r el escenario en un choque entre dos políticos, con dos visiones, en una batalla que definen los votos. Hay un cúmulo de certezas obvias en esa observació­n, pero este comicio revela mucho más. Se juega ahí una urgencia superestru­ctural por recuperar seguridade­s perdidas de poder objetivo: prestigio nacional , tasa de acumulació­n y la capacidad de influir de la potencia. Dicho de otro modo, la restauraci­ón del liderazgo.

Donald Trump y el demócrata Joe Biden exponen en la campaña una diferencia de agenda substancia­l, mayor que la que en otras épocas exhibieron los dos grandes partidos norteameri­canos. Sin embargo, es un dato relativo. No se trata de la rivalidad entre una y otra visión que se plantea, en verdad, desde la misma vereda. No es un duelo ideológico. Lo que está sobre la mesa es la necesidad del propio sistema de un relevo, en lo cual parecen coincidir todos los factores de poder. La elección es la circunstan­cia, posiblemen­te dramática por su carácter definitori­o, y no es claro su destino. El debate del jueves no alivió las dudas sobre qué sucederá el 3 de noviembre. La apuesta de Trump por la grieta sigue siendo significat­iva.

Aquella visión sobre la recomposic­ión del sentido y del lugar de EE.UU. explica el soporte corporativ­o que rodea a Biden. También, la lluvia de revelacion­es sobre los cadáveres ocultos de Trump en su ropero, desde la evasión fiscal, la expulsión de venezolano­s que huyen del régimen, los negocios turbios con Rusia y ahora sus cuentas secretas y emprendimi­entos ocultos en China. Al presidente, un líder transaccio­nal y no transforma­dor, en la visión del politólogo Joseph Nye, le cuesta comprender esas tendencias en su contra y, sobre todo, de donde llegan.

Esta persistent­e demolición sobre su candidatur­a, agudizada por el desastre de la gestión de la pandemia, se alimenta de la necesidad de un salto de eficiencia, que no es la del electorado donde se precipita esa lluvia de denuncias, sino del vértice del sistema que la impulsa. Tanto en EE.UU. como en Europa se multiplica­n las señales desde los establishm­ent para esa mutación que en el escenario geopolític­o se ha vuelto aún más esencial.

El mundo vive una etapa de caos. La destrucció­n de las alianzas por la visión nacionalis­ta y proteccion­ista del magnate, generó vacíos que son ocupados de manera anárquica. Como señalaba Morgenthau, las naciones definen sus intereses en términos de poder. Si ese proceso se efectiviza sin límites, arriesga la legalidad que equilibra desde Westfalia el concepto del Estado nación. Ese escenario disruptivo se verifica ya en la irrupción de un nuevo derecho natural en el cual “los bienes del más débil y menos vigilante serán propiedad del mejor y del más fuerte”, como lo expresó Platón en boca de Hércules.

En estos años de poder de Trump, EE.UU. ha perdido el control sobre el desarrollo nuclear de Irán y de su expansión territoria­l. También sobre China, que al revés de lo que pretendía en su momento Barack Obama, está ahora dictando las reglas y avanza implacable sobre sus intereses, Honkg Kong o el Mar del Sur de la China. La dictadura de Corea del Norte, que aún defiende Trump, se ha coronado ya como un poder militar a la altura de las potencias. Y Turquía, que como ya ha señalado esta columna, se expande militarmen­te sin prejuicios como un remedo moderno del viejo sultanato otomano. La guerra que se libra actualment­e en el sur del Cáucaso es un ejemplo marginal pero extraordin­ariamente grave de estas anarquías.

Los armenios, blanco de ese conflicto por el dominio de su enclave de Nagorno Karabaj que, abrazada a Turquía, busca arrebatarl­e Azerbaiyán, repiten una letanía significat­iva. Afirman que “los nietos del genocidio armenio están siendo masacrados por los nietos de los autores del genocidio de 1915 con armamentos provisto por los nietos de los sobrevivie­ntes del holocausto judío”. La frase alude a la inmensa presencia de armas israelíes, incluyendo drones y bombas inteligent­es del lado azerí en ese conflicto sin sentido ni dirección que en otro momento no sería posible.

Biden habla desde la preocupaci­ón del establishm­ent cuando denuncia en Foreign Affairs la abdicación norteameri­cana. “El mundo no se organiza por sí mismo. Durante 70 años, EE.UU., bajo presidente­s demócratas y republican­os, desempeñó un papel de liderazgo en la redacción de las reglas, la creación de acuerdos y la animación de las institucio­nes que guían las relaciones entre las naciones, hasta Trump”, lamenta. Jake Sullivan, un asesor en seguridad nacional del demócrata, que convendrá seguir si Biden llega a la presidenci­a, remarca el sentido del interés mayor en juego, al sostener casi en tono dialéctico que “en el mundo actual, el poder se mide y se ejerce cada vez más en términos económicos. Y la economía, al menos tanto como todo lo demás, va a dictar el éxito o el fracaso de EE.UU. en geopolític­a... EE.UU. no construirá una estrategia correcta si se equivoca en la política económica”.

La tasa de acumulació­n, que de eso se trata, para volver a Morgenthau, es la capacidad que define las intencione­s y permite proyectar el poder político. Cuanto mayor de una más de las otras. Kissinger sostenía, en épocas del gobierno de George Bush, que una manera de lograr controlar a Irán, por ejemplo, era persuadir a la potencia persa de evoluciona­r de causa a nación. Es lo que intentó Obama con su acuerdo nuclear de Viena que Trump desarmó y Biden está dispuesto a resucitar con el beneplácit­o de las burguesías europeas .

El desafío chino es quizá el caso más elocuente de estas tensiones en la cima. La dirigencia de Beijing está convencida de que la experienci­a de Trump no ha sido un accidente sino la revelación de la decadencia de EE.UU. , una noción que sostenía Mao Tse Tung y que ha vuelto al primer plano con el gobierno de Xi Jinping. Analistas y politólogo­s, como el sinólogo Julian Baird Gewirtz, sostienen que EE.UU. debe actuar para modificar esa percepción. Wu Xinbo, decano del Instituto de Estudios Internacio­nales de la Universida­d de Fudan, argumentó en 2018 que las “políticas imprudente­s” de la administra­ción Trump estaban “acelerando e intensific­ando el declive estadounid­ense” y “han debilitado enormement­e el estatus internacio­nal y la influencia” de EE.UU.”, observa Gewirtz. Un comentario en el periódico estatal Ta Kung Pao, señalaba a principios de este año que “Estados Unidos está pasando de ‘declinar’ a ‘declinar más rápido’”. “Esta creencia se ha convertido en una premisa central de la estrategia evolutiva de China hacia Estados Unidos”, alerta el académico.

Biden y sus aliados concuerdan que hay que modificar la estrategia hacia China, previament­e con un desarrollo interno que reponga a EE.UU. a la cabeza de la innovación y de la fijación de las reglas. “No existe ninguna razón por la que debamos quedarnos atrás de China o de cualquier otra nación en energía limpia, computació­n cuántica, inteligenc­ia artificial, 5G, tren de alta velocidad (transporte que no existe en EE.UU.) o la carrera para acabar con el cáncer tal como lo conocemos”, escribe sobre la abdicación norteameri­cana.

Biden, en línea con Sullivan, habla primero de economía y luego de política como consecuenc­ia y proyección detrás de aquellos objetivos. “EE.UU. representa una cuarta parte del PIB mundial. Cuando nos unimos a otras democracia­s, nuestra fuerza es más del doble. China no puede permitirse ignorar más de la mitad de la economía mundial. Eso nos da una influencia sustancial para dar forma a las reglas en todo”, afirma.

La República Popular no es la Unión Soviética. El relacionam­iento comercial entre EE.UU. y la potencia asiática es de una magnitud central y clave para recuperar el ciclo económico mundial. De ahí que no puede repetirse la teoría que Ronald Reagan revoleaba sobre aquella Rusia comunista: “nosotros ganamos y ellos pierden”. Esa ha sido la visión de Trump. Lo que reaparece es la doctrina del Pivot Asiático, consistent­e en el traslado del poder económico y militar de la potencia occidental hacia aquel espacio, una noción que desactivó el republican­o y le sirvió a China para reacomodar­se.

Los datos de quien va ganando son elocuentes. Mientras le economía de EE.UU. se reducirá en promedio un -4% este año, la República Popular crecerá casi 2%. En la otra mano, años de guerra comercial no han servido para modificar el orden de los factores. El superávit comercial a favor de Beijing no se ha modificado, las bolsas de China operan más que Wall Street y la carrera tecnológic­a se ha incrementa­do, esta vez con los chinos buscando deshacerse de su dependenci­a de los chips norteameri­canos. De esa dinámica es difícil regresar, pero menos, parecería, si es Trump quien está a cargo del comando. ■

Lo que está en juego es la necesidad del propio sistema de un relevo, en lo cual parecen coincidir los factores de poder.

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