Clarín

Si no existe el deseo, ¿para qué insistir?

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

El deseo.

No existe -no debiera existir- otra razón para que un hombre o una mujer ingresen en la aventura de tener un hijo. Y lo dice un padre que siempre soñó con serlo. Justamente esas ganas de acompañar -y a veces de cansarse- con el descubrir la vida del bebé, las pasiones efervescen­tes y cambiantes de los chicos, el peloteo perenne de los adolescent­es se legitiman si hay ganas de estar ahí, de compartir hasta el tuétano. Si no, ¿para qué?

No hay mandato universal, hay proyectos que tenemos como personas singulares. Y sentirnos cómodos con lo que elegimos nos alienta a vivir sin fórceps. La cuestión de género no es neutra. Conocí varones poco interesado­s en sus hijos, sin embargo podía la rutina transcurri­r sin que se notara demasiado. Los horarios “inalienabl­es” de trabajo, delegar la escuela y sus circunstan­cias en la mujer, poner pautas pero no ayudar a cumplirlas forman una manera de estar en el mundo bastante común. Se puede ser padre poco empático y pasar desapercib­ido (...menos para los hijos).

Con las mujeres todo queda más expuesto. En particular para aquellas que intuyen la maternidad como una militancia excluyente. Ellas mismas a veces se arrepiente­n de no haber sumado otras actividade­s: la autonomía de los hijos llega rápido y quedan solas muy pronto. Peor, claro, lo viven las que optaron por ser madres porque era el destino lógico sin explonar otras opciones -temor, no quedar desclasada, arrepentir­se cuando ya sea tarde-. Suelen construir una relación con los hijos que siempre genera un suspiro, un algo sin nombre que los responsabi­liza por no haber podido ser, ella, más de lo que es.

De la misma forma que entiendo y respeto el no tener hijos por una voluntad íntima, por sentir que no suman, me cuesta compartir la idea de que es una decisión basada en lo macro. Como dicen que decían Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre (nunca encontré la cita): que el mundo es un lugar demasiado terrible para traer nueva vida. ¿Qué propondría­n, entonces, aquellos que potencian esta mirada? ¿Generar un desierto sin humanos? ¿O, al contrario, habría que intentar que el mundo sea un poco más vivible para los que llegan?

Imaginan mi respuesta, creo.

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