Primavera Cero
Cruzaron la calle sin mirar, ambos montados en una bicicleta, no usaban barbijo, venían Riendo a carcajadas, habían olvidado la pandemia, los contagios, la crisis y el dólar.
Él piloteaba la bici, zigzagueando autos y peatones, sabía que había terminado de hacer un comentario bastante gracioso y con gesto de ganador cambió de rumbo, ya un poco más seguro hacia donde se dirigía.
Parada en los estribos traseros y apoyada con sus manos en los hombros de él, ella había decidido dejarse llevar y así soltar sus cabellos dorados y ondulados a merced de la suave brisa del andar, su amplia sonrisa se situaba justo debajo de sus chispeantes ojitos achinados.
Eran las once de la mañana, ya casi en el cenit el Sol parecía confirmarles que el camino a seguir era hacia el Parque Centenario, y en esa dirección arrastraron sus sonrisas.
Alrededor de ellos, colectivos atestados de pasajeros y sucios autos grises esperaban la aprobación verde de un semáforo eterno.
Mientras la ciudad resignada parecía intentar arrancar después de una larga cuarentena, sabiendo que ya lo había intentado infinidad de veces, aspirando encontrar nuevas chances, que ya no creía en promesas, que el segundo semestre nunca llegaría y que, en esta oportunidad, contaba con un montón de brazos menos para empujar.
Pero ellos ya se habían alejado rápidamente, alguna carcajada a lo lejos me pareció escuchar, hasta que un bocinazo me hizo entender que el semáforo ya me había autorizado a seguir con mi camino y así poder hacer una vuelta más, entera.