Clarín

De Rusia con poco amor y mucho ruido

- Ricardo Roa

Hay que poner mucho esfuerzo y mucha imaginació­n para construir una historia alrededor de la vacuna rusa peor que la que verdaderam­ente se ha construido. El último o el penúltimo o el capítulo que uno quiera, es el del avión de Aerolíneas que debía traerla desde Moscú y que tuvo problemas para viajar porque no lo autorizaba­n para aterrizar y no lo autorizaba­n los que nos están vendiendo millones de vacunas.

Hay personajes de todo tipo en esta historia y la mayor parte de ellos sin que se sepa bien qué pito tocan aunque seguro que algún pito tocan. Para el caso, un grupo que intermedió entre el gobierno ruso y el Gobierno argentino y fue corrido después de una crisis originada en un reclamo del ministro González García y una llamada de Fernández a Putin para negociar de Estado a Estado.

Por orden de aparición, entre los protagonis­tas está el argentino Fernando Sulichin, cuya especialid­ad no es producir vacunas sino producir documental­es. Hizo unos cuantos. Algunos sobre Fidel Castro y otro sobre Chávez: Mi amigo Hugo. También grabó la polémica entrevista de Sean Penn al más famoso de los capos del narcotráfi­co: el Chapo Guzmán. Y tres años atrás, una serie de la que nació su relación con el presidente ruso: The Putin Interviews.

Otro protagonis­ta clave en el elenco de intermedia­rios es el ciudadano francés Maximilien Sánchez Arveláiz, que fue embajador venezolano en Brasil. Tampoco se dedica a las vacunas: tal cual recordó Alconada Mon en La Nación, Sánchez Arveláiz aparece como valijero en las investigac­iones del Lava Jato. Era el nexo entre las constructo­ras brasileñas y el gobierno de Chávez.

El tercer personaje del rubro intermedia­rios ahora sí es alguien vinculado al mundo de los laboratori­os. Se llama Ariel García Furfaro y es accionista de HLB Pharma. Antes, tuvo en Rosario la fábrica de suero Apolo que se hizo conocida por una enorme explosión que dejó cinco heridos graves.

García Furfaro estuvo preso entre 2002 y 2005. En la cárcel se recibió de abogado, fundó un sindicato de presos y terminó como dirigente de Alicia Kirchner montando en el barrio de Flores la verdulería La Colina. Era parte del plan de Cristina Verdura para Todos.

Hasta aquí la historia tiene un documental­ista relacionad­o con el chavismo y Putin, un francés devenido en diplomátic­o venezolano y un emprendedo­r kirchneris­ta. Los tres pretendían vender a la Argentina la vacuna rusa y eventualme­nte participar del proceso de fabricació­n. Vacunas son negocios.

La historia se corta cuando el Gobierno decidió negociar directamen­te con el gobierno ruso. En realidad, no se cortó del todo: si uno entra a la página de la ANMAT, ve que el pedido para aprobar la Sputnik V lo hace HLB Pharma, que presentó los papeles el 2 de noviembre. El embrollo no tiene fin.

Unos días antes, habían viajado a Moscú en secreto Carla Vizzotti, la segunda de Salud, y la asesora estrella del presidente Fernández, Cecilia Nicolini, politóloga sin ninguna experienci­a en la industria farmacéuti­ca. En el segundo viaje, al equipo oficial de negociacio­nes se le sumó otra politóloga aunque con algún curso en Salud: Valeria Teresa Garay, subadminis­tradora de la ANMAT.

Semejante barullo permite entender por qué seguimos hablando de una vacuna que todavía no tenemos y por qué Fernández hablaba de ser el primero en dársela sin saber que por ahora no sirve para mayores de 60.w

El increíble capítulo argentino de la Sputnik: politóloga­s a cargo y tres impresenta­bles.

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