Una Nochebuena con esperanza, pero distinta
Se viene la Nochebuena más extraña que nos haya tocado vivir como sociedad. Todos los usos y costumbres de las Fiestas están atravesados por la amenaza del coronavirus. Hasta la idea básica, “vamos a juntarnos”, revela un peligro potencial. ¿Cuántos seremos? ¿Habrá distancia social? ¿Bajo techo o al aire libre? Nosotros nos cuidamos, pero... ¿ellos? Nos hemos vuelto seres radioactivos, los portadores de un peligro invisible y letal. La mesa navideña como bomba de contagio: un temor que, en mayor o menor medida, nos ha pasado a todos por la mente.
¿Cuántas decisiones odiosas en otros tiempos ya habremos tomado en este 2020 que se va? Llegarán las doce, claro, y habrá brindis, el rito de las uvas, la discusión por el pan dulce (“¡con frutas abrillantadas no!”), pero recelaremos de los abrazos y de los besos. El tío se disfrazará de Papá Noel y repartirá regalos, pero quizás haya alguien designado para rociarlos con alcohol antes de que lleguen a mano de los niños. Como siempre, charlaremos de fútbol, recomendaremos series, evocaremos una vez más las viejas anécdotas familiares que nos divierte recuperar con algún ribete nuevo. Pero hablaremos de la vacuna. Mucho. Con esperanza. Con incertidumbre. Y de la pandemia, con hastío. En más de cuarenta mil familias argentinas habrá una silla vacía a causa de la extraña “gripe” que, justo hace un año, se propagaba imparable desde una ciudad china.
Para ellas, sobre todo, será una Nochebuena distinta. No por las prevenciones a tomar, no por la extrañeza de las rutinas alteradas, sino por las ausencias tristes e irreparables. ■