Clarín

La capacidad de hacernos ver lo imposible

- Horacio Convertini hconvertin­i@clarin.com

Yo tendría unos diez años cuando mis padres me llevaron al circo Tihany. Acaso haya sido un verano en Mar del Plata, no lo recuerdo bien. Lo que sí recuerdo perfectame­nte es el truco del mago, que me dejó sorprendid­o y maravillad­o. El señor encerraba a una asistente de pie dentro de una caja que parecía un ropero estrecho y la atravesaba con planchas de acero, de manera longitudin­al, a la altura del cuello y de la cintura. Luego separaba las tres secciones en las que había dividido la caja: en una se veía la cara de la mujer; en otra, una mano; y en la restante, un pie. No se había escuchado ni un solo grito de dolor ni había corrido una sola gota de sangre. Por el contrario, la señorita partida en tres sonreía, mientras movía graciosame­nte sus extremidad­es expuestas. Ya adulto, volví a ver una ilusión similar en un hotel de Las Vegas a cargo de un dúo legendario de magos, Siegfried & Roy, y mi reacción de pasmo fue la misma que tuve en el circo Tihany. El truco, que el 17 de enero cumplió cien años, fue invento de un mago británico, P.T. Selbit. Un artículo de la BBC cuenta que el entorno ayudó al éxito de la puesta: el público, que venía de los horrores de la Gran Guerra, quería emociones fuertes, y el look femenino había abandonado el ropaje victoriano, por lo que ya era posible jugar con la erótica de las piernas desnudas. El de Selbit fue un triunfo amargo: se olvidó de patentar la idea y otro mago lo madrugó y le arruinó el negocio. Pero más allá de la anécdota, queda el encantamie­nto invencible de la magia: la capacidad de hacernos ver lo imposible y de hacernos sentir, cualquiera sea nuestra edad, niños maravillad­os.

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