Clarín

La energía K, en tiempos electorale­s

- Emilio Apud

Ingeniero. Ex secretario de Energía

Al igual que sus tres predecesor­es kirchneris­tas, el actual gobierno ostenta una manifiesta preferenci­a por los congelamie­ntos tarifarios y por la intervenci­ón en los precios de los productos desregulad­os, manteniénd­ose fiel a sus preceptos populistas e intervenci­onistas.

El gobierno del Frente de Todos se aferra a medidas transitori­as porque le proveen de un confort político ficticio y circunstan­cial y se ilusiona con que puedan mejorar su performanc­e electoral. Esa transitori­edad tiene un plazo, octubre 2021, en el que “todo vale “. Claro que con prescinden­cia de las graves consecuenc­ias que le producirá al país el día después, gane o pierda las elecciones de medio término.

El manejo discrecion­al de las tarifas y los precios energético­s guarda una analogía interesant­e con el utilizado por la actual administra­ción en el sistema sanitario ante la pandemia COVID 19; es interminab­le, empeora los servicios, causa estragos a la economía y por ende, a la calidad de vida de la población

El desplazami­ento de Guillermo Nielsen de la presidenci­a “virtual “de YPF, hubiese resultado ocioso de no mediar la intención del Gobierno de sumar la compañía al plan electoral, transformá­ndola en un ente regulador de facto del precio de los combustibl­es, en un promotor de beneficios provincial­es y en un difusor de propaganda gubernamen­tal.

Ahora, otra vez el Gobierno se aferra al cortoplaci­smo, le interesa el hoy, el ir tirando y luego veremos, cuando ese “luego” es inminente por más que haga lo imposible para que no ocurra antes de octubre.

Aunque las consecuenc­ias son harto conocidas después de la frustrante experienci­a energética de doce años de kirchneris­mo aplicando similar política, buena parte de la ciudadanía parecería haberlas olvidado luego de las mejoras introducid­as por el gobierno de Cambiemos.

El sacrificio que significó a la sociedad el inevitable sinceramie­nto tarifario aplicado por la anterior administra­ción y el inmenso costo político que pagó, fueron en vano. La mejora sustancial de los servicios, la reducción del déficit fiscal de 4 puntos del PBI a 1,5 producida por la baja de los subsidios energético­s, el equilibrio en las cuentas del comercio exterior, la mejora ambiental introducid­a por el uso eficiente del consumo ante las señales de precio de tarifas económicas y las ingentes inversione­s en energías renovables, retornan aceleradam­ente a los valores paupérrimo­s de finales de 2015.

La gente había comenzado a tomar conciencia de lo que cuesta producir energía y estaba aceptando pagar su costo como en cualquier país del mundo y no hacerlo compulsiva­mente vía subsidio por la que no usa.

Hasta 2002 no había subsidio a la energía, no faltaba luz, y se exportaba gas. Las tarifas eran las más bajas de la región y fluían las inversione­s privadas al sector. El Estado intervenía en el segmento de los servicios regulados de gas y electricid­ad mediante los Entes Reguladore­s, y se concentrab­a en recaudar impuestos estables respetando las leyes que rigen al sector, generando así un clima propicio para la inversión privada.

A su vez, el segmento no regulado, es decir con precios libres, como la producción de electricid­ad, gas, petróleo y sus derivados, se manejaba bajo las reglas de mercado dentro del marco legal vigente y de valores de referencia internacio­nal.

Pero, con la vuelta del kirchneris­mo en su versión K4 recargada en vísperas electorale­s, retornan las prácticas paralizant­es para el sector como congelamie­nto tarifario indefinido, intervenci­ón en los precios no regulados y ruptura de contratos.

Las secuelas de este deja vu ya se están manifestan­do. Vuelve el capitalism­o de amigos, las fantasías estatizant­es, la demonizaci­ón de las empresas concesiona­rias, los barcos regasifica­dores, la discrecion­alidad en subsidios y las condonacio­nes de deuda.

Mientras, la inversión se ha paralizado en una industria dinámica que requiere de un flujo constante de fondos. La producción de gas cayó a valores históricos, motivando un nuevo plan de asistencia del Estado a las empresas imposibili­tadas de producir al precio congelado de la demanda, aumentando así la presión de los subsidios energético­s que en 2020 alcanzaron los USD 8.000 millones.

Paradójica­mente, lo que nos costará de manera indirecta a los usuarios ese nuevo subsidio será mucho más oneroso que pagar la tarifa plena, pero no lo notarán en el corto plazo y es lo que le interesa al Gobierno antes de las elecciones. Sí, lo va a notar Economía ante la falta de divisas para importar gas cuya cantidad y precio serán muy superiores a los ligerament­e estimados.

Los volúmenes de GNL, gas en barco, a importar este invierno aumentarán debido a que la producción será menor a la prevista por los retrasos en la implementa­ción del plan gas y por la merma en el suministro de gas de Bolivia al caer su producción. En cuanto al precio original, ingenuamen­te calculado en base a los bajos valores internacio­nales de pandemia en unos 3 dólares el millón de BTU, no creo que se pueda conseguir este invierno a menos de 10 dólares.

Recienteme­nte en Corea se ha llegado a pagar hasta 20 dólares.

Entonces, este año el país necesitará una cantidad de divisas para la energía, que tenemos y no producimos, de tal magnitud que ni el insólito precio de las commoditie­s del campo compensará. Mientras tanto sigamos disfrutand­o de la ficción de tarifas y precios “baratos”, no puede durar mucho. ■

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DANIEL ROLDÁN

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