El gran1 Día de la Investidura
La trascendencia que tuvo la asunción de Joe Biden como presidente de los EE.UU. este miércoles 20 se debe a varias razones, pero la principal se llama Donald Trump y el arrebatado final de su mandato, que tuvo como episodio disruptivo mayor el asalto al Capitolio el 6 de enero. Es difícil saber si se trató de un alboroto de pacotilla, en manos de turbas marginales o de un conato golpista cuidadosamente planificado en las sombras por una organización con mayor poder de fuego. Como quiera que fuera, los EE.UU. pudieron experimentar aquello que hasta ahora acostumbraban ver como algo propio de países con democracias débiles e inestables: una acción insurreccional capaz de poner en peligro la democracia misma. Esa sorpresa quedó reflejada en el pronunciamiento de los jefes de las Fuerzas Armadas señalando que “como lo hemos hecho a lo largo de nuestra historia, el ejército de los EE.UU. obedecerá las órdenes legales de los líderes civiles”. Sin eufemismos, la excepcionalidad de esta circunstancia los llevó a recordar: “Como miembros del servicio, debemos encarnar los valores e ideales de la nación. Apoyamos y defendemos la Constitución. Cualquier acto que interrumpa el proceso constitucional no solo va en contra de nuestras tradiciones, valores y juramentos; Va en contra de la ley”. Y enfatizar que Biden asume con plena legitimidad de origen no solamente la presidencia sino también en su carácter de Comandante en Jefe. Concluyen dirigiéndose a todos los integrantes de las fuerzas armadas y de seguridad: “a nuestros hombres y mujeres desplegados y en casa, salvaguardando nuestro país: estén preparados, mantengan la vista en el horizonte y permanezcan enfocados en la misión. Honramos su continuo servicio en defensa de todos los estadounidenses”. Es la primera vez en la historia de Estados Unidos que los jefes militares se ven en la necesidad de recordar algo que se suponía sobrentendido: la plena subordinación a las autoridades legitimamente constituidas y a las instituciones de la democracia. Habla también del desafío que enfrenta Biden, comparable con aquel que tuvieron otros presidentes al asumir luego de presidencias autoritarias o regímenes de fuerza: restaurar el respeto por la autoridad presidencial que su antecesor dejó mellada, hacia adentro y hacia fuera de su país. Y hay que reconocerlo: en ese aspecto de respeto a la investidura, la Argentina lo ha hecho bastante bien, pese a todo, en estos 37 años de sucesiones presidenciales. ■