Clarín

El sabor de la sorpresa

- Diana Baccaro dbaccaro@clarin.com

Frutilla y chocolate. Siempre los mismos gustos, siempre el mismo camino. Hasta que un día probás la naranja con jengibre y rompés esa rutina que certificab­a tu mundo, tu hoja de ruta. Puede ocurrir un domingo cualquiera que decidís parar el auto en el medio del Camino General Belgrano -esa ruta que saboreaste durante años, ida y vuelta, bajo el tejado de las mismas ramas- para entrar al Parque

Pereyra Iraola. Tantos años ahí, al costado de tu ventanilla, y vos mirando hacia arriba, hacia los eucaliptos que marcan tu banquina, tu línea de continuida­d, tu trayecto a casa. Pero ese domingo bajás, abandonás el automatism­o de la velocidad y descubrís todo lo que hay más allá de tu camino favorito.

Un mundo paralelo, un bosque encantado que los eucaliptos, tan bellos, no te dejaban ver. Un lugar salvaje rodeado de urbanidad, infinito y misterioso. Puentes, lagos, animales, y hasta una pequeña iglesia salida de un cuento, con techos de tejas rojas construida en 1938. Te dicen que allí iban a rezar los trabajador­es de la antigua estancia de los Iraola, aunque creés que también es posible que el parque sea en sí mismo un gran templo donde Dios se expresa a través de la Naturaleza.

Hay 130 especies de árboles, entre ellos uno de “cristal” que exuda una resina en forma de “lágrimas” y se ilumina en las noches de luna llena. Todo, todo eso, detrás de la línea cerrada de tus eucaliptos. Y de una rutina que viene a demostrart­e esta tarde de domingo que detrás de cada elección no siempre tiene que haber una resignació­n. A veces también se puede probar el mango con maracuyá.

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