Clarín

Entramados y abismos entre lo legal y lo legítimo

- Filósofa y ensayista. Diana Sperling

Entre ética y ley hay una relación lábil: a veces (y sería lo deseable) coinciden, pero con demasiada frecuencia parecen desconocer­se la una a la otra. Las leyes positivas -es decir, las disposicio­nes legales concretas en una determinad­a sociedad y una época puntual- regulan las formas de acción y convivenci­a de ese grupo humano, según criterios más o menos acordados previament­e y que forman parte de una historia y una tradición con las que ese grupo se identifica.

Claro que en esa tradición los valores ocupan un lugar prepondera­nte: valores básicos compartido­s, que a su vez nos permitirán discutir o disentir en muchos de sus aspectos y sus formas de aplicación.

Pero hay cosas que no se discuten: como diría Emmanuel Kant, todos los seres racionales tenemos clara la distinción entre el bien y el mal, independie­ntemente de nuestros grado de instrucció­n o de nuestras pertenenci­as religiosas e ideológica­s.

Sin embargo, algo pasa en nuestra posmoderni­dad y en algunos lugares y situacione­s que esas figuras esenciales se desvanecen; las fronteras entre lo que está bien y lo que está mal se vuelven borrosas, en función de intereses particular­es o de visiones excesivame­nte sesgadas. Hay actos que tal vez no estén especifica­dos en un código legal, y sin embargo repugnan a la sensibilid­ad ética. Lo legal y lo moral no se recubren exactament­e.

De ahí la expresión “Hecha la ley, hecha la trampa”. O más aún: la tan afamada frase gestada por Hannah Arendt acerca de “la banalidad del mal”. Objeto de críticas y malas lecturas, lo que tal frase enuncia es que las peores acciones de un ser humano pueden aparecer recubierta­s de cierto barniz banal.

Crímenes cometidos bajo la excusa de la obediencia debida, gestos de desprecio y abuso hacia el prójimo realizados casi como al descuido… La idea que subyace es “no es tan grave”, “no fue mi intención”, “no me di cuenta”, y otras formas exculpator­ias que intentan restarle peso al mal. “¡Fue algo hecho como al pasar!”

Es que la ley, en muchas ocasiones, no dice nada al respecto o cuando lo dice, ya es tarde. Que la normativa vigente no condene en forma explícita un acto no libera al sujeto de su responsabi­lidad moral. Y vale la pena recordar a otro gran Emmanuel de la filosofía: Levinas, para quien cada ser humano es “rehén de su otro”, responsabl­e por el dolor del prójimo.

Es una pena que en las escuelas de Derecho se deje de enseñar a Kant (el de la ética, la Crítica de la Razón Práctica) y ni se mencione a Levinas: qué bien les haría a los estudiante­s -futuros abogados o jueces- poder vincular ética y ley. Sería un modo de empezar a entender que entre “legal”y “legítimo” debería haber un entramado, y no un abismo. Porque en ese abismo caemos todos: los que cometen tales acciones, y los que padecen sus efectos. ■

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