El Papa en Irak , la búsqueda del tiempo perdido
Francisco de Asís recomendaba “predicar el Evangelio en todo momento y, si es necesario, con palabras”. Es esa la dimensión que el Vaticano y el Papa, quien tomó su nombre pontificio de aquel santo católico, pretenden darle a la compleja excursión de cuatro días que el jefe de la Iglesia inició este viernes en Irak. La primera vez que un Papa llega al peligroso y abrumado país árabe tras los intentos fallidos de Juan Pablo II en el 2000 o Benedicto XVI, años después, frustrados por la inseguridad. Esta vez, a ese desafío crónico se agrega la virulencia de la pandemia que en Irak se descontroló por las vulnerabilidades de un gobierno en decadencia.
La gira por lo tanto se sobrecarga de símbolos, no necesariamente espirituales. La inclusión de una escala en Ur, de donde se afirma que era oriundo Abraham, el patriarca bíblico que se reverencia como el padre del judaísmo, el cristianismo y el islam, forma parte de aquella dimensión. Una peregrinación para religar confesiones, que de ahí viene la palabra religión. Un raro signo de unidad en un país atravesado por enormes divisiones y que parece sólo unirse en la protesta social contra el gobierno y la presencia virreinal de EE.UU. o de Irán.
La intención del Papa es continuar lo que logró en su viaje a Abu Dhabi en 2019. Allí, junto al Gran Imán de Al Zhar, Ahmd al Tayyeb, firmaron un documento, que bajo el título de “Fraternidad humana: por la paz mundial y la convivencia”, deploraba el terrorismo y elevaba “la cultura de la tolerancia”.
El vaticanólogo Christopher White, corresponsal del National Catholic Report, un quincenario que se publica en un centenar de países, sostiene que esta visita a Irak fue pavimentada precisamente por las palabras del líder sunnita durante la consagración de aquel documento. “Me gustaría dirigirme a mis compañeros musulmanes en el este”, sostuvo ese día el Imán. “Mi mensaje para ustedes es que abracen a sus hermanos y hermanas cristianos. Son compañeros”. Ese pensamiento reaparece en la encíclica Fratelli Tutti de octubre pasado en la que Francisco reivindica el acercamiento y rechaza la noción del choque de civilizaciones que popularizó Samuel Huntington y al que adhirieron sus recientes herederos soberanistas.
Un objetivo central del viaje es que el máximo clérigo shiita, el ayatollah Sayyid Ali AlHusayni Al-Sistani, se asocie al compromiso de Abu Dhabi. Sistani, nacido hace 90 años en Irán, es un moderado rival del liderazgo religioso de los ayatollahs persas, con los cuales ha evitado siempre confrontar. Las cosas van por otro lado. Así como EE.UU. mira los movimientos del Papa, Teherán lo hace con Sistani. La propia reunión entre ambos de este sábado basta para exhibir un progreso relevante en las relaciones entre las dos grandes ramas del islam y de ellas con el cristianismo. Un activo hoy para estos jugadores decididos a no perder posiciones.
Irak, recordemos, ha sido escenario de un enfrentamiento feroz entre sunnitas y shiítas. El dictador Saddam Hussein, un sunnita, era un virtual empleado de EE.UU. del cual recibía ayuda militar incluido el armamento químico con el cual masacraba a la mayoría shiíta del país. En los años ‘80 Washington lo usó como ariete en la larga guerra que libró Irak contra Irán. Cuando sus propios aliados norteamericanos lo derrocaron en la invasión de 2003 con el falso pretexto de las armas de destrucción masiva, los shiítas empoderados por el virreinato norteamericano convirtieron su venganza en una virtual y atroz guerra civil.
Ese caldero fue el pasto del nacimiento de grupos terroristas notorios como la banda ISIS que reclutó a la mano de obra desocupada del ejército del déspota. Este grupo se convirtió luego en una gigantesca y millonaria organización mercenaria capitalizada por las autocracias árabes sunnitas, y no solo las árabes, para golpear objetivos ligados a Irán, entre ellos el régimen de Siria o la minoría kurda. Esa guerra interna fulminó a los cristianos de Irak. Del millón y medio de creyentes que había en 2003, hoy no superan los 250 mil, obligados a huir o asesinados por la barbarie terrorista. Sería ingenuo suponer que el Vaticano no observe esa historia para rodear de sentido esta gira. Esa visión gana mayor importancia aún a partir de la mutación que ha experimentado la gobernanza de EE.UU. El cambio de Donald Trump a Joe Biden es central para este Papa y no sólo por la fe católica del nuevo mandatario.
La gestión de Francisco se resintió en los últimos años por el acoso de sus enemigos internos estimulados por los aliados de Donald Trump. Al Papa le iba mucho mejor cuando en la Casa Blanca gobernaba Barack Obama. Tras su designación en el Vaticano, Francisco se alineó de inmediato con la agenda demócrata y ganó prestigio internacional como renovador de una Iglesia que heredó distante e impulsor de cambios diplomáticos históricos. Esos brillos le sirvieron, incluso, para atenuar las fuertes críticas que recibía en Argentina por sus reiterados fallidos políticos que lo metieron de lleno en la grieta que dividía a sus compatriotas.
La sociedad con Obama lo llevó a involucrarse con la crisis de Oriente Medio donde viajó en 2014 para reclamar, con los mismos tonos del presidente norteamericano, con quien se entrevistó antes de esa cita, una solución de Dos Estados para el conflicto. En 2017, el Vaticano fue el primer gobierno mundial, con la bendición de Washington, en reconocer oficialmente la existencia del Estado palestino.
La misma agenda de Obama convirtió a Francisco en uno de los artífices del deshielo con Cuba, un proceso que unía el interés concreto de Estados Unidos para cerrar un legado incómodo de la Guerra Fría y el de Cuba, para equilibrar con nuevas inversiones el quebranto por el colapso del aliado venezolano. La Iglesia era central en ese juego para el régimen necesitado de una institución fuerte y creíble para los cubanos que ayudara a contener las tensiones internas por la inevitable reconversión económica de la isla. La memorable presencia de Raúl Castro en una misa en 2015 oficiada por el Papa sintetizó la profundidad de esa sociedad.
Aquel escenario pareció reencarnarse en las últimas semanas con la decisión de La Habana de desempolvar el ajuste de la economía pensado en aquellos años, pero que fue paralizado por el hostigamiento de Trump que revirtió el deshielo. El cambio que se acaba de anunciar incluyó la unificación de las dos monedas cubanas al costo de una severa devaluación que ha disparado nuevas formas de protesta en la isla. Esos pasos, que agregaron una mayor apertura a la actividad privada, fueron confirmados sólo después de que quedó clara la victoria de Biden. Hay ahí otra coincidencia interesante. EE.UU. necesita la cercanía de Cuba, entre otros aliados de Caracas, para gestionar una salida a la crisis institucional de Venezuela, una cuestión que, a su vez, interesa al Vaticano porque lastra su prestigio en la región por la ausencia inexplicable de una condena firme a la brutal dictadura bolivariana o al represivo régimen nicaragüense de Daniel Ortega.
El regreso del Papa a las grandes ligas geopolíticas arranca, entre tanto, en un escenario complicado y de alto nivel. Irak es también Irán. La República Islámica y EE.UU. son las dos potencias, en absoluto equivalentes, que reparten su influencia en el país. Una detente entre las dos grandes corrientes del islam cancelaría en gran medida una tensión interna que se refleja en atentados incesantes con cohetes contra posiciones norteamericanas. Washington atribuye esa violencia crónica a Teherán y por eso acaba de bombardear sus campamentos en Siria, que pertenecían en realidad al grupo Hashed al-Shaabi, una fuerza del ejército iraquí que combate en Siria a los remanentes del ISIS.
El peor de los escenarios es que la violencia en Irak la estén generando grupos autárquicos que reflejan con ese extremismo las demandas populares de 2019 cuando el país se alzó en las calles exigiendo que se vayan tanto EE.UU. como Irán, y reclamaron un gobierno que combata la corrupción reinante y la inequidad. Biden conoce eso. Una investigación del Chatham House de Relaciones Internacionales de Londres detectó que 33% de los especialistas entrevistados en 15 países, 57% de ellos iraquíes, culpan a las inconsistencias de EE.UU. y a los bandazos de su geopolítica de un gobierno al otro por la inseguridad en el país y en la región.
Es claro que el propósito del ataque norteamericano a Siria fue exhibir a sus aliados israelíes o sauditas, y a los republicanos del Capitolio, que Biden no perderá la mano dura aún si negocia con Irán, un objetivo central de su gobierno para mutar ese escenario y frenar la nuclearización de la República Islámica. Si la gestión del Papa en Irak resulta exitosa con el abrazo entre sunnitas y shiítas, le habrá dado una cuota de impulso a esa agenda de Washington. Y seguramente no será la última detrás de recuperar el tiempo perdido. ■
Francisco reivindica el acercamiento y rechaza la noción del “choque de civilizaciones” que popularizó Huntington.