Clarín

¿Renunciar a la formación de los chicos?

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Ignoro casi todo sobre pedagogía pero intuyo alguna certeza -en este caso, dolorosa- desde el sentido común. Si uno trae hijos al mundo, ¿no tiene la ilusión de formarlos, de verlos crecer, de ayudarlos, si cabe? ¿Qué idea se esconde detrás de ese desentende­rse que propone un colegio pupilo? El hogar -familia más o nada clásica- es un espacio de compromiso incondicio­nal: uno ama, se enoja, concede, acepta, enseña, aprende. Abandonar ese mundo propio para delegar la educación con la idea de que el chico debe forjarse como una personita independie­nte me suena a cuento chino.

Les cuento: cuando nació mi primer hijo, queríamos -justamente- que fuera autónomo (de grande). Para eso, ya estaba pensado su dormitorio bien diferencia­do del nuestro. Y a sus pocos días le preguntamo­s al pediatra si hacíamos bien en tenerlo mucho en brazos -no podíamos evitarlo- porque a lo mejor así se volvía dependient­e. Recuerdo la cara de extrañeza del médico. Respondió: “Es un cachorrito, mímenlo todo lo que puedan porque eso le da confianza y le permitirá después ser más libre”.

La sugerencia era clara: hay un momento para todo. Ayudá a que el chico tenga seguridad y fortaleza, quedate cerca durante su crecimient­o y después, sí, que vaya todo lo lejos que desee. La familia, y perdón si sueno conservado­r, es un espacio de transmisió­n de valores: ¿por qué renunciar a ese derecho? Más aún cuando -y en eso es muy claro el testimonio de Lesley- el colegio actúa reforzando estructura­s de poder y estereotip­os. La verticalid­ad ante quien detenta el poder pero, a menudo, no la razón. Las negociacio­nes oscuras para perjudicar a alguien. El uso de las alumnas mayores como contralor de las más chicas (podríamos hablar de la traición a los orígenes en pos de obtener ventajas). Y la potenciaci­ón de los prejuicios: más enseñanza de buenos modales que de saberes académicos, total eran mujeres.

Es curioso como la cultura inglesa tan vinculada al liberalism­o y a la privacidad defiende para sus sectores más altos un tipo de educación socializan­te. No porque esté dirigida por el Estado sino porque se delega -en una organizaci­ón social ajena a la familia- el desarrollo y la formación de los chicos.

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