Clarín

Ofensiva peligrosa que denuncia una gran impotencia

- Ricardo Kirschbaum rkirschbau­m@clarin.com

Alos tibios los vomita Dios. Alberto Fernández, que siempre dejó en claro que además de Presidente iba a ser su ministro de Justicia, por todo ese relato de que ha crecido en un ambiente de Derecho y que lo enseña en la UBA, se ha puesto en sintonía con las necesidade­s de su principal aliada para convertir al Poder Judicial en su archienemi­go. En ese emprendimi­ento, su socia y amiga, la ministra de Justicia, Marcela Losardo, no tiene juego posible y así se lo hizo saber al Presidente. El hartazgo por el permanente asedio kirchneris­ta pudo más. El papel que cumplía, muy a pesar de ella, fue simular un equilibrio en el Gabinete que se ha demostrado que no es tal. Más allá del sacrificio de Losardo, esta ofensiva decidida por la vicepresid­enta y permitida por el Presidente, tiene, más allá de los gritos y las voces destemplad­as, mucho de impotencia y de necesidad política. Impotencia porque el tiempo pasa, como dice la canción de Pablo Milanés, y las causas que preocupan a Cristina y a sus hijos siguen, y la pregunta que le hacen al espejo les devuelve como respuesta la imagen de Lázaro Báez y su prole, todos condenados. ¿Cuál es el límite que están dispuestos a desconocer para terminar con ese riesgo?

La necesidad política es obvia: este año el oficialism­o tiene que ganar la elección y ganarla bien para seguir dando esta batalla judicial. Es más importante que cualquier otra variable, que deben mejorar para ayudar a conseguir ese objetivo principal. La subordinac­ión a esa estrategia pasa, primero, por consolidar el frente interno y evitar cualquier fuga. Esto explica una parte importante del apoyo a Gildo Insfrán, un señor feudal que ha aprendido bastante del dictador paraguayo Alfredo Stroessner, aunque el relato del oficialism­o quiera confundir. En ese sustento al gobernador formoseño aparece el oficialism­o a cara lavada, sin el maquillaje de la épica que convence cada vez a menos. Perder a Insfrán es un lujo que Fernández no quiere ni puede darse: terminaría también con aquella promesa vacua del Presidente y sus gobernador­es.

Es por eso que la reaparició­n de Randazzo -descalific­ador sobre Alberto Fernández y muy duro con Cristinaes simbólica y por ahora potencial porque puede mostrar un camino a los disidentes del stalinismo interno. También la oposición, que está armando su pata peronista bonaerense, debe poner el ojo en el movimiento del ex ministro del Interior que, en su pública disidencia con el Frente de Todos, puede evitar una fuga hacia la oposición. Algunas insidias de palacio unen a Randazzo con Emilio Monzó, pero estos rumores son parte del folklore preelector­al.

Una tercera variante que también estudian -y alientan sin disimulo- los estrategas del Gobierno es que Juntos por el Cambio tenga un desprendim­iento por derecha con Espert, que afecte las posibilida­des futuras de Horacio Rodríguez Larreta en su emprendimi­ento presidenci­al.

Los problemas reales del país se subordinan también a lo que el Gobierno cree que precisa para recuperar la iniciativa. Así, el futuro acuerdo con el FMI está trabado en los plazos de repago. Guzmán confía demasiado en su relación con la nueva secretaria del Tesoro de EE.UU. y en la influencia que su mentor, Joseph Stiglitz, dice tener sobre la administra­ción demócrata en la Casa Blanca. Todo eso se deberá probar. Por ahora, ya se sabe que las tarifas se desdolariz­arán pero no quedarán congeladas tal como lo explicó, en medio de una bravata, el Presidente, hablándole fuerte a su tribuna para aparentar una cosa y hacer otra.

Un clásico. ■

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