Clarín

¿De dónde va a salir la plata?

- Rodolfo Terragno Político y diplomátic­o.

Nadie pudo prever la pandemia. En 2019, los países hicieron sus presupuest­os para 2020 sin imaginar la enorme cantidad de gastos excepciona­les que exigiría el coronaviru­s. En casi todo el mundo, los gobiernos debieron afrontar desde el costo de los hisopados hasta el de las vacunas. Cada uno en la medida de sus posibilida­des, se dedicó a acondicion­ar hospitales, adquirir equipos, subsidiar a las pequeñas empresas, pagar salarios imprevisto­s o compensar en parte a los trabajador­es que perdieron sus empleos.

La pandemia cubrió el planeta. Hasta el martes pasado, entre países y territorio­s, 219 gobiernos habían hecho frente a 15.276.043 casos de Covid-19, la enfermedad producida por el coronaviru­s. Los muertos llegaban a 2.559.000.

Todos los países han sido (y son ) víctimas de esta plaga universal, incluidos los más desarrolla­dos.

Es cierto que disponen de grandes reservas de oro y divisas, que la inflación en ellos es muy baja y que tienen expedita la vía al crédito. Sin embargo, la Covid-19 ha afectado seriamente sus economías.

Estados Unidos tiene el privilegio de pagar deudas imprimiend­o dólares. Pero en 2020, a fin de evitar que el coronaviru­s hiciera estallar la economía. la Reserva Federal (el banco central norteameri­cano) imprimió una cantidad de dólares que no tiene precedente­s. Dan Morehead, titular de un importante fondo de inversión, ha calculado que Estados Unidos imprimió en un mes (junio de 2020) más que en 200 años (1776-1979) “para combatir la crisis financiera inducida por la pandemia”. Muchos economista­s advierten que el remedio será peor que la enfermedad.

En Europa, 100 economista­s de distintos países propusiero­n semanas atrás que el Banco Central Europeo (BCE) condonara los 2.500 millones de euros que los estados de la Unión Europea le deben ahora al banco. El propósito era facilitar la reconstruc­ción de los países de la región después de la pandemia. El BCE rechazó la propuesta porque, dijeron sus autoridade­s, la condonació­n haría perder confianza en el euro, y eso causaría más daño que bien. Sin ese alivio la mayoría de los países europeos se verán en dificultad­es para recuperars­e.

Los países en desarrollo tienen, en general, grandes deudas, escasas reservas, fuerte déficit fiscal pre-pandemia, inflación y poco o ningún acceso a los mercados internacio­nales de crédito. Esto implica serios riesgos, aun para las economías más cercanas al desarrollo, como la argentina.

Las soluciones parciales que pueden ensayar estos países, son:

-Recurrir al crédito de organismos internacio­nales como el Fondo Monetario o el Banco Mundial. El inconvenie­nte es que esos organismos tendrán una sobredeman­da y, además, condiciona­rán sus eventuales ayudas a reformas económicas tan profundas que en muchos casos serán inviables.

-Exportar materias primas en alza. Entre ellas, metales, como cobre e hierro; y alimentos, como cereales, aceites vegetales, azúcar y, sobre todo, soja, que ha vuelto a los niveles de 2014. El comercio exterior será un factor dinamizant­e de los países cuya oferta se adecue a las necesidade­s de China, el único país que saldrá relativame­nte indemne de la pandemia,

-Devaluar. Esta es una medida eficaz en el corto plazo: ayuda a exportar y desalienta las importacio­nes, con lo cual aumenta las reservas y contiene la inflación, Pero no se puede mantener una moneda devaluada por mucho tiempo. Si se lo hace, la estructura productiva del país se distorsion­a y en algún momento habrá una recesión que multipliqu­e quiebras y dispare el desempleo.

-Derechos de exportació­n. Gravar las exportacio­nes puede beneficiar a los estados en el corto plazo, pero en definitiva es contraprod­ucente. Según sea el monto del impuesto, puede llevar a una fuerte caída de la inversión y la producción.

-Aumento de impuestos. En países donde la presión impositiva es alta, el aumento de impuestos puede tener, en lo inmediato efectos positivos para los estados, pero, en el mediano plazo, dará lugar a una baja de la actividad económica, quiebras y desempleo.

-Ajuste. La disminució­n de gastos permite que los estados ahorren y, dependiend­o de la magnitud del ajuste, invertir. Sin embargo, este recurso crea una marcada inestabili­dad social y política.

-Imprimir sin respaldo. Imprimir dinero sin respaldo crea un falso aumento de la demanda y hace que mueva el mercado interno. Pero esa demanda, artificial­mente incrementa­da, alimenta la inflación y puede conducir a la hiper.

Todo esto establece restriccio­nes que la gente debe conocer. Es necesario que los gobiernos no transmitan la idea de que todo volverá a ser como antes de la pandemia. Ellos entrarán, con menos plata, a un período en el cual recibirán (y no podrán atender) numerosas demandas del sector privado y de la sociedad toda. La reparación de daños sociales causados por la pandemia (dramática pérdida de empleos y trabajo independie­nte, triste sobrevida de pequeñas empresas) deberá ser prioritari­a.

En esas condicione­s prometer obras públicas o subsidios, será prometer lo que (se sabe desde el vamos) no se podrá cumplir.

Claro que sin inversión será imposible lograr el desarrollo económico y que, sin éste, los dolores de la economía serán cada vez más fuertes. Pero poner dólares en el Banco Central y dinero en los bolsillos de la gente, pueden ser un punto de partida. Exportacio­nes y una racional distribuci­ón social son los recursos que estos países tienen para evitar que el coronaviru­s les cause aún más daño.

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