Festejar el Último Primer Día de clases, pero en el balcón de casa
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció la pandemia por el Covid-19 el 11 de marzo de 2020. Hubo y hay crisis sanitaria en el mundo. Encierro, clases virtuales vía Zoom, Meet, o similar. Escolaridad sacudida. Terminaron el año con 2 o 3 encuentros de revinculación (en el mejor de los casos). Desigualdades? Miles y muchas se profundizaron. ¿Dificultades? Miles, también. Sólo por enumerar algunas: había que compartir computadora, conexiones inestables, espacios, clases tomadas desde el celular, horarios dados vuelta, padres con roles desdibujados, por momentos bien y otros desbordados, cansados o enojados (ser maestro de tu hijo, cocinar, atender el call con tu jefe, etc.), haciendo lo que se podía.
Para los chicos (grandes, medianos o pequeños), fue difícil. Dificilísimo. ¡Casi imposible! La peor pesadilla hecha realidad, encerrados en sus casas, con la única compañía de sus padres. Hasta agosto este era el panorama. Luego comenzaron a flexibilizar los encuentros en las plazas. Y los padres debimos dar el ejemplo. Enseñar con la acción, no con la palabra vacía, con recaudos y nuevos hábitos. Otra vez, los chicos adoptaron barbijos, lavado de manos y distancia social. Como pudieron. ¡Pero ellos se adaptaron!
En este 2021 nada cambió y todo cambió. Los recaudos se relajaron con las Fiestas y las vacaciones. Y acá comienza mi “desilusión”. Todos comenzamos a ver cómo los recaudos fueron diluyéndose. Cada vez menos gente con barbijo. Los encuentros en las plazas son más populosos. En la Costa, las playas, muchas de ellas muy bien, con controles, con reglas, en otras se hicieron las piolas. En el sur, todos coinciden que fue un descontrol. Pero nadie dijo nunca nada. Gente con síntomas o test positivo se subieron a un micro o avión para volver a su “casita” y pasarla lo mejor posible.
Muchos colegios secundarios comenzaron ya sus clases. ¡Hace tres semanas que hay chats infernales! Con opiniones de todo tipo. Desde padres que dicen que “ya son casi mayores de edad, que decidan ellos”. Otros, que averiguaron para contratar un salón cerrado para que puedan “compartir su Último Primer Día de clases (UPD) con otros cursos”. ¡Delirios tremendos! Todos lo entendemos. Todos sabemos que los chicos estuvieron todo el secundario pensando y planificando cómo sería su 5° año. El fin de una etapa.
Y me pregunto, ¿quién tiene la responsabilidad si esos chicos contagian a un abuelo? ¿Quién se hace cargo si un docente que sea persona de riesgo y aún así haya decidido dar clases presenciales y se contagia? ¿Estos chicos y sus padres no entienden que la responsabilidad como sociedad es la suma de las responsabilidades individuales y las responsabilidades individuales son para todos y no sólo para algunos? Algunos nos bancamos que nuestros hijos lloren, puteen, nos puteen porque decimos que no se puede ir a un encuentro multitudinarioporque son situaciones potencialmente contagiosas y es deber de todos cuidar y cuidarnos. Me viene a la cabeza un posteo que leí de los tres motivos por el cual yo uso barbijo. 1) Por humildad: no sé si tengo coronavirus y sabemos que se transmite antes de presentar síntomas. 2) Por amabilidad: no sé si la persona de al lado tiene un familiar batallando un cáncer, cuida a un adulto mayor o tiene una condición vulnerabilidad o de riesgo. 3) Por comunidad: quiero que los negocios permanezcan abiertos, los trabajadores sanos y todos podamos salir adelante.
Las últimas tres semanas implicaron millones de charlas en casa. Logramos acordar un UPD (Último Día de Clases) adaptado a las circunstancias: sólo 8 personas en un balcón, sin murga, sin encuentros multitudinarios, casi casi sin UPD. Y cuando a las 6.15 me desperté al ruido de las murgas nuevamente me sentí sola. ¡Cuánto más fácil sería desentenderme de todo! Que mis hijas hagan lo que les parezca y ver si, “con suerte”, salen ilesas. Pero no, el día que decidimos ser padres, decidimos que nos iban a tocar un montón de decisiones “feas”, que íbamos a ser los peores padres del mundo, pero que ese era el rol, lo íbamos a hacer como mejor nos saliera, sin miedo a decir que no, sin que nos tiemble el pulso cuando la respuesta no sea la que el adolescente en cuestión espera.
Ojalá hubiera muchos menos padres piolas, cancheros, amigos, y más padres que ejerzan su rol desde su madurez, analizando un poco, más allá del ombligo.