La corrupción estructural que contamina al Estado
La corrupción estructural se basa en tres principios: la impunidad, el abuso de poder y la apropiación inmoral de recursos públicos. Esta conducta obedece al comportamiento indebido de un funcionario público que usa el poder para beneficio propio y se caracteriza -no en todos los casos- por su ineficiencia para conducir. Puede o no haber desarrollo económico paralelo a la corrupción, no es nuestro caso. Los actos públicos espurios atentan contra los individuos e instituciones. Un Estado progresa cuando la política se aparta de lo personal. Un cargo público es para el beneficio de la sociedad, no del bienestar propio de quien lo desempeña.
Sin embargo, este problema de deterioro estructural no involucra solo a lo público, tiene la complicidad en muchos casos del sector privado, una connivencia nefasta para el desarrollo de una sociedad. Los actos de corrupción más lesivos suceden cuando el Estado es invadido por apetencias exógenas a los intereses en común, con una política corrupta enquistada en el poder. Los problemas más graves algunas veces emanan a su vez por fuera del poder, y deterioran al mismo, algo habitual en nuestra sociedad.