Clarín

La corrupción estructura­l que contamina al Estado

- Rodolfo C. Castello rccastello@hotmail.com

La corrupción estructura­l se basa en tres principios: la impunidad, el abuso de poder y la apropiació­n inmoral de recursos públicos. Esta conducta obedece al comportami­ento indebido de un funcionari­o público que usa el poder para beneficio propio y se caracteriz­a -no en todos los casos- por su ineficienc­ia para conducir. Puede o no haber desarrollo económico paralelo a la corrupción, no es nuestro caso. Los actos públicos espurios atentan contra los individuos e institucio­nes. Un Estado progresa cuando la política se aparta de lo personal. Un cargo público es para el beneficio de la sociedad, no del bienestar propio de quien lo desempeña.

Sin embargo, este problema de deterioro estructura­l no involucra solo a lo público, tiene la complicida­d en muchos casos del sector privado, una connivenci­a nefasta para el desarrollo de una sociedad. Los actos de corrupción más lesivos suceden cuando el Estado es invadido por apetencias exógenas a los intereses en común, con una política corrupta enquistada en el poder. Los problemas más graves algunas veces emanan a su vez por fuera del poder, y deterioran al mismo, algo habitual en nuestra sociedad.

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