Un tornillo bien colocado
Tal vez la “eterna” dedicación al periodismo, desde los memorables cierres con el plomo en el taller de armado de Clarín, desde los viajes infinitos en los que el trámite de mandar los materiales era mucho más complejo que el de elaborarlos. Desde aquellas esperas en los correos de todas las latitudes esperando que se pasaran las notas escritas en las inseparables maquinitas portátiles (las letteritas) -carilla por carilla- a las ¿linotipos? invisibles. Hasta en países con otro idioma (Italia, por ejemplo) con la insalvable propina para el tipiador sorprendido, acostumbrado a pasar telegramas de dos líneas que se encontraba con textos de hasta 300. Desde la época de las interminables llamadas telefónicas, hasta la aparición del fax y -finalmente- las computadoras, mejoradas meses tras meses, y luego la lucha por perderle el temor a los micrófonos radiofónicos o a las comunicaciones internacionales, el viejo cronista se cree que todo ese despliegue fue lo que le impidió ser más apto para las simples reparaciones domésticas. En realidad son excusas ridículas. Uno lo sabe. El que es torpe es torpe. Y mucho más si no se empeña en corregir algo de esa torpeza. Cambiar una lamparita de un colgante o de un velador no puede considerarse un avance. Pero sí lijar y pintar una silla de metal algo descascarada. Comprada ya la lija y la pintura recomendada por un experto, sólo hay que poner manos a la obra. El tema de la “cuarentena” de la pandemia ya cumple un año. Y allí está la silla esperando. Bueno, pero no todo está perdido. Encontrar en una vieja caja de herramientas un tornillo acorde para ajustar la manija de la puerta-ventana del balcón dañada desde hacía meses, y desde una posición incómoda, y lograrlo, fue considerado como una hazaña por su mujer. Y se le agradece.■