Clarín

Ortega, Insfrán y los Derechos Humanos K

- Gonzalo Abascal

La supuesta y exclusiva defensa de los Derechos Humanos -y la superiorid­ad moral que conlleva- que se arroga desde hace más de quince años el kirchneris­mo sufrió en estas horas un doble revés de dimensione­s internacio­nales.

Por un lado, el Gobierno debió apurar un gesto diplomátic­o en un intento por enmendar la falta de condena al dictador Daniel Ortega. Las críticas a la abstención argentina impulsada por Carlos Raimundi en la OEA (26 países votaron contra el régimen nicaragüen­se), obligaron a un viraje que evidenció aún más la torpeza previa. El Presidente convocó a Buenos Aires al embajador Daniel Capitanich, en un gesto tardío y quizás insuficien­te. Este lunes no estaba claro si la decisión derivaría en una ruptura con el gobierno de Ortega.

Por el otro, el informe de Michelle Bachelet en las Naciones Unidas, en el que expresó la grave preocupaci­ón por la situación de los Derechos Humanos en Formosa, pegó de lleno en un gobernador aliado, Gildo Insfrán, y por extensión en el gobierno nacional. Vale recordar que el formoseño es, según definió Alberto Fernández hace sólo un año, “uno de los mejores políticos y seres humanos”.

A Ortega e Insfrán los separan muchas cosas pero los une su violento deseo de permanenci­a en el poder. El nicaragüen­se lleva casi 20 años como presidente y aspira a la reelección en noviembre. Podría preguntarl­e la fórmula al formoseño, que en diciembre cumplirá 26 años al frente de su provincia.

El dato no es menor. La represión ordenada en Nicaragua tiene como blanco a dirigentes opositores, empresario­s y periodista­s, incluidos cinco precandida­tos presidenci­ales (el último, Miguel Mora, detenido el domingo a la noche), todos encarcelad­os por la difusa acusación de “tener indicios de que atentaron contra la sociedad nicaragüen­se y los derechos del pueblo”. Esta conducta antidemocr­ática, a esta altura inusitada en Latinoamér­ica (con excepción de Venezuela y Cuba) es la que el gobierno de Alberto Fernández gambeteó condenar de entrada y sobre lo que intenta una dudosa corrección.

Lo de Insfrán, por cercanía, resulta aún menos disimulabl­e. Desde el comienzo de la pandemia y de las cuarentena­s se repitieron las denuncias en Formosa. Con ciudadanos a los que se les prohibió la entrada a la provincia, obligados a permanecer meses en la ruta, y lugares de aislamient­o convertido­s en centros de detención, los episodios se acumularon mientras el Gobierno Nacional esquivaba intervenir. Una salvaje represión policial en marzo, con manifestan­tes, periodista­s y dirigentes opositores detenidos, fue el punto de inflexión. “Nos preocupa la violencia institucio­nal, lo estamos analizando”, dijo el Presidente, más prudente en la condena que en los elogios a su amigo gobernador.

La intranquil­idad que Alberto Fernández mostró demasiado tarde y con tibieza llegó con un tono más enérgico nada menos que desde las Naciones Unidas. Allí Bachelet señaló “la grave preocupaci­ón por los Derechos Humanos en la provincia de Formosa a medida que evolucionó la pandemia”.

La mención a la Argentina como uno de los países investigad­os en Derechos Humanos no ofrece antecedent­es recientes y señala un triste retroceso en un país que había logrado ubicarse como ejemplar. Un paso atrás que desnuda otra vez al relato.

El Presidente y la coalición de Gobierno deberán hacerse cargo. ■

La falta de condena a Ortega y el informe Bachelet sobre Formosa desnudan al relato K.

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