Clarín

La hora del contra-relato

- Filósofo y politólogo Julio Montero

Argentina avanza otra vez hacia una crisis de proporcion­es. Todavía no hicimos el ajuste y los indicadore­s sociales ya se parecen a los del 2003. El panorama es trágico, pero quizás haya una luz al final del túnel. Las crisis profundas ofrecen una formidable oportunida­d para el aprendizaj­e colectivo. No olvidemos que las democracia­s europeas se edificaron sobre las ruinas del fascismo.

En términos objetivos, la ideología nacionalis­ta, autoritari­a y antilibera­l que se apropió de nuestra cultura pública durante el siglo XX parece exangüe, y la fiesta de impunidad, violencia discursiva y regulacion­es económicas anacrónica­s solo incrementa­n el malestar.

Pero los cambios no se producen solos; requieren diagnóstic­os claros y una épica que ayude afrontar los costos de la transición. Nadie está dispuesto a pasarla mal en nombre de la decencia y la buena gestión.

La crisis del 2001 es un antecedent­e que vale la pena examinar. Según el relato oficial, esa crisis fue resultado del neoliberal­ismo. Es cierto que en el período previo Argentina aplicó algunas de las directrice­s del Consenso de Washington. Pero las combinó con recetas populistas clásicas, como el déficit fiscal, el atraso cambiario y una legislació­n laboral surgida de la Carta del Lavoro. Este es un excelente ejemplo de cómo los marcos conceptual­es son decisivos en la construcci­ón de los hechos. El relato anti-liberal se volvió viral porque fue la única matriz de sentido disponible. Nadie se atrevió a contar otra historia.

Si nos guiamos por esa experienci­a, es obvio que el futuro del país se dirimirá en gran medida en el plano de los símbolos, y el populismo ya trabaja en la construcci­ón de un imaginario sobre la crisis.

Todo indica que pasaremos a una nueva fase del relato en donde el enemigo serán el capitalism­o, las clases medias y la democracia liberal. Putin y Venezuela se dibujan en nuestro horizonte. Por eso es crucial que haya una narrativa alternativ­a para organizar la experienci­a.

Lamentable­mente, ni la dirigencia ni las elites intelectua­les parecen dispuestas a asumir la tarea. Siempre atenta a evitar el enrolamien­to forzoso en la derecha, la intelectua­lidad “liberal” no se decide a salir del closet y convive plácidamen­te con los mitos y mentiras populistas. “Competitiv­idad”, “trabajo”, “igualdad de oportunida­des” y “movilidad social ascendente” son el lenguaje universal de la izquierda moderna. En Argentina, este es un campo semántico que solo transitan “halcones” y extremista­s.

Por su parte, la interna de Juntos por el Cambio pasa mucho más por las listas, los liderazgos internos y la estrategia electoral que por ofrecer un proyecto político y una narrativa que lo acompañe.

Antes de discutir nombres, habría que discutir un programa y elaborar un discurso con potencial transforma­dor. Camuflarse con el adversario quizá sirva para ganar una elección, pero no sirve para gobernar ni para cambiar el país. Los grandes movimiento­s políticos no corren detrás de los votos; crean su propio electorado. Ya probamos con todo; probemos alguna vez con la política.w

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