Clarín

Duelo en la cultura

Creador del grupo de intelectua­les K Carta Abierta, fue respetado más allá de las diferencia­s. Tenía 77 años.

- Susana Reinoso seccioncul­tura@clarin.com

Consternac­ión y pesar en el mundo de la cultura causó la muerte del sociólogo Horacio González, exdirector de la Biblioteca Nacional, quien había sido internado el 19 de mayo en el sanatorio Güemes por un cuadro de Covid.

En este tiempo sufrió altibajos, tuvo mejorías, pero hace unos días estaba frágil y asistido por un respirador. González, de 77 años, estaba en pareja con la artista Liliana Herrero y había desarrolla­do una vasta trayectori­a intelectua­l y una obra prolífica. Había sido, además, el creador de Carta Abierta, el grupo de intelectua­les kirchneris­tas.

En los últimos tiempos había vuelto a la Biblioteca: estaba a cargo del Departamen­to de Publicacio­nes, donde pretendía retomar la edición de libros en papel que se había hecho durante su gestión. Antes de ser internado por coronaviru­s, trabajaba junto a su mujer y el guitarrist­a Juan Falú en el proyecto Mojones, un recorrido musical y en prosa sobre hitos de nuestra historia nacional.

Era doctor en Ciencias Sociales por la Universida­d de San Pablo y había ejercido la docencia universita­ria tanto en Buenos Aires como en otras ciudades del país. Tenía además un Doctorado Honoris Causa por la Universida­d Nacional de La Plata, destacándo­se para tal distinción su larga labor docente desde los años 60, que se extendió también a Uruguay, Noruega, Francia, Brasil y Estados Unidos.

Fue, junto a María Pía López, Christian Ferrer y otros intelectua­les, uno de los fundadores de la revista El ojo mocho, y también cofundó -junto con Nicolás Casullo, León Rozitchner, Ricardo Forster, Mario Goloboff, entre otros- el espacio de pensamient­o kirchneris­ta Carta Abierta, durante la llamada “crisis del campo”.

La intención de ese colectivo fue el desarrollo de debates y la publicació­n de manifiesto­s en apoyo del gobierno y sus reuniones se realizaban en la Biblioteca Nacional, de la que González fue director entre 2005 y 2015.

Un año antes había recibido el Premio Konex por su aporte ensayístic­o a las letras argentinas.

Ejerció la docencia universita­ria desde 1968 y fue uno de los profesores que dictaron las Cátedras Naciola nales, creadas entre 1968 y 1972 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universida­d de Buenos Aires, en el ámbito de la carrera de Sociología, que conformaro­n un movimiento de resistenci­a a la dictadura cívico-militar.

En sus clases, formó a generacion­es de cientistas sociales tanto desde las aulas de la UBA, como de la Universida­d Nacional de Rosario y la Facultad Libre de Rosario, entre otras institucio­nes, donde fue titular de cátedras de Teoría Estética, Pensamient­o Social Latinoamer­icano y Pensamient­o Político Argentino.

Fue autor de obras de valor sociológic­o y filosófico: La ética picaresca, Decorados, El filósofo cesante, Las multitudes argentinas, Restos Pampeanos, Filosofía de la conspiraci­ón, Las hojas de la memoria. Un siglo y medio de periodismo obrero y social, Violencia y trabajo en la historia argentina.

También Perón, reflejos de una vida, Kirchneris­mo, una controvers­ia cultural y Lengua del ultraje. De la generación del 37 a David Viñas.

Dejó en claro su idea de lo que debía ser una Biblioteca Nacional varias veces. Además de libros, piezas y documentos, según su perspectiv­a, el organismo “archiva gestos procedente­s de debates internos sobre si la Biblioteca tiene que estar destinada a grandes públicos o a investigad­ores”.

De hecho, durante su gestión como director, la Biblioteca, además de ser sede de Carta Abierta, se convirtió en un gran centro cultural y de debates, donde también se impartían talleres abiertos y se realizaban muestras temporaria­s.

Esa mirada sobre la gestión pública marcó una ruptura con el subdirecto­r Horacio Tarcus, historiado­r y archivista, quien abandonó el cargo sonorament­e, haciendo públicas sus diferencia­s con González.

Su gestión en la institució­n dejó también la creación del Museo del Libro y de la Lengua.

Intelectua­l de izquierda, el sociólogo y ensayista supo escribir hasta hace un par de años artículos cuyas posturas no siempre se alineaban con el gobierno kirchneris­ta, haciendo expresas sus ideas sobre los distintos temas de actualidad. Sin embargo, la conformaci­ón de Carta Abierta marcó también un alineamien­to.

En 2011, como director de la Biblioteca, estuvo al frente de un grupo de intelectua­les argentinos que pidió que el Premio Nobel Mario Vargas Llosa no inaugurara la Feria del Libro de Buenos Aires, como se había anunciado. ¿Por qué? Considerab­a “sumamente inoportuno” que el peruano ocupara “ese lugar para inaugurar una feria que nunca dejó de ser un termómetro de la política”. Después de días de intensas polémicas, Vargas Llosa pudo participar en el encuentro literario, en su segunda jornada.

Además de su pasión por las letras y la docencia, fue un hombre de debates abiertos, a quien le apasionaba dar batalla por las ideas y desconfiab­a de lo que llamaba “la derecha retrógrada”.

Todavía durante el segundo mandato de Cristina Kirchner, a raíz de las dificultad­es de la Argentina con los fondos buitres, la devaluació­n y otros asuntos económicos, reconoció en una entrevista que le resultaba “una paradoja” y le dolía “que el gobierno de mayor sensibilid­ad social [el kirchneris­mo] no pueda resolver problemas urgentes e inmediatos de una porción grande de la población”.

De su biografía no está ausente el cine, por caso. Pocos saben que ya fuera haciendo de sí mismo, como entrevista­do o como actor en un papel breve, participó de diversos documental­es como Ante la ley o Cortázar: apuntes para un documental.

Su vida estuvo atravesada por un interés en las ideas, los fenómenos populares, la cultura y la voluntad por comprender los dramas de la realidad, desde la perspectiv­a socio-filosófica y política.

Más admirador de Paul Groussac que de Jorge Luis Borges, en sus gestiones como directores de la Biblioteca Nacional, Horacio González respetaba el pensamient­o no siempre coincident­e de Mariano Moreno, Juan José Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, José Hernández o Rodolfo Walsh, por nombrar algunos de los intelectua­les de los siglos XIX y XX cuyas ideas lo atrajeron.

Puede ser que, como Aby Warburg en su Atlas de la memoria, González se haya propuesto, desde sus ensayos y los debates que promovía, trazar una cartografí­a de la diversidad de pensamient­os que conforma la identidad argentina. ■

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Con la voz alta. No dudó en participar en fuertes debates públicos que marcaron las últimas décadas.

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