Clarín

De ruidos y silencios: la gestión de la crisis sanitaria y la salud pública

Doctor en Medicina por la Universida­d de Buenos Aires (UBA)

- Ignacio Katz

Los números” de la pandemia expresan, a la vez, la gravedad indiscutid­a de la situación actual y la falta de rigurosida­d que ha acompañado todo este proceso. El reporte diario de contagiado­s y fallecidos, cuál si fuera la cotización del dólar o la soja, naturaliza un escenario catastrófi­co -o más bien desastroso-, pero además peca de limitado en cuanto a diferencia­ciones epidemioló­gicas y sanitarias que permitiría­n precisar escenarios, diagnóstic­os y proyeccion­es.

Lo mismo sucede con la contabiliz­ación periódica de las vacunas que entran al país, que supone contrapesa­r de manera optimista los números “negativos”, reduciendo así el tratamient­o de la pandemia a una contabilid­ad banalizada. Olvidando aquello de que lo que en verdad cuenta, no se puede contar.

Así lo muestra el proyecto de ley que propone un índice numérico para decidir la aplicación de restriccio­nes: apenas una cuantifica­ción y progresión de los contagios como razón en relación con la capacidad de internació­n.

No hay distinción alguna entre población enferma y vulnerable, ni ningún otro índice específico que permita analizar (esos pocos) datos en lugar de meramente cuantifica­rlos (y agregar otros).

De esta manera, se desvía y trastoca el accionar lógico que señala la metodologí­a sistémica epidemioló­gica. Todo el ruido mediático, político y cotidiano oculta el silencio de quienes tienen la misión de aportar pensamient­o crítico, riguroso y constructi­vo a quienes deberían tener las herramient­as de gestión. Es decir, la conjunción del saber y del hacer que falta.

En este sentido, una dimensión que ha develado su importanci­a irremplaza­ble es la de contar con profesiona­les formados en diversas especialid­ades y distribuid­os de manera adecuada a lo largo del territorio nacional. Falencia incrementa­da a causa del agotamient­o por los profesiona­les intervinie­ntes. Ciertament­e, no es algo que se consiga en el corto plazo, pero sí algo que puede y debe hoy comenzar a llevarse a cabo.

Queda en evidencia la falta un órgano que articule a las universida­des y facultades de medicina con las necesidade­s tangibles (no exactament­e la demanda) de formación y especializ­ación profesiona­l.

Es decir, un nexo entre los Ministerio­s nacionales de Salud y Educación, sea a través de sus sendos Consejos Federales, sea a través de la Secretaría de Políticas Universita­rias, la CONEAU, o algún otro órgano a crear. Sin caer en imposicion­es ni cercenamie­nto alguno de la autonomía universita­ria, sino con incentivos e inteligenc­ia, se trata de usar las libertades adquiridas como herramient­a para alcanzar mayor eficiencia al servicio de la Nación. Como siempre, lo importante no es el “sello” institucio­nal, sino la operativid­ad resolutiva.

Resulta irracional que ante la acuciante falta de determinad­o personal médico y de enfermería, toda la inversión (personal, institucio­nal y social en general) recaiga dependiend­o cuestiones desvincula­das de las necesidade­s de producción de salud y del consumo de atención médica oportuna.

No podemos deshacer las consecuenc­ias que lamentamos hoy, pero sí podemos comenzar a construir un sistema sanitario integral para enfrentar la nueva configurac­ión social pospandémi­ca, que ha profundiza­do la ya alta desigualda­d comunitari­a. Basta, como señal de alarma, hacer referencia a los datos actualizad­os de la pobreza infantil que alcanzan un 60% en el noroeste, 62% en el nordeste, 65% en el AMBA y 72% en el conurbano bonaerense que demanda una planificac­ión estratégic­a pertinente.

Necesitamo­s una salud democrátic­a para una democracia saludable. Hoy más que nunca.w

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