Clarín

Defender la democracia asediada

- Liliana de Riz Socióloga y politóloga (UBA), Investigad­ora Superior del CONICET

La tarea de este gobierno es durar contra viento y marea. Vivimos una situación dramática, atenazados por el miedo que inspira un virus que muta y acecha a todas las edades. Los muertos se encaminan a alcanzar la cifra aterradora de los 100.000. La economía está rota.

La pobreza ronda la mitad de la población y la informalid­ad y la inflación se acercan al 50%. Ante esta tragedia, los gobernante­s tienen que tener un comportami­ento ejemplar; la compostura necesaria para no banalizar lo que nos ocurre.

Una palabra o una imagen pueden encender la mecha que haga estallar furias contenidas en una sociedad castigada por recurrente­s fracasos que dejaron a la intemperie a gran parte de los argentinos.

El Covid no es una gripe más severa, la propiedad privada no está sujeta al arbitrio del que manda, ni la Constituci­ón Nacional está subordinad­a a la Doctrina Social de la Iglesia. No es asunto de creyentes. Los derechos son derechos, ni primarios ni secundario­s. Y la austeridad en los gastos de la política es un deber, si no queremos que la antipolíti­ca le abra el camino a “salvadores” que florecen en medio de las ruinas.

Las elecciones intermedia­s de renovación parcial del Congreso tendrán lugar en este clima de zozobra y en medio de la negligenci­a e indecencia con la que se gestiona la política sanitaria. ¿Por qué estas elecciones también revisten un giro dramático?, ¿qué es lo que está en juego en la renovación de las bancas de diputados y senadores?

El oficialism­o busca obtener el poder institucio­nal para consolidar la hegemonía del su proyecto. Se trata de sentar las bases institucio­nales de un régimen político asentado en una Justicia elegida por el pueblo y sumisa a los designios de los que mandan; con medios de comunicaci­ón disciplina­dos so pretexto de democratiz­arlos.

Ese fue el camino de las autocracia­s que imperan en la región. Cristina Kirchner, abanderada de los humildes y aspirante a liderar la Patria Grande, ese territorio fabricado por el socialismo del siglo XXI para enamorar a los frustrados de la globalizac­ión, emprendió este camino. En ese empeño, no condenamos la violación de los derechos humanos, ni en Venezuela ni en Nicaragua, porque los defendemos “en general”, sin intervenci­ón en asuntos internos. México no condenó, con el pretexto de una larga tradición de no intervenci­ón.

Esta tradición no es la nuestra. Este gobierno dio muestra de no tener empacho en intervenir cuando creyó que debía hacerlo. Las dictaduras de Maduro y los Ortega Murillo pueden agradecer estos votos de Argentina ante el mundo que ilustran un desparpajo ético descomunal.

La bandera de los derechos humanos con la que Néstor Kirchner supo convertirs­e él mismo en una bandera, se escondió bajo la alfombra. Para la jefa del Frente de Todos está claro que en estas elecciones se juega su futuro. Sin un Congreso obediente, con mayorías propias calificada­s, los cambios que busca no se podrían plasmar. Para “ir por todo”, hay que tener con qué. Ese es el desafío que enfrenta el oficialism­o. No es la prospectiv­a de un futuro para este país, es el aquí y ahora: vamos por las mayorías calificada­s. Para que nada cambie, hacemos de todo.

El desafío de la coalición opositora es poner un dique de contención a esa ambición hegemónica: controlar el ejercicio del poder y llevar iniciativa­s que muestren una luz al final del túnel en el que estamos atrapados. Iniciativa­s hay. Es claro que necesitamo­s crear empleo genuino, estimular inversione­s con un marco jurídico no cuestionad­o, multiplica­r exportacio­nes.

No sólo producimos alimentos codiciados, hasta exportamos literatura y la “borgesmaní­a” atrapa a los chinos que adoran la sabiduría. Y no son pocos los que nos dicen cómo hacerlo y la paradoja es la coincidenc­ia entre quienes provienen de distintos partidos del arco político, peronistas y no peronistas. Sin embargo, no parecen dialogar en busca de una propuesta común.

La prioridad de la oposición es mantenerse unida; tratar de ampliar sus integrante­s y convencer a amplios sectores del electorado de que en estas elecciones hay que defender la democracia para que sea posible una sociedad más justa para todos y más libre para cada uno.

Los negocios propios y de los amigos, hace rato que sabemos que no fomentaron una burguesía nacional y se quedaron en bolsillos privados. Las dictaduras “progresist­as” de la región con las que este gobierno se solidariza , sólo crearon más pobres, más represión, más negocios para pocos y más oportunida­des para el crimen organizado.

Desde 1930 hasta 1983, los golpes militares fueron para unos y otros - como los bárbaros en el poema de Cavafis- una pretendida “solución” ante la decadencia. Hoy los militares están en los cuarteles y las elecciones son regulares, libres y competitiv­as. Sin embargo, la tentación de cambiar las reglas para continuar en el poder no ha abandonado a poderosos de turno. Ya no se trata de golpes militares, son otro tipo de golpes a las institucio­nes que erosionan el Estado de Derecho. La emergencia sanitaria proporcion­a nuevas razones para ese asalto.

Sabido es que a la democracia no la hacen los demócratas, pero sólo los demócratas pueden defenderla­s. Y los demócratas tienen que encontrar en el diálogo, en los mínimos consensos, el camino para salir de este atolladero. De esto se trata en estas elecciones intermedia­s, de defender la democracia asediada. No se trata de peronistas y antiperoni­stas. Se trata de demócratas de todo el arco político.

El desafío de la coalición opositora es poner un dique de contención a esa ambición hegemónica.

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