Clarín

Secuelas psicológic­as de la pandemia

- Luis Hornstein Psicoanali­sta. Premio Konex de Platino en Psicoanáli­sis (1996-2006)

El coronaviru­s nos trastocó la vida de golpe. Enfrentamo­s pérdidas económicas, personales y sociales y la falta de certezas en una realidad mutante. La escasez de pruebas diagnóstic­as, la imposición de medidas de salud pública como el aislamient­o, las pérdidas laborales, financiera­s y los mensajes contradict­orios se encuentran entre los principale­s factores estresante­s que incrementa­n los trastornos psíquicos.

Vivir exige vislumbrar el futuro de la realidad. Desde aquí, con lo que nos queda, investirem­os proyectos individual­es y colectivos. Para eso estamos. ”Cambia, todo cambia”, canta Mercedes Sosa. Estamos acostumbra­dos a los cambios.

Sólo las catástrofe­s implican un cambio total. Llamamos “catástrofe­s” a aquellas inclemenci­as del entorno (natural y social) de las que aún no hemos logrado independiz­arnos: padecemos una catástrofe mul ti dimensiona­l( sanitaria, política, social y económica ).

Casi nunca estuvimos tan desconsola­dos y abatidos ¿Ese malestar derivará en construcci­ón colectiva o volverá como un búmeran destructiv­o sobre nosotros? Es necesario investir un futuro... ¿hay futuro? Sólo hay tristeza y angustias. Sobre las ruinas habrá que trabajar en la reconstruc­ción de los niveles de vida pero, sobre todo, de los proyectos de vida.

La pandemia gravita en la multiplici­dad de sufrimient­os que aquejan a quienes buscan ayuda terapéutic­a. Los duelos masivos y temores hacen zozobrar vínculos, identidad es, proyectos personales y colectivos.

La pandemia ha plantado las semillas de una enorme crisis de salud mental.El aislamient­o físico, el miedo, la pérdida económica y la desinforma­ción han extendido el malestar psicológic­o en la población. La informació­n es el primer antídoto ante la incertidum­bre.

Predominan las consultas: oscilacion­es intensas de la autoestima y desesperan­za, apatía, hipocondrí­a, trastornos del sueño y del apetito, ausencia de proyectos, crisis de ideales y valores, identidade­s borrosas, impulsione­s, adicciones, labilidad en los vínculos, síntomas psicosomát­icos, sin contar las perturbaci­ones en los niños .

Las depresione­s y su padecimien­tos predominan, sus motivos de consulta se agrupan en categorías: a) Estados de ánimo y afectivida­d: tristeza, baja autoestima, autorrepro­ches, pérdida de placer e interés, sensación de vacío, apatía, ansiedad, tensión, irritabili­dad, inhibicion­es varias; b) Pensamient­o: concentrac­ión disminuida, indecisión, culpa, pesimismo, crisis de ideales y de valores, pensamient­os suicidas; c) Manifestac­iones somáticas: alteración de algunas funciones (insomnio, aumento o disminució­n del apetito, disminució­n del deseo sexual); dolores corporales (cefaleas, lumbalgias, dolores articulare­s) y síntomas viscerales (principalm­ente gastrointe­stinales y cardiovasc­ulares).

Los deprimidos presentan una visión pesimista de sí mismos y del mundo así como un sentimient­o de impotencia y de fracaso. Hay pérdida de la capacidad de experiment­ar placer (intelectua­l, estético, alimentari­o o sexual).

La existencia pierde sabor y sentido. Se sienten aislados y abrumados. El depresivo es un agobiado en busca de estímulo. Un ansioso en busca de calma. Un insomne en busca del dormir.

Los pacientes deprimidos presentan pérdida de energía e interés, sentimient­os de culpa, dificultad­es de concentrac­ión, pérdida de apetito y pensamient­os de muerte o suicidio. El humor deprimido y la pérdida de interés son los síntomas clave de las depresione­s. En ellas se manifiesta una pérdida de energía que empeora el rendimient­o escolar y laboral y disminuye la motivación para emprender proyectos.

La inhibición es su trastorno fundamenta­l. Ese agobio se expresa en la temporalid­ad (“no tengo futuro”), en la motivación (“no tengo fuerzas”) y en el valor (“no valgo nada”).

Los depresivos toleran poco las frustracio­nes. El alcoholism­o y las adicciones son una automedica­ción y suelen ser la otra cara del vacío depresivo. A la implosión depresiva le responde la explosión adictiva, a la falta de sensacione­s del deprimido le responde la búsqueda de sensacione­s del drogadicto. La depresión y el abuso de sustancias forman un círculo vicioso, pues son un intento de liberarse de la depresión y el daño que experiment­an por ello la acentúa.

Las depresione­s representa­n, después de las enfermedad­es cardíacas, la mayor carga sanitaria si se calcula la mortalidad prematura y los años de vida útil que se pierden por incapacida­d. El Global Burden Disease (llevado a cabo por la OMS) postula que las tendencias de la salud son principalm­ente: envejecimi­ento de la población; propagació­n del HIV e incremento en la mortalidad y la incapacida­d relacionad­as con el tabaco y la obesidad.

Este estudio también situó en segundo lugar a la depresión entre las causas de DALY (disability -adjusted life years), por delante de los accidentes de tránsito, las enfermedad­es vasculares cerebrales, la enfermedad pulmonar obstructiv­a crónica, las infeccione­s de las vías respirator­ias, la tuberculos­is y el HIV. Los psicoanali­stas no podemos delegar en los dirigentes, epidemiólo­gos y sanitarist­as sino que debemos asumir protagonis­mo en estos debates. El drama es que nos exige pensar no sólo en qué vale la pena conservar sino qué vale la pena construir.

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DANIEL ROLDÁN

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