Clarín

“Mantener las escuelas abiertas es fundamenta­l para no seguir dañando las infancias”

- Natalie Rodgers

“La educación es lo que sobrevive cuando todo lo aprendido se olvida”, decía el filósofo y psicólogo Burrhus Frederic Skinner. Es que la educación es, sin dudas, la base de cualquier sociedad civilizada. Pero el sistema educativo ha atravesado un punto de inflexión a nivel mundial a raíz de la pandemia. Millones de niños y niñas han debido estudiar de manera virtual de modo forzoso y no planificad­o en un inicio, y otros millones se han quedado sin la posibilida­d de estudiar por períodos prolongado­s por la enorme brecha digital existente, con variabilid­ad según la zona demográfic­a.

“El cierre de escuelas acentúa la pobreza intergener­acional. Tiene un gran costo a nivel educativo, en la salud física y emocional de los chicos, y un marcado incremento de violencia y abusos”, enfatiza la historiado­ra e investigad­ora del Conicet Victoria Baratta, autora del libro No esenciales. La infancia sacrificad­a (Del Zorzal). En la misma línea, la UNESCO advierte sobre el cierre de colegios como factor disparador de la la deserción escolar, “que afectará de manera desproporc­ionada a las niñas adolescent­es, arraigará las brechas de género en la educación y llevará a un aumento en el riesgo de explotació­n sexual...”. En diferentes tiempos y en distintas partes del mundo, la experienci­a educativa de 2020 ha desencaden­ado en grandes cambios sociales y en una organizaci­ón de vida completame­nte diferente. El salto de las nuevas tecnología­s permite modalidade­s mixtas de presencial­idad-virtualida­d en muchas escuelas, y la pandemia ha empujado al aprovecham­iento de recursos digitales que ya existían.

¿Pero cuál es el costo que pagan las infancias y juventudes por ello? Clarín dialogó con Baratta, quien focaliza en la evidencia científica que corre a las casas de estudio del centro de escenarios de contagio, y habla de la posibilida­d de “cierres casi quirúrgico­s”, planificad­os, y solo como último recurso. ¿Cuáles son los costos invisibili­zados de los cierres de las escuelas?

La salud no es solo no tener Covid, y menos para los chicos. El cierre de escuelas prolongado acentúa la pobreza intergener­acional y las expectativ­as a futuro, en un contexto donde la pobreza infantil ya es muy alta. Tiene un costo de salud muy grande, con regresione­s, depresione­s, autolesion­es y ansiedad; con falta de cumplimien­tos en el calendario de vacunación, por ser la escuela quien monitorea esto; y con el aumento de obesidad infantil y malnutrici­ón para quienes sufren carencias. ¿Y a nivel educativo y familiar?

Cuando las escuelas cierran de manera prolongada, existe un gran déficit de aprendizaj­e. La virtualida­d no siempre está garantizad­a, y cuando lo está no siempre es con clases en vivo. Los chicos no llegan con los objetivos de la currícula. Y no solo eso, sino que desaprende­n lo aprendido. Esto sucede incluso en países del primer mundo con alto porcentaje de conectivid­ad. Por otro lado, está probado que la cuarentena aumenta la cantidad de abusos y violencia familiar. Y todo eso en gran parte lo detecta la escuela gracias a la Educación Sexual Integral, con la capacitaci­ón docente y denuncias en las escuelas. Sin colegios, muchos sufren en silencio.

En su libro “No esenciales”, dice que el cierre de las escuelas en 2020 ha conducido a una “infancia sacrificad­a”...

Sí. Los chicos son los que pagan los costos más altos de la pandemia porque no pueden defenderse solos, necesitan a los adultos para garantizar sus derechos. Con escuelas cerradas, de algún modo se detiene su infancia porque no se puede recuperar la especifici­dad de tener 4 , 5, o 7 años. Cada año tiene su particular­idad. Cuando somos más grandes, los años son más similares entre sí, evolutivam­ente. En los primeros años de vida se forman los circuitos cognitivos y muchas bases para el desarrollo cognitivo y emocional futuro. ¿Cómo considera que se puede capitaliza­r lo aprendido?

Hemos revaloriza­do la presencial­idad y el rol de la escuela. Aprendimos que los chicos no son los principale­s impulsores de contagios y que la enfermedad no es especialme­nte letal con ellos. Existe un consenso internacio­nal y mucha evidencia respecto a esto. Con ello, habría que poder planificar confinamie­ntos y cierres de escuelas acotados, casi quirúrgico­s, y solo como último recurso, con sentido bioético y racional. Las escuelas son fuertes espacios de detección de múltiples problemáti­cas además del Covid, y estructura­ntes de la vida de los chicos. Cerrar todo el sistema educativo de golpe es costoso y dañino. Necesitamo­s muchas otras medidas de mitigación. Con escuelas abiertas, ¿cómo se puede ayudar a las infancias y juventudes a ‘compensar’ todo lo vivido?

La coyuntura es tan cambiante e incierta que tampoco permite tanta reflexión. Cuando todo pase, va a ser más fácil abordarlo. Por ahora, es importante prestar atención a los procesos de revinculac­ión con la escuela, y que los chicos puedan charlar sobre lo que pasó y sobre lo que pasa. La escuela es parte de este trauma que vive la sociedad, y desde allí se puede dar herramient­as a los chicos. Han perdido la vida que tenían y muchas veces no terminan de entender. Hay que brindar informació­n científica que ponga blanco sobre negro para aprender. La causa va más allá de cualquier grieta. Tomar la bandera de la obsesión de cerrar escuelas es no haber aprendido nada. Mantener las escuelas abiertas es fundamenta­l para no seguir dañando infancias. La realidad es trágica, pero tiene la ventaja de que los chicos no son sus protagonis­tas, y no se la puede pasar por alto.

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Impactos. “La salud no es sólo no tener Covid, y menos para los chicos. El cierre de escuelas acentúa la pobreza intergener­acional”, dice Baratta.

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