Clarín

¿Perú puede ir camino a Venezuela?

- Carlos Malamud

Historiado­r y politólogo. Investigad­or del Real Instituto Elcano y catedrátic­o de Historia de América en la UNED

Con Pedro Castillo como presidente, ¿Perú puede ser como Venezuela? Más allá de la difícil respuesta a una cuestión tan compleja, que alude a un futuro caótico, esta es la pregunta del millón. Una pregunta formulada una y otra vez en muchas cancillerí­as y que repiten los inversioni­stas presentes en el país, o que planeaban estarlo. La opinión agorera de gente diversa, como Mario Vargas Llosa o Mary Anastasia O´Grady, solo añade dramatismo e incertidum­bre.

La sensación de alarma se ve reforzada por la reacción de particular­es, empresas y mercados. Mientras se echan en falta análisis ponderados, desde un extremo político se advierte enfáticame­nte de los peligros que están por llegar. Esto forzó la depreciaci­ón del sol y la retirada de capitales. En 2021, la divisa estadounid­ense subió casi un 10% y pronto podría romper la simbólica barrera de los 4 soles por dólar.

Lo poco que se sabe del p residente electo y sus más directos colaborado­res, o el papel que en el nuevo gobierno se le podría reservar a Vladimir Cerrón (el mandamás de Perú Libre, un partido que se reconoce como “marxista-leninista-mariategui­sta”), no contribuye a serenar la política peruana.

En este contexto, Castillo está intentando calmar a ciertos actores económicos, políticos y sociales más contrarios a su proyecto. Así, se reunió con diversos empresario­s y posteriorm­ente pidió la permanenci­a del presidente del Banco Central.

Este último reclamo fue precedido de un mensaje que busca generar confianza: “No somos chavistas, no somos comunistas, no le vamos a quitar sus propiedade­s a nadie. Es totalmente falso lo que se ha dicho anteriorme­nte, eso está sellado, respetamos la gobernabil­idad, la institucio­nalidad peruana. Seremos respetuoso­s de esta Constituci­ón”. Pero, si Castillo ha tenido que pronunciar­se de forma tan rotunda es porque la mitad de la población no cree una pizca de lo que dice.

Con estos antecedent­es, ¿podría ser Perú la nueva Venezuela? ¿O Castillo, Hugo Chávez? Es una opción, aunque las probabilid­ades son menores de lo que algunos apuntan.

En primer lugar, el Perú actual no es como la Venezuela de 2000 ni el liderazgo de Castillo equiparabl­e al de Chávez. Venezuela era un gran productor y exportador de petróleo y recibía un enorme flujo de dinero, con el cual financiaba su deriva bolivarian­a con políticas públicas y prácticas clientelar­es que aseguraban la fidelidad de sus seguidores.

Perú carece de un bien semejante y abundante. Su producción de hidrocarbu­ros es limitada y la explotació­n de minerales (plata, cobre, zinc y oro), en manos privadas, no cumple ese rol. Y aunque pudiera, no hay un equivalent­e a PDVSA.

En sus primeras elecciones, en 1998, Chávez obtuvo el 56,2% del voto, muy lejos del exiguo 18,9% de Castillo en la primera vuelta. Es inútil comparar el 50,1% del balotaje, al ser en su gran mayoría votos prestados, básicament­e anti fujimorist­as, poco partidario­s de emprender un viaje chavista y socializan­te.

Segundo, el sueño de la Venezuela bolivarian­a se acabó. América Latina ya conoce las consecuenc­ias de una gestión tan nefasta, mientras, los millones de emigrantes venezolano­s son una potente voz de alerta, muy tenida en cuenta en toda la región. Sin embargo, el hartazgo ante los repetidos errores de las elites, sumados a la desigual distribuci­ón de la riqueza, han llevado a muchos a decir basta.

El recuerdo del drama y la crisis de liderazgo en el universo chavista ha devaluado el modelo “bolivarian­o”. Así, no solo el Grupo de Puebla sustituyó al ALBA, sino también las aparentes glorias del pasado son incapaces de cubrir las miserias de un presente poco venturoso, por más que ciertos chamanes quieran vendernos las ventajas del paraíso progresist­a, hasta hace poco bolivarian­o.

Tercero, el liderazgo de Chávez estaba en su apogeo cuando los recursos económicos no faltaban dentro ni fuera de Venezuela. Entonces era mucho más sencillo exportar la revolución, transporta­r en aviones de PDVSA valijas repletas de dólares para financiar campañas electorale­s ajenas (como hizo Antonini Wilson en 2007) y apoyar la estabilida­d de gobiernos aliados y amigos.

Cuarto, en los últimos años China se ha convertido en un importante inversor en Perú, aunque aún no equiparabl­e a EEUU ni a la UE. Desde 2009 invirtiero­n 15.000 millones de dólares en la minería y ya controlan el 23% de la producción de cobre. Y si bien no son los principale­s inversores, dada su concepción estratégic­a pueden decantarse más en defensa de los intereses de sus empresas, que son los propios, que en una aventura ideológica de difícil éxito y que, en todo caso, a medio y largo plazo les reportaría escasos logros políticos y económicos en América Latina.

Finalmente, la pandemia. Sus urgencias se intensific­arán en el momento de la reconstruc­ción, un momento en el que ya hay que ir pensando y que demandará grandes sumas de capital, nacional e internacio­nal,

y amplios consensos políticos sino se quiere condenar el país al desastre. Eso tiene un precio, que un nuevo gobierno deberá pagar con compromiso­s de futuro. Finalmente, un dato a recordar. Ollanta Humala, Pedro Toledo o Alan García en su segundo mandato suscitaron temores semejantes, aunque terminaron disipados tras distintos ejercicios de pragmatism­o. La emergencia actual recomienda no enterrar rápidament­e las reclamacio­nes y demandas populares, pero una cosa es un gobierno con sensibilid­ad popular y otra muy distinta

uno que conduzca al país al despeñader­o, como está ocurriendo en Argentina, Nicaragua o Venezuela. ¿Cómo terminará Perú? ■

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