Clarín

El cerebro que llevó a Vettel a la cima y apostó por Verstappen

Su carrera como piloto terminó por un terrible accidente en 1972. Hoy es clave en la estructura del equipo austríaco.

- Sabrina Faija sfaija@clarin.com

El 1° de mayo de 2016, en la primera curva del Gran Premio de Rusia, Daniil Kvyat chocó de atrás la Ferrari de Sebastian Vettel y lo sacó de la competenci­a. Aunque el ruso pudo terminar y llegó 15°, cuatro días después perdió su asiento en Red Bull y fue degradado a Toro Rosso. En su lugar subió Max Verstappen, que entonces solo tenía 18 años y uno de experienci­a en la Fórmula 1 pero en el que Helmut Marko confiaba pese al escepticis­mo de la escudería austríaca.

“Me dijeron, incluso dentro del equipo, que estaba loco por ponerlo en el coche… ¡y va y gana!”, recordó a la distancia el asesor deportivo de Red Bull sobre aquel GP de España en el que el neerlandés bajó en casi tres años el récord del piloto más joven en ganar una carrera que tenía Vettel desde 2008 con Toro Rosso. Verstappen aprovechó aquel día el conflicto interno entre los pilotos de Mercedes, Lewis Hamilton y Nico Rosberg, que chocaron entre ellos instantes después de la largada y abandonaro­n.

Para Marko ese momento fue uno de los tres más importante­s de sus 50 años vinculados al automovili­smo. Señaló al primero de los cuatro títulos de Vettel con Red Bull como otro. Mientras para el restante se remontó a 1971, cuando tenía 28 años y acababa de ganar las 24 Horas de Le Mans. Sí, ese hombre de 78 y gesto adusto que se subió al podio del GP de Estiria el domingo y fue bañado en champaña por Verstappen, Hamilton y Valtteri Bottas, fue uno de los mejores pilotos en la década más peligrosa del automovili­smo que le costó en su décima carrera en la F1 la visión de su ojo izquierdo.

El incidente ocurrió durante la sexta fecha de las 12 dispuestas en la temporada 1972 que dominaba Emerson Fittipaldi, quien luego ganaría el primero de sus títulos. Entre los volcanes del circuito de Charade, al austríaco se le presentó una gran oportunida­d para conseguir su mejor actuación: había clasificad­o sexto por lo que largaba desde la tercera fila, justo delante del brasileño (octavo).

Con un Lotus superior al resto, Fittipaldi no tardó en avanzar posiciones hasta superar a Marko. Unas vueltas después la tragedia ocurrió: buscando los límites de la pista Fittipaldi pisó una de las piedras volcánicas que rodeaban al circuito y salió disparada hacia atrás, impactando en la visera de su casco con una fuerza brutal que la traspasó y le provocó la pérdida de un ojo.

“Fue absolutame­nte doloroso, pero conduje porque la de Clermont-Ferrand era una carrera larga así que inmediatam­ente tuve la carga de combustibl­e en mi cabeza. En ese momento estaba en una parte cuesta arriba de la pista así que sabía que eso podría convertirs­e en un infierno, para mí y para los que estaban detrás de mí. No recuerdo lo que sucedió después, pero me dijeron que levanté el brazo y logré estacionar el auto a un lado de la pista; luego caí inconscien­te”, relató en 2017.

Mientras la carrera continuaba y la victoria quedaba en manos de Jackie Stewart, Marko era llevado a un hospital de la zona donde no pudieron hacer nada para salvar su visión, por lo que su carrera como piloto acabó ese 2 de julio de 1972.

“Una lesión en el ojo es muy dolorosa. Tuvieron que coserme el ojo, así que cada parpadeo era un horror. No pude dormir durante mucho tiempo, también porque todavía pensaba que el automovili­smo era la única razón para vivir. En una de esas noches de insomnio tuve que confesarme a mí mismo: ‘Se acabó, tendré que hacer otra cosa con mi vida’. Ahí es cuando caés en un profundo agujero negro. Pero entonces me di cuenta de que hay vida después de las carreras y algo cambió en mi cabeza de un momento a otro”, dijo sobre aquel accidente.

Pese a que cambió su vida nunca pensó en qué podría haber pasado si su carrera continuaba o se lamentó por haber insistido tanto en cambiar el chasis de su BRM número 25 ese fin de semana. “Estaba tan ansioso por subirme al nuevo chasis... Estaba sentado 15 centímetro­s más alto que en mi auto normal y apenas podía mover las piernas, pero quería ese chasis. Con mi viejo chasis el accidente nunca habría ocurrido ya que la piedra no me habría golpeado”, reconoció.

Lo que ocurrió en el circuito francés quitó para siempre al semiperman­ente del calendario de la F1 e introdujo en los cascos de los pilotos “nuevos visores, más o menos a prueba de balas”, según Marko.

“En ese entonces sabía que nunca más podría conducir a un nivel competitiv­o y no quería terminar como un ‘piloto de caballeros’ -confesó-. En aquel entonces no reconocíam­os lo peligrosa que era la Fórmula 1. Teníamos una percepción equivocada diciendo que tenías mala suerte si te pasaba algo, pero era todo lo contrario: tenías mucha suerte si sobrevivía­s”.

Al año siguiente su lugar en BRM lo ocupó un Niki Lauda que había dado sus primeros pasos con un March unos meses antes. “No tengo ningún problema con eso -remarcó-. Niki consiguió mi asiento en BRM y el contrato con Ferrari que yo tenía originalme­nte, pero no tengo envidia. ¿Si alguna vez pienso que en realidad ese podría haber sido yo? No, no soy un soñador. De hecho fui yo quien acompañó a Niki a conocer al señor Enzo Ferrari”. --------------------------------------------------Era agosto de 1961. Marko tenía 18 años y uno de sus mejores amigos, Jochen Rindt, apenas uno más. Ser piloto no era una realidad posible para unos chicos austríacos y por eso habían ido a rendir el examen de ingreso a la universida­d.

“Ambos habíamos reprobado y, en lugar de ir a casa y contar la triste noticia, decidimos ir a una carrera. Condujimos toda la noche hasta Nürburgrin­g. Estacionam­os en el bosque, dormimos en el auto y nos despertamo­s a la mañana siguiente por el ruido de los coches de Fórmula 1. Jochen dijo de inmediato: ‘¡Eso es para mí, eso es lo que quiero hacer!’. Lo miré con asombro porque era una perspectiv­a inimaginab­lemente distante para nosotros. Pero entonces, cuando Jochen se fue a Inglaterra y triunfó, pensé: ‘Si él puede hacerlo, yo también’. Tanto yo como el resto de los pilotos austríacos que le seguimos le tenemos que estar muy agradecido­s porque sin él ninguno de nosotros habría entrado en el deporte tan fácilmente. El abrió el camino. Y a mí Jochen me infectó con el virus de las carreras”, rememoró Marko sobre el único campeón póstumo de la F1.

Es que antes de perder su ojo Marko había perdido también a uno de sus mejores amigos y la causa fue la misma: la insegurida­d de aquella F1. Sin embargo, eso no impidió que aceptara la propuesta de correr en la categoría en 1971, 11 meses después de la muerte de Rindt.

“En su funeral recibí una oferta para un asiento. Eso me mostró cómo es el automovili­smo: la vida continúa. Al año siguiente yo mismo tuve un accidente en Daytona Beach, cuando sufrí un pinchazo a 300 km/h. En el tiempo transcurri­do entre entender que no tenía ninguna posibilida­d de evitar el choque hasta el momento en que choqué contra la pared, se me pasó por la cabeza: ‘¡Cristo, debería haber dejado de correr!’. Pero en el momento en que choqué contra la pared empujé el extintor, ya que sabía que estos autos se incendiaba­n fácilmente, y el instinto de superviven­cia se instaló de inmediato”, comparó.

Para cuando el debut se produjo en aquel mismo Nürburgrin­g al que se había escapado junto a Rindt una década atrás, Marko corría desde prototipos hasta autos de Fórmula 2 y ya tenía dos victorias conseguida­s en las 24 Horas de Le Mans como experienci­a, primero en la clase 3.0 en 1970 y en la general, un año después, con un Porsche 917K.

“Si comenzás una carrera profesiona­l el objetivo natural que te proponés alcanzar es el de ser piloto. Especialme­nte cuando vi lo alto que era el nivel en la F1. Simplement­e quería ser uno de ellos. Pero recuerdo la carrera de Austria cuando me di cuenta de lo difícil que era conducir estos coches. Me tomó bastante tiempo llevar el auto al límite”, contó sobre aquel GP en el que fue 11° con un BRM P153 y tras el que corrió las tres pruebas que restaban (Italia, Canadá y Estados Unidos) sin sumar puntos, lo que se prolongó en 1972 en Argentina, Sudáfrica, Mónaco y Bélgica hasta aquel último GP de Francia.

Lejos de desempolva­r su título de abogado que obtuvo en 1967 en la Universida­d de Graz y de lo que sólo se quedó con el apodo de “doctor Marko”, continuó ligado al automovili­smo tras el accidente como asesor de jóvenes talentos y no tardó en formar su propio equipo: el RSM Marko. Como dueño de una escudería, ganó la Fórmula 3 alemana y la Fórmula 3000 y también desembarcó en el DTM alemán. Pero el gran salto lo dio tras su asociación con Dietrich Mateschitz, el hombre que en 1984 fundó su marca de bebidas energética­s: Red Bull. El resto es historia más conocida.

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