Se conocieron en una ONG inclusiva y sueñan con ir en bici a la Costa
Hace 10 años Marcelo y Sebastián coincidieron en un taller de Discar, una fundación por la inclusión de personas con discapacidades intelectuales.
Marcelo Ambieni y Sebastián Cudeiro se conocen hace más de diez años. Acumulan kilómetros en bicicleta, veranos en Las Toninas y cientos de Cocas compartidas, después de un partido, en una estación de servicio de Parque Patricios. Juntos forman red. Se acompañan el uno al otro, no pocas veces, sino muchísimas. Marcelo tiene 33 y Sebastián, 24. Ya pasaron la edad en la que aún es imposible distinguir si la amistad durará lo que dure compartir un ámbito en común -la escuela, un club, un trabajo- o atravesará la vida.
Se vieron por primera vez en un taller de fútbol de la Fundación Discar, una organización que trabaja por la inclusión de las personas con discapacidad intelectual. “Fue muy rápido. A los dos días ya éramos amigos”, dice Marcelo un martes de julio, a través de una pantalla, por Zoom.
La cercanía geográfica -Sebastián vive en Parque Chacabuco y Marcelo, en Flores- los unió enseguida. Después, la posición en la cancha: los dos pueden jugar como arqueros o como defensores.
Antes de la pandemia de coronavirus, su amistad estaba construida sobre rutinas: los martes entrenamiento de fútbol en Parque Patricios, los miércoles o viernes entrenamiento en Parque Chacabuco, los sábados uno al mes- partido contra otro equipo en General Rodríguez y los fines de semana salidas a algún cine porteño para ver una película de acción, terror o aventura. Pero la cuarentena alteró ese orden y mudó los lazos a la virtualidad.
“Tenemos dos grupos con Marce. Uno se llama ‘Los hermanos’ y está otro amigo. El otro se llama ‘Las boludeces’ y ahí somos una banda”, dice Sebastián, también conectado al Zoom. Durante el aislamiento, los chats y memes en WhatsApp, las videollamadas y los festejos de cumpleaños por Zoom se volvieron parte de la cultura de su amistad. Pero a medida que el pico de la primera ola de casos fue bajando y la primavera ofreció días más cálidos, Marcelo le hizo una propuesta a Sebastián: verse al aire libre y arriba de una bicicleta.
Así nació otra rutina. Cuatro veces por semana -martes, jueves, viernes y domingo- se encuentran en el cruce de la avenida Directorio con la calle Hortiguera y pedalean rumbo a Puerto Madero y de ahí a Belgrano, para luego regresar a Parque Chacabuco.
Marcelo es un fanático del ciclismo. En su casa tiene once bicicletas. Las limpia, las desarma, les cambia piezas, las vuelve a armar. Y el año pasado a sus bicis sumó la de Sebastián.
“Le cambié la cadena, el plato, el piñón, el manubrio y el freno. La fui reforzando para que anduviera bien”, dice Marcelo. Detrás del esquema de salidas que armó hay un objetivo: prepararse para hacer más de 300 kilómetros en bicicleta y llegar a Las Toninas.
Las Toninas es una ciudad conocida por los dos. Ahí compartieron veranos: días enteros en la playa (tirados en la arena, adentro del mar o arriba del muelle); noches en las calles del centro.
“Me encantaría que él me acompañara en este proyecto. Pienso que va a poder y de última lo llevo arrastrando, con su bici detrás de la mía, atada con una soga”, dice Marcelo. “¡Me remolcás!”, dice Sebastián. Se ríen.
¿La pandemia modificó la amistad? ¿Los amigos son tan unidos como antes? ¿O quizás no tanto? ¿Hubo impacto?
En el caso de Marcelo y Sebastián, su amistad intensa durante una década podía haberse dispersado en la cuarentena. Pero no pasó.
“Yo supongo que aunque estemos cada uno viviendo solos, y yo casado, vamos a seguir saliendo en bicicleta, yendo a comer, tomando un café, jugando a la pelota”, dice sobre el futuro Sebastián. Marcelo asiente a través de la pantalla.w