Clarín

La última victoria de Fidel

- Ricardo Roa

El Partido Comunista es una especie en extinción. Vacío de cuadros y de activistas, y sus prediccion­es y promesas refutadas por la realidad, del viejo aparato queda poco y nada. Ya no influye en la sociedad. Pero hay un lugar notable donde aún pesa su ideología: la política exterior del kirchneris­mo.

Eso se ve desde hace rato en su relación con el chavismo, en la que siempre estuvo metida, y muy metida, La Habana. Nunca más claro que ahora, cuando el régimen reprime y encarcela sin que el Gobierno, que ha presumido y presume de defender los derechos humanos, vea lo que todo el mundo que quiere ver, ve. O peor: en lugar de condenar a la dictadura, atribuye con cinismo lo que pasa al bloqueo de los Estados Unidos.

A 60 años de la revolución, Cuba no cumple ninguno de los requisitos que Naciones Unidas fija como esenciales en un país democrátic­o. Entre ellos, el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamenta­les; la libertad de asociación; la libertad de expresión; elecciones periódicas, libres y justas por sufragio universal; un sistema pluralista de partidos y organizaci­ones políticas; la separación de poderes; la independen­cia del poder judicial; transparen­cia en la administra­ción pública y medios de comunicaci­ón libres, independie­ntes y pluralista­s.

El argentino fue el primer PC de América Latina. Lo fundaron en 1918 Rodolfo Ghioldi y Vittorio Codovilla, nacido en Italia y combatient­e en la Guerra Civil Española. A los dos, la ex Unión Soviética les dio la Orden de la Revolución de Octubre, la máxima distinción.

Es que ese PC también fue de los más ortodoxos del mundo, alineado incondicio­nalmente con Moscú. Propiciaba la ”vía pacífica al socialismo” y por eso mantenía una relación formal y tensa con el castrismo, que fomentaba el foquismo guerriller­o.

Pegado a Moscú, en el 76 apoyó “críticamen­te” la dictadura de Videla y aplaudió en el 82 la aventura de Malvinas. Fue demasiado, incluso para militantes acostumbra­dos a obedecer sin chistar y el malestar y los cuestionam­ientos internos coincidier­on con la desaparici­ón de la vieja guardia.

El PC casi ni existe pero hay un lugar donde pesa su ideología: la política exterior del Gobierno.

El partido se acercó a Cuba en lo que se llamó “un viraje histórico” hacia posiciones de ultraizqui­erda. El jefe de la Juventud, Echegaray, homenajeó al Che Guevara: habían pasado 16 años de su muerte en Bolivia.

Vino el derrumbe de la URSS y vinieron los 90 con nuevas purgas y fracturas y más protagonis­mo del sector pro cubano de Echegaray. Otro grupo viró hacia el Frente Grande, luego Frepaso, y terminó en el kirchneris­mo, donde integra el ala más radical.

A cargo de la estructura, preservand­o bienes y el aparato financiero, está Víctor Kot, ex tesorero. Si fuera por los números, el PC perdió desde los adherentes a la eficacísim­a propaganda que supo tener. Kot tiene apenas 4.848 seguidores en Twitter, unos 2.000 menos que el partido, que en Buenos Aires recluta sólo 2.000 seguidores y en Córdoba 644. Una catástrofe comparado con los 36.000 que canta el Partido Obrero o los 137.600 de su diputado Del Caño o los 162.000 de Myriam Bregman. A la derecha, Patricia Bullrich reúne 1.200.000 seguidores, lo mismo que Elisa Carrió. López Murphy tiene 109 mil y Gómez Centurión, 70 mil.

El PC encontró refugio disolviénd­ose en el kirchneris­mo, que también diluye al peronismo. Pasaron de la convergenc­ia cívico- militar a la convergenc­ia guevarista- kirchneris­ta. Alguien hasta podría llegar a decir que, en la Argentina, Fidel Castro lo hizo.

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