Clarín

El voto exhausto

- Alvaro Abós Escritor y periodista

Amenos de dos meses de las PASO, un país aplastado por dos catástrofe­s simultánea­s, la pandemia sanitaria y la económica, no muestra interés por la puja política. Todo lo contrario. Hay en la calle una sorda inquina hacia “los políticos”.

Sin embargo, el resquemor argentino hacia sus representa­ntes en las institucio­nes –nada nuevo ni aquí ni el mundo- no alcanza los picos de rabia que supo tener años atrás y que en otras latitudes se expresa en las calles, a veces de manera violenta. Desde la recuperaci­ón de la democracia en 1983, los argentinos hemos ido a las urnas muchas veces. Un fotógrafo que retratara imágenes corporales anónimas mostraría a alguien que deposita el sobre en la urna con expresión de escepticis­mo. La frase correspond­iente sería “Y… no hay otra…”.

¿Cuáles serían las causas de ese desánimo en los diferentes espacios? Los seguidores incondicio­nales de Cristina Kirchner no tienen mayores motivos para el optimismo.

El más importante de sus proyectos, la reforma judicial que beneficiar­ía a la lideresa en sus complicado­s procesos, no prosperó hasta ahora y las diferentes causas que acosan a la vicepresid­enta siguen su marcha, si bien lentificad­as por la incansable estrategia chicanera de su ejército leguleyo.

Sin embargo, muchos K se preguntan: ¿para esto ganamos las elecciones? Porque complicar causas judiciales es algo que se puede hacer también desde el llano… Al kirchneris­mo, aumentar su representa­ción legislativ­a le permitiría avances legislativ­os.

Los seguidores del presidente Alberto Fernández –pero ¿existen?- tampoco esperan demasiado de las urnas. Sin embargo, haber llegado a la mitad del mandato en medio de tantos problemas puede servirles de consuelo. La marcha de la economía es exigua aunque hay un modesto avance aunque más no fuera en comparació­n con el páramo que fue el país durante los primeros tiempos de la pandemia.

La cifra de víctimas de la peste es muy alta, y la llegada de las vacunas escasa, pero al menos el país evitó el desborde de sus instalacio­nes sanitarias. Por otra parte, y cada uno en su medida, todos los países del mundo están disconform­es con la actuación de sus respectivo­s gobiernos ante la magnitud de la peste.

El Gobierno tiene dos principale­s argumentos para atraer votos: uno es el habitual miedo al cambio. Parte de la sociedad podría pensar que una derrota del oficialism­o, en esta particular y crítica situación del país, desataría turbacione­s que nadie desea. El segundo es que aun está muy viva la memoria del fracaso macrista y quedan resabios del castigo que la ciudadanía aplicó en agosto del 2019.

Los incondicio­nales de Mauricio Macri están furiosos porque el espacio opositor ha decidido prescindir de la jefatura del ex presidente. Su principal espada, Patricia Bullrich, no integrará lista alguna. A estos enojados cabría recordarle­s que tampoco Macri, inventor del PRO, se preocupó mucho por crear estructura­s partidista­s que aseguraran democracia interna. Si la Argentina fuera un país políticame­nte maduro, la coalición Cambiemos, tras perder las elecciones de 2019, hubiera realizado un congreso público donde se hubieran escuchado todas las voces, dando cauce a la autocrític­a.

En cambio, debimos contentarn­os con la informació­n cruda: un buen día la cúpula bajó a los que había entronizad­o. Las razones son obvias. Macri se había instalado en una demencial puja binaria con la vicepresid­ente, y entre los acordes de rancias trompetas gorilas, iba camino a un nuevo desastre electoral.

En su reemplazo, Horacio Rodríguez Larreta, devenido figura principal del espacio, ofrece una personalid­ad más acorde con el actual humor social: un gestionado­r eficaz, abierto al diálogo y la colaboraci­ón con quien sea.

La incorporac­ión al espacio de Cambiemos de figuras de distinta extracción y plurales pensamient­os, contribuye a edificar ese perfil. Un triunfo opositor en estas elecciones moderaría las ambiciones del kirchneris­mo duro, sin compromete­r la gobernabil­idad.

De esa manera, el país podría abocarse a la reconstruc­ción y a una desembocad­ura más tranquila de lo que será el gran debate: la elección presidenci­al de 2023.

Una Argentina flotante, que puede ser percibida perfectame­nte en múltiples espacios, y sobre todo en la calle, es muy crítica tanto con Cristina como con Macri. Desearía representa­ción política y no la tiene. Florencio Randazzo se ha lanzado a esa aventura, como exponente del país antigrieta, intentando superar los fracasos del pasado reciente. ¿Podrá?

Las dificultad­es son enormes. Un candidato sin estructura organizati­va ni apoyaturas económicas ¿puede enfrentars­e a máquinas aceitadas de la política de masas? El tiempo dirá si este desafío supera lo testimonia­l.

Los argentinos somos campeones de la desilusión, incluida la desilusión electoral. Sin embargo una y otra vez vamos a votar con algún margen de esperanza en el corazón. Aun escondida en la frase hecha. Y… no hay otra.

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DANIEL ROLDÁN

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